6 de noviembre de 2024

Perú: Perseo y el doble estándar

Juan Manuel Robles

El señor Walter Humala, cantor e intérprete, ha sido condenado a quince años de prisión por su cercanía a Movadef, un movimiento político que no ha cometido actos terroristas —ni los ha planeado— y cuyos integrantes no han perpetrado delitos contra el orden. Como el operativo que dio origen a todo esto ocurrió en el 2014, el señor Humala ha pasado diez años sin poder vivir tranquilo. Él, que es uno de los artistas folclóricos más importantes del Perú, no ha podido salir de gira en todo este tiempo, porque para la justicia se trata de un peligro público. Por esa razón también le han cancelado conciertos confirmados y hace poco efectivos de seguridad le bloquearon la entrada al Gran Teatro Nacional. Es, pues, un perseguido político que ahora, a sus 73 años, se convertirá en preso político. Los progresistas no deberían tener tanto miedo de usar las denominaciones que sí usan cuando hablan de Venezuela. Y no hay necesidad de anteponer un “ojo, repudiamos a Sendero” para expresarse. Cuando se comete una injusticia, uno debe hablar como le nace del forro, no como dictan los censores.

Humala es uno de los varios condenados de un caso en el que la fiscalía no logró mostrar evidencias de actividad delictiva alguna. Todo se basa en un vínculo de conciencia y comunicación indirecta con la cúpula encarcelada de lo que fue Sendero Luminoso: ningún atentado o boceto de ataque, ningún explosivo. La condena es tan abusiva que hasta César Nakazaki —quien fue abogado de Fujimori— la ha criticado en fondo y forma, diciendo algo que es un poco obvio: que los acusados no han cometido terrorismo.

Aparte de todos estos horrores, a mí me da miedo algo más. El doble estándar. Sus consecuencias.

Porque esta es una condena que empodera al fujimorismo. Es, por contraste, una constatación más de su impunidad absoluta, de su blindaje labrado con cocteles dudosos, por años. Es la prueba de que en el Perú los extremismos no se miden con la misma vara y que el fujimorismo puede reírse con la lengua afuera, mientras que, a otros, similares arrebatos ideológicos los conducen a la cárcel.

Recordemos que el fujimorismo pasó veinte años buscando hacer algo semejante a lo que pretendía Movadef: sacar de la cárcel a su criminal líder. Ambos grupos enarbolaban una idea moralmente inaceptable, un disparate, una ofensa contra las víctimas, una afrenta contra los procuradores y jueces que, llenos de valentía, condenaron a esos señores para que pagaran por lo hecho. Pero allí estaban los activistas, reuniendo firmas, negando cosas, llamándonos a voltear la página.

Sin embargo, donde por un lado hubo rechazo ciudadano, el repudio de la prensa y la firme oposición de los políticos más importantes, por el otro hubo el apoyo de políticos tibios y de la prensa lumpen (la heredera de Montesinos). Donde por un lado hubo no solo cautela sino que se llegó a la aberración de encausar por terrorismo a personas sin armas, por el otro hubo contemplación y pasividad. Operativo armado contra señores de la tercera edad en un caso. Cero carpetas abiertas en el otro.

Algunos dirán que entre Sendero Luminoso y el fujimorismo había una gran diferencia. Y es cierto.

La diferencia era que Sendero Luminoso ya no existía y los celebradores de Movadef solo querían tener voz política partidaria (lo que de por sí es una cosa bien antisenderista, dicho sea de paso) para liberar a sus líderes o darles mejoras carcelarias. En cambio, el fujimorismo sí existía. Sus remanentes estaban organizándose de nuevo; y a diferencia de los otros, ellos sí tenían la intención manifiesta de volver a instaurar lo que hizo Fujimori. Es más, se mostraban desafiantes a la autoridad, dispuestos a desestabilizar al país entero con tal de prevalecer.

En poco tiempo lograron lo que Movadef solo soñó; condiciones carcelarias de privilegio para el criminal preso. Departamento privado con aire fresco e ingreso de enfermeras. La policía siguió sin abrir carpetas, a pesar de los antecedentes y los visitantes del ingeniero y del hecho evidente de que decisiones de la cúpula se tomaban allí.

La sentencia de Perseo, que se dio esta semana, les dice a los fujimoristas que la censura de ideas está para usarse contra sus enemigos —los de ahora y los que vengan— y jamás contra ellos. Ellos que, hoy por hoy, son el extremismo más dañino de la política peruana.

Así estamos. El Perú es un país en que se mete preso a un tipo por ponerle himnos senderistas a sus hijos en casa. Pero la policía nunca se ha dado una vuelta por la Escuela Naranja en la que, a plena luz del día, se imparte a adolescentes algo que los propios promotores —con perturbadora inspiración— han dado en llamar Pensamiento Fujimori.

¿Apología del delito, del terrorismo de Estado? No. Aquí no pasa nada. Los fujimoristas se han puesto más descarados cada año y al final hasta colocaron sus pancartas con el criminal preso en Twitter. Con su retorno al poder (sin ganar elecciones), han tomado acciones para reescribir la historia, borrando aquí y allá, sin que ninguna autoridad nos defienda.

El fallo del caso Perseo no solo es injusto e indignante. Constituye un mensaje. Nos dice que en el Perú no es que te metan preso por ideas extremas de sangre y muerte, en un esfuerzo institucional por hacer que el pasado no se repita. No es que estemos en un país muy severo con la exaltación de la violencia, dada nuestra historia. Vas preso si esas ideas son de un color, de una tendencia. Y no se confundan: es Movadef, mañana serán otros. Y si el nexo “terrorista” no es tan claro, para eso estará el inteligentísimo Arriola de turno, que ya tiene diseñado el mecanismo.

Mientras tanto, los reivindicadores del terrorismo de Estado amenazan con repetir sus métodos tal como lo hicieron en el funeral con honores de Alberto Fujimori.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 707 año 14, del 01/11/2024

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