Juan Manuel Robles
Cuando Estados Unidos entendió que, por más superpotencia militar que fuera, no podía dejar que las guerritas se le multiplicaran hasta lo ingestionable, nació Usaid. Cuando Estados Unidos estimó que —salvo invasiones elegidas y muy rentables— era mejor la zanahoria que el garrote, nació Usaid, tu mano amiga. Cuando Estados Unidos, unos cuantos hombres muy astutos de Estados Unidos, se dieron cuenta de que el antiimperialismo es un fuego que prende bien donde hay hambre y que en esas economías pequeñas los dólares se hacen gigantescos, nació Usaid y consolidó su ayuda y cooperación interesada: dinero a cambio de influencia.
Cuando Estados Unidos notó que con esos fondos no solo podía ganarles lugar a las izquierdas locales en el negocio de la ayuda social, sino que además podía captar a esos izquierdistas —robarles el corazón y sus banderas domesticadas—, Usaid se volvió indestructible. O, bueno, casi.
Cuando los izquierdistas se dieron cuenta de que la revolución no era posible, empezaron a pensar que, tal vez, era más divertida la guerrilla de juguete con fondos del imperialismo (que ya tenía bien pensado el asunto). Y empezaron a ver a Usaid como algo bueno. Ciertamente lo es. Es bueno tener a Usaid en la tierra y no un dron en el cielo.
Así, la presencia de Usaid se fue fortaleciendo, fomentando un discurso en favor de una justicia social, una que dejaba de lado, naturalmente, cualquier lucha por subvertir el orden y cuestionar las relaciones de dominación y la necesidad de autonomías.
Como parte del trabajo de la agencia ha sido limitar el sentido común de varias generaciones de progresistas, yo se los explico apelando a la condición de fanáticos de Star Wars (que sé que varios de ellos comparten). Pues es como si Darth Vader, después de orden 66 y ya bien sentado al lado de Palpatine, hubiera decidido abrir una Escuela de Jedis, con sucursales en toda la galaxia y financiamiento del imperio.
Para fomentar el espíritu noble de aquella orden venerable, con talleres en que se entrene a los jóvenes en el arte de mover rocas con la mente, para el aplauso y ferias en Tatooine. Por supuesto, no estarían permitidos los sables láser. Esos Jedis de exhibición son modernos y pacíficos.
Seamos claros: no es que Usaid, generosa, altruista, humana, “también” promueva agendas políticas. Es que esa es su función principal, para eso fue creada. En Estados Unidos, a funcionarios y políticos —a favor y en contra— se les escapa decir que la agencia es una “fachada de la CIA”. Por primera vez sale en los cables internacionales algo que siempre se supo, y han tenido que ser los trumpistas quienes lo digan: que las actividades de Usaid están destinadas a desestabilizar gobiernos. Eso es lo importante. El dinero, el apoyo a los programas sociales, es una forma de ganar lealtades y colaboradores. Usaid está tan metida en ese entramado social que financia cursos a jueces y fiscales, y patrocina el Lugar de la Memoria (ya saben por qué en ese museo no encontrarán un rinconcito dedicado a Usaid y su participación en las esterilizaciones forzadas).
Por supuesto, es válido ser financiado por Usaid. Es legítimo domesticarse, ser pragmático, realista, capitular. Lo que resulta un poco desubicado es recibir dinero de Usaid y decir que la preocupación de Usaid es “el fortalecimiento de la democracia”. ¿La democracia? Será la democracia que no choca con Estados Unidos. La que no se subleva, la que procura revisar contratos con grandes transnacionales, la que no abre el mapamundi para buscar alianzas con otras potencias.
Que a veces los intereses de Usaid coincidan con los nuestros —como cuando se sumó a la oposición contra Fujimori, cosa que ocurrió debido a que Estados Unidos le bajó el pulgar al presidente, como antes había hecho con su exaliado Pinochet—, no la hace neutral ni bienintencionada. La injerencia estadounidense en América Latina, cuando sus pueblos quieren empoderar a un gobernante que no les gusta, tiene una historia dolorosa de muertes y mentiras, y Usaid es parte de ella.
Por eso, a quienes vimos con interés el surgimiento de movimientos progresistas de la región, a los que hubiéramos querido un Evo Morales o un Rafael Correa en el Perú, a los que todavía tenemos la esperanza de, al menos, una Claudia Sheinbaum peruana, el destino de una agencia que contribuyó a minar todos esos proyectos nos vale madre. Claro, hubiera sido mejor que nos pasara como a Bolivia, donde el presidente se levantó un día y decidió anunciar que cojan sus maletas y se larguen, por injerencistas, y no como podría ocurrir ahora, por un reacomodo interno expresado en el zarpazo de un megalómano impresentable.
Y por cierto, todos los argumentos que apelan a los desposeídos que se verán perjudicados si cesa la ayuda de Usaid confirman lo que dijo el presidente Gustavo Petro: eso no es ayuda. No lo es. Era justamente lo que buscaban y lo lograron: la creación de una dependencia que nunca debió haber existido en primer lugar.
¿Las medidas contra la agencia de cooperación significan que Trump es de pronto aliado de la causa progresista en América Latina? ¿Es un hombre cruel pero sensato que cree que nuestros países deben vivir plenamente su soberanía? De ninguna manera. El cierre significa, tal vez, que algo más siniestro está por venir. Trump, que ya ha mostrado sus ansias de intervenir militarmente en países y mostrar el músculo, cambia la zanahoria y vuelve al garrote. Reencauza el dinero para otras cosas y comienza a hablar con lenguaje militar. El tiburón de Blades quiere volver a la orilla (y no sabes de qué hablo, Usaid hizo su trabajo demasiado bien).
