Patricia del Río
La campaña “Por estos no” es saludable, pero ¿y después?
Desde que el Tribunal Constitucional decretó que el Congreso puede vacar presidentes prácticamente por cualquier causa, siempre y cuando reúna los 87 votos necesarios para hacerlo, en el Perú los presidentes se han convertido en rehenes del Poder Legislativo. Hoy por hoy, son los congresistas quienes los pueden mandar al patíbulo por cualquier tontería, o quienes les perdonan la vida ante faltas gravísimas si eso le resulta útil a sus propósitos.
El caso de Dina Boluarte es absolutamente representativo de esta nueva realidad y no hace más que confirmar lo perverso y antidemocrático en lo que ha devenido la vacancia, cuyo fin primigenio era establecer una auténtica división de poderes y un sistema de pesos y contrapesos que garantizara la gobernabilidad. Solo para refrescar la memoria: a la expresidenta Boluarte le perdonaron la vida tras los 50 muertos con los que inició su gobierno; se la volvieron a salvar después de escándalos evidentes de corrupción, como el desfile de relojes Rolex; pasaron por agua tibia su ausencia en el cargo mientras se hacía “retoques” cosméticos; y le toleraron su incapacidad absoluta para contener la violencia urbana.
Cada uno de estos salvavidas, ya lo sabemos, no fue gratuito. Le sirvieron al Congreso para aprobar leyes que beneficiaran a unos cuantos, para blindar a grupos criminales o para recibir del Ejecutivo recursos extraordinarios para sus regiones. Y sabe Dios cuántas prebendas más habrá de las que aún no nos enteramos. La relación entre el Legislativo y el Ejecutivo ha devenido en un toma y daca que se hace a espaldas de los intereses de la población y que resulta un espectáculo patético. Por eso ambos poderes son repudiados por los ciudadanos; por eso sus niveles de desaprobación han alcanzado límites históricos.
En este contexto, que ya conocemos, se avecinan las próximas elecciones. En 2026 los ciudadanos recibiremos una cédula —que parecerá un sabanón— en la que figurarán más de 30 nombres de candidatos que buscan llegar a la presidencia. Habrá treinta propuestas distintas, con variadas experiencias, que nos habrán prometido durante la campaña convertirnos en la Suiza que, valgan verdades, a este paso nunca seremos. Veremos a payasos emulando a Bukele, a déspotas prometiendo mano dura y a moderados llamando a la concordia y la reflexión. Habrá los pintorescos, que, más que ideas, ofrecerán el show de siempre; los viejos conocidos, para quienes postular parece un negocio quinquenal; y la veterana Keiko Fujimori, que si no ve su nombre en una cédula electoral sufre una crisis de ansiedad. Habrá de todo, como en botica, pero la verdad es que dará lo mismo.
En un contexto en el que el presidente ya no tiene ninguna autonomía y se ve arrastrado por las decisiones de un Congreso mafioso, ¿de verdad importa quién gane el sillón presidencial? Ante una figura tan debilitada, ¿habrá alguna diferencia entre un Porky, un Phillip Butters, un Roberto Chiabra o cualquier otro u otra? Parece evidente que no. En este nuevo escenario, en el que la vacancia presidencial se ha convertido en el mecanismo mediante el cual el Congreso decide qué pelele le conviene más tener en la Casa de Pizarro, el voto popular ha dejado de tener relevancia o poder alguno. Los que ponen y sacan presidentes ya no son las elecciones ni las marchas en las calles pidiendo renuncias. Al presidente lo coloca un puñado de peruanos que, según lo que hemos visto en los últimos años, una vez que se acomodan en su curul se olvidan de a quién representan y se dedican a beneficiarse del cargo.
La consecuencia obvia ante esta nueva normalidad parece ser que vamos a tener que elegir con mucho cuidado y conciencia a los padres y madres de la patria, pero ahí estamos otra vez ante un callejón sin salida. En primer lugar, dependemos del menú de candidatos que ofrece cada partido político que, si vemos la oferta de los últimos años, suele ser paupérrima y mafiosa. En segundo lugar, ante la avalancha de candidaturas que invadirán la cédula, es prácticamente imposible que los electores tengan el tiempo y la paciencia para evaluar los mejores perfiles que merecen entrar al Congreso, así que probablemente voten un poco a ciegas, resignándose a que la cifra repartidora decida por ellos.
Ante este desolador escenario surge la propuesta que ya vemos correr por calles, plazas y redes sociales: “Por estos no”, un llamado a no votar por quienes actualmente están en el Parlamento y se han dedicado a ejercer su poder con un cinismo vomitivo. Me apunto: no pienso votar por ninguno de los partidos que mantienen bancadas mafiosas. Pero la pregunta del millón es: ¿por cuáles sí? ¿Surgirán propuestas decentes antes de abril de 2026? Si es así, ¿tendremos tiempo de conocerlas para elegirlas? Y si esto ocurre, ¿estamos seguros de que, una vez en el Congreso, no olvidarán sus promesas y echarán a andar la tentadora máquina que anula presidentes y beneficia sus mezquinos intereses?
Me disculparán la apatía y el pesimismo, pero me temo que al “por estos no” va a ser difícil que se le contraponga una propuesta decente. Así que, ya lo saben, ir a votar en las próximas elecciones será un mero trámite cuyos resultados probablemente no cambien en nada la precariedad en la que vivimos.
Fuente: https://jugo.pe/vacancia-presidencial-peru-2026-congreso/

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