César Hildebrandt
"Vizcarra y Castillo están en la cárcel. No seré yo quien lo lamente"
Si Martín Vizcarra pidió coimas, como dicen los empresarios corruptos que se las pagaron, está muy bien que sea condenado. Que pase en Barbadillo la temporada en el infierno que le corresponde. Que pague con la deshonra su codicia.
Lo increíble es que el sistema judicial permita a los constructores que pagaron plata sucia para obtener licitaciones estar en sus casas escuchando la sentencia de quien fue su socio criminal.
Lo que da grima es ver a Rafael Vela Barba felicitando a Germán Juárez Atoche después de la sentencia. Ambos consintieron en no aplicarles la ley a quienes también pecaron. Eligieron el método que permite privilegios excepcionales siempre y cuando se embarre al blanco principal.
Vizcarra está en cana. La derecha lo quería allí no porque haya sido un corrupto –no hay derecha con sentido ético en el Perú– sino porque cerró el Congreso donde el fujimorismo era mayoría aplastante y hacía de vientre cada vez que algún lobby le exigía una ley (o parar un proyecto). El cargamontón que asesinó simbólicamente a Vizcarra no nació de un prurito constitucionalista sino de un afán de escarmiento y venganza.
Vizcarra no le hace ascos al cinismo ni a la tergiversación de la verdad. Cerró el Congreso putrefacto no porque quisiera limpiar el país sino porque aspiraba a tener todo el poder que le fuera posible acumular. Vizcarra fue un fujimorista sin insignia. Y ha terminado como Fujimori.
Que la derecha pestífera festeje su encarcelamiento sí que es una paradoja. La derecha política y empresarial de este país vive del saqueo prebendario, de las amistades decisivas, de las licitaciones amañadas, de las coimas municipales para construir moles indebidas. La derecha peruana nació en gran parte del dinero del guano repartido en los lodos de la consolidación de Echenique y no ha abandonado ese origen. La derecha de mi país celebra la cárcel de Vizcarra pero pagaría lo que fuese necesario para impedir que la corrupta Keiko Fujimori termine, como tendría que ser, tras los barrotes. La heredera de la mafia fujimorista representa, a pesar de sus derrotas, la firmeza sin escrúpulos de los que sienten que el Perú les pertenece, que la cholería es una impertinencia del paisaje y que cualquier engaño es lícito con tal de que todo siga igual. Para esa derecha, la felicidad nace de la quietud y la morgue es el destino de los exaltados.
Esa derecha está feliz también con la condena de Pedro Castillo, el pobre diablo al que acorralaron fácilmente. Castillo ha sido condenado por conspiración para rebelarse y creo, sin ser abogado, que esa sentencia es justa. ¿Pero no conspiraron para rebelarse en contra del orden constitucional quienes durante meses intentaron demostrar que las elecciones habían sido un fraude y que era un deber desconocerlas? ¿No conspiraron contra el orden constitucional los que pagaron a famosos abogados grandes sumas para tejer la teoría de que Castillo era un presidente ilegítimo porque había nacido del cambio de actas, de la tachadura de cifras, del robo de la voluntad popular?
No, claro que no. Para esa gente, para ellos y sus compinches políticos sólo cabe la benevolencia, el olvido, la indulgencia. La inocencia los antecede. Su absolución es de antemano. Ellos no conspiraron. Ellos eran guardianes de la democracia, tal como la entiende la derecha inmortal de mi país: el viejo orden, las várices del privilegio hereditario, el prestigio del moho.
Vizcarra y Castillo están en la cárcel. No seré yo quien lo lamente. Lo que me da asco es ver a la derecha en pleno –los Baella, las Valenzuela y las tribus de Willax, para citar algunos ejemplos– brindar con champán esa carcelería al mismo tiempo que defienden la causa de Keiko Fujimori, las leyes pro crimen, el Congreso del hampa, la dictadura de un mercado plagado de oligopolios tramposos y monopolios con ganzúas al cinto. Quien sólo ama el dinero y tiene pata de palo y loro al hombro no tiene derecho de brindar por la aplicación de la justicia. Sobre todo cuando hace campaña por una justicia tuerta que hoy está en manos de una Junta de malandrines, un Tribunal Constitucional escorado y un Ministerio Público bajo acoso.
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 760 año 16, del 28/11/2025
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