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 719 año 15, del 07/02/2025
https://www.hildebrandtensustrece.com/
Cuando Estados Unidos notó que con esos fondos no solo podía ganarles lugar a las izquierdas locales en el negocio de la ayuda social, sino que además podía captar a esos izquierdistas —robarles el corazón y sus banderas domesticadas—, Usaid se volvió indestructible. O, bueno, casi.
Cuando los izquierdistas se dieron cuenta de que la revolución no era posible, empezaron a pensar que, tal vez, era más divertida la guerrilla de juguete con fondos del imperialismo (que ya tenía bien pensado el asunto). Y empezaron a ver a Usaid como algo bueno. Ciertamente lo es. Es bueno tener a Usaid en la tierra y no un dron en el cielo.
Así, la presencia de Usaid se fue fortaleciendo, fomentando un discurso en favor de una justicia social, una que dejaba de lado, naturalmente, cualquier lucha por subvertir el orden y cuestionar las relaciones de dominación y la necesidad de autonomías.
Como parte del trabajo de la agencia ha sido limitar el sentido común de varias generaciones de progresistas, yo se los explico apelando a la condición de fanáticos de Star Wars (que sé que varios de ellos comparten). Pues es como si Darth Vader, después de orden 66 y ya bien sentado al lado de Palpatine, hubiera decidido abrir una Escuela de Jedis, con sucursales en toda la galaxia y financiamiento del imperio.
Para fomentar el espíritu noble de aquella orden venerable, con talleres en que se entrene a los jóvenes en el arte de mover rocas con la mente, para el aplauso y ferias en Tatooine. Por supuesto, no estarían permitidos los sables láser. Esos Jedis de exhibición son modernos y pacíficos.
Seamos claros: no es que Usaid, generosa, altruista, humana, “también” promueva agendas políticas. Es que esa es su función principal, para eso fue creada. En Estados Unidos, a funcionarios y políticos —a favor y en contra— se les escapa decir que la agencia es una “fachada de la CIA”. Por primera vez sale en los cables internacionales algo que siempre se supo, y han tenido que ser los trumpistas quienes lo digan: que las actividades de Usaid están destinadas a desestabilizar gobiernos. Eso es lo importante. El dinero, el apoyo a los programas sociales, es una forma de ganar lealtades y colaboradores. Usaid está tan metida en ese entramado social que financia cursos a jueces y fiscales, y patrocina el Lugar de la Memoria (ya saben por qué en ese museo no encontrarán un rinconcito dedicado a Usaid y su participación en las esterilizaciones forzadas).
Por supuesto, es válido ser financiado por Usaid. Es legítimo domesticarse, ser pragmático, realista, capitular. Lo que resulta un poco desubicado es recibir dinero de Usaid y decir que la preocupación de Usaid es “el fortalecimiento de la democracia”. ¿La democracia? Será la democracia que no choca con Estados Unidos. La que no se subleva, la que procura revisar contratos con grandes transnacionales, la que no abre el mapamundi para buscar alianzas con otras potencias.
Que a veces los intereses de Usaid coincidan con los nuestros —como cuando se sumó a la oposición contra Fujimori, cosa que ocurrió debido a que Estados Unidos le bajó el pulgar al presidente, como antes había hecho con su exaliado Pinochet—, no la hace neutral ni bienintencionada. La injerencia estadounidense en América Latina, cuando sus pueblos quieren empoderar a un gobernante que no les gusta, tiene una historia dolorosa de muertes y mentiras, y Usaid es parte de ella.
Por eso, a quienes vimos con interés el surgimiento de movimientos progresistas de la región, a los que hubiéramos querido un Evo Morales o un Rafael Correa en el Perú, a los que todavía tenemos la esperanza de, al menos, una Claudia Sheinbaum peruana, el destino de una agencia que contribuyó a minar todos esos proyectos nos vale madre. Claro, hubiera sido mejor que nos pasara como a Bolivia, donde el presidente se levantó un día y decidió anunciar que cojan sus maletas y se larguen, por injerencistas, y no como podría ocurrir ahora, por un reacomodo interno expresado en el zarpazo de un megalómano impresentable.
Y por cierto, todos los argumentos que apelan a los desposeídos que se verán perjudicados si cesa la ayuda de Usaid confirman lo que dijo el presidente Gustavo Petro: eso no es ayuda. No lo es. Era justamente lo que buscaban y lo lograron: la creación de una dependencia que nunca debió haber existido en primer lugar.
¿Las medidas contra la agencia de cooperación significan que Trump es de pronto aliado de la causa progresista en América Latina? ¿Es un hombre cruel pero sensato que cree que nuestros países deben vivir plenamente su soberanía? De ninguna manera. El cierre significa, tal vez, que algo más siniestro está por venir. Trump, que ya ha mostrado sus ansias de intervenir militarmente en países y mostrar el músculo, cambia la zanahoria y vuelve al garrote. Reencauza el dinero para otras cosas y comienza a hablar con lenguaje militar. El tiburón de Blades quiere volver a la orilla (y no sabes de qué hablo, Usaid hizo su trabajo demasiado bien).
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 719 año 15, del 07/02/2025
https://www.hildebrandtensustrece.com/
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