27 de octubre de 2025

¿Cuál guerra contra las drogas?

Daniel Espinosa

"Fue bajo la ocupación estadounidense que Afganistán se convirtió en el narcoestado más importante del planeta"

Ahora que Donald Trump ha extendido sus amenazas contra países latinoamericanos asegurando que el presidente de Colombia, Gustavo Petro, sería un “líder del narcotráfico”, vale la pena recordar que la “guerra contra las drogas” no es más que una treta, un artilugio que Estados Unidos emplea para intervenir en el extranjero.

En 2001, luego de que los talibanes afganos prohibieran el cultivo de amapola en su país, el área de cultivo de esta planta –precursora de la heroína– cayó a mínimos históricos, descendiendo hasta 8,000 hectáreas. A partir de octubre del año señalado, con el inicio de la ocupación militar estadounidense del país asiático, la tendencia se revertiría de manera radical.

Para 2002, el área cultivada ya se había multiplicado casi diez veces, llegando a las 74,000 hectáreas. Las cifras más altas se alcanzarían década y media después. Así, en 2017 se contarían 328,000 hectáreas de cultivos. La producción de amapola solo volvería a caer a niveles parecidos a los de 2001 en 2022, luego del fin de la ocupación estadounidense y el retorno de los talibanes al poder (“Afghanistan Opium Survey 2023”, Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito).

En su libro “The Fort Bragg Cartel”, el periodista estadounidense Seth Harp escribe: “El hecho de que uno de los primeros actos oficiales del recién instalado Gobierno afgano, respaldado por Estados Unidos, fuera legalizar la siembra de amapola, pasó prácticamente desapercibido en la prensa occidental”.

Luego de invadir Afganistán, cuenta Harp, la Casa Blanca colocó en el poder a Hamid Karzai, “un monarquista voluble y presunto heroinómano en la nómina de la CIA, que ejercía su poder y extendía la influencia del nuevo Gobierno… a través de una red clientelar de caudillos, jefes policiales, líderes de milicias, contrabandistas y mafiosos tribales, muchos de los cuales eran importantes narcotraficantes”.

Fue bajo la ocupación estadounidense que Afganistán se convirtió en el narcoestado más importante del planeta. Un artículo de “The New York Times” del 4 de octubre de 2008 señala que para ese año Afganistán estaba suministrando el 95% de la producción mundial de heroína.

Como sucedería una década después en la Honduras de los hermanos Hernández –notorios narcotraficantes alineados al orden estadounidense–, en Afganistán, Ahmed Wali Karzai –hermano del presidente títere– sería uno de los capos del tráfico de drogas protegido por el régimen. Al respecto, el mismo artículo del “Times” señala:

“La Casa Blanca favoreció una estrategia de no intervención con Ahmed Wali Karzai debido a la delicadeza política del asunto”.

Subordinar la lucha contra las drogas a intereses geopolíticos tendría efectos devastadores en las calles de Estados Unidos. El costo de la heroína, que aumentaría notoriamente su pureza, bajaría considerablemente. Como comprueba un estudio del Center for Disease Control and Prevention de EE. UU. (10/07/15), el auge de la heroína afgana coincidiría con un aumento drástico en el abuso de este narcótico en Norteamérica: “El uso de heroína en los Estados Unidos aumentó en un 63% entre 2002 y 2013”.

En su libro, Harp nota cómo, “…De manera curiosa, en 2008, luego de años reportando que la droga del suroeste asiático era cada vez más prevalente en ciudades como Chicago, St. Louis, New York y Boston… la DEA empezó a sostener… que la culpa la tenía México”.

De esa manera, la agencia antidrogas estadounidense desviaba la responsabilidad por inundar las calles estadounidenses de heroína, del Gobierno afgano títere, a un vecino latinoamericano que produce amapola en cantidades comparativamente ínfimas.  

Pero desviar la atención hacia México tampoco resultaba del todo conveniente para el Gobierno yanqui, pues si observamos con detenimiento la historia de uno de los cárteles más sanguinarios de la historia de este país, Los Zetas, veremos que esta organización se originó cuando un grupo de militares mexicanos de élite, entrenados por EE. UU. en Fort Bragg –base del Ejército estadounidense en Carolina del Norte– desertaron en masa para crear dicho cártel, que rápidamente se pondría al servicio de poderosos narcotraficantes del Golfo de México.

Los Zetas, explicó Seth Harp en una reciente entrevista (Democracy Now!, 14/08/25), se originaron en “un proyecto conjunto entre las Fuerzas Especiales de EE. UU. y el Gobierno mexicano para crear una unidad de paracaidistas de élite del Ejército mexicano, que más tarde se salió de control y se convirtió en uno de los cárteles más temidos”. La investigación de Harp detalla que Los Zetas luego traficarían cocaína y otros narcóticos a soldados de Fort Bragg (de ahí el nombre de su libro).

Por si esto fuera poco, miles de fusiles automáticos usados por Los Zetas y otros cárteles mexicanos llegarían a estas organizaciones en virtud del operativo “Fast and Furious”, dirigido por la Agencia de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF, por sus siglas en inglés), subordinada al Departamento de Justicia de EE. UU.

Como explica la antropóloga Ieva Jusionyte (“Rolling Stone”, 16/04/24), entre setiembre de 2009 y diciembre de 2010, agentes de la ATF, el FBI y la DEA permitieron que más de 2,000 fusiles de guerra fueran trasladados de tiendas de armas en Arizona, EE. UU., hacia los cárteles mexicanos. La idea –dijeron los agentes en su defensa– era seguirles el rastro hasta las manos de los narcotraficantes. Eso nunca ocurrió.

Los dueños de la gran prensa latinoamericana pertenecen a un sector de la sociedad que, de manera tradicional, ha dependido de las intervenciones yanquis para mantener un statu quo que estima favorable. Por eso sabemos tan poco del rol de EE. UU. en el tráfico de drogas y la violencia relacionada, porque información como la detallada en este artículo –que no es más que la punta del iceberg– deja en ridículo su supuesta “guerra contra las drogas”.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 755 año 16, del 24/10/2025

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