1 de diciembre de 2025

Perú: Ideas trasnochadas

Juan Manuel Robles

"¿A quién habría que revisarle la basura? ¿Apuntarle las rutinas en un cuaderno Loro?"

Cuando Martha Chávez tenía todo el poder del mundo gracias a las altas cualidades estadistas de Fujimori y Montesinos, la congresista estrella del régimen declaraba a la prensa casi todos los días. Su tono era altanero y provocador. Para justificar el cambio constitucional que atornillaba a Fujimori al gobierno, de manera polémica y dudosa, decía que ellos deberían quedarse en el poder un buen tiempo, “como en Chile”, para que no haya posibilidad de que venga alguien a cambiar todo “con ideas trasnochadas”. Se refería, por supuesto, a la izquierda y su visión del mundo, su estatismo patológico, su proteccionismo miope y sus políticas que solo generan miseria. Esa forma de ver el mundo debía ser desterrada del nuevo país. Por algún motivo, la frase dicha por la señora retumba en mi cabeza treinta años después. Ideas trasnochadas, decía.

Pues ahora que Keiko Fujimori se postula por cuarta vez y Chávez será candidata al Senado, me pongo a pensar en cómo pasa el tiempo. Ya es un cuarto de siglo desde que Alberto Kenya se fugó y renunció por fax; no solo eso; ya es un montón de tiempo el transcurrido desde que la hija se postuló por primera vez a la presidencia de la república. Y son diez años desde que Keiko candidateó y llegó a la segunda vuelta con Kuczynski (el inicio del caos). Keiko es el pasado, por partida doble. No solo porque encarna —o trata de encarnar— a un tirano de otro siglo, sino porque ella misma es una referencia que ya no puede pasar por “nueva”. Ni siquiera con la generosidad de esos politólogos que, hasta hace pocos años, resaltaban su juventud como señal de distinción. Sus ideas son viejas y no cambian. Trasnochadas.

¿Qué es más trasnochado que la estrategia de Keiko para acabar con ese gran problema nacional que es la inseguridad ciudadana? ¿La oyeron? Volvió al estribillo conocido: decir que ellos, como derrotaron al terrorismo, están capacitados para derrotar a la delincuencia. Y para demostrar que tiene cómo materializar la idea, acaba de presentar al gran cerebro: Marco Miyashiro (72), una de las cabezas del GEIN, el grupo especial que logró la captura de Abimael Guzmán en 1992, hace 33 años.

Como si el mundo no hubiera cambiado, como si el contexto no fuera completamente distinto. Como si fuera lo mismo el caso particular Sendero Luminoso, un movimiento terrorista, pero sobre todo un grupo fanático que funcionaba como un cerebro colectivo y no podría sobrevivir a la caída del gran líder (la Cuarta Espada), que una banda criminal actual, que tiene relevo y reacomodo instantáneo una vez que cae la cabeza.

Me pregunto sin mala onda: ¿A quién habría que atrapar con los métodos de Miyashiro para darle un golpe duro a la delincuencia? ¿A quién habría que revisarle la basura? ¿Apuntarle las rutinas en un cuaderno Loro? ¿Y no será difícil husmear afuera del domicilio pues el hombre vive en un condominio cerrado? ¿Y qué tal si el hombre —o la mujer— ni siquiera necesita esconderse porque tiene una red que lo protege? ¿Y si la red llega a las dos cámaras del venerable parlamento nacional? ¿Y si el patrón del mal manda a hacer leyes para vivir más tranquilo? ¿Y qué tal si el partido político que lo apoya es el de la jefa? Menudo lío.

Trasnochado —y engañoso— es remitirse a la gran captura de un criminal que no tenía intereses en común con los grupos de poder económico, cosa que sí tienen las bandas actuales. Son ideas trasnochadas, congeladas en el tiempo. El mundo es más complejo y más vil: el otro líder del GEIN, Benedicto Jiménez, estuvo preso por lavado de activos acusado de formar parte de una red que tenía infiltrados en varias entidades del Estado.

Es bien trasnochado, a estas alturas, vender al fujimorismo como el gran garante de la seguridad ciudadana, y repetir la fábula de un Perú con las calles sin asaltantes gracias al fujimorismo, repetir estúpidamente que el país se llenó de delincuentes después del 2000, con la salida del gran estadista de la “mano dura” y la llegada de presidentes débiles.

Esa es la idea fuerza que empiezan a vender aprovechando la amnesia: que el gobierno de Fujimori, luego de diezmar a la subversión, disminuyó también los índices de inseguridad ciudadana o al menos detuvo su crecimiento. Nada que ver. El gobierno de Fujimori pasó de sembrar terror a los subversivos —y a miles de inocentes que no lo eran— a provocárselo a sus enemigos políticos, que fueron amenazados, asesinados o extorsionados. Salvo la errática ley para procesar por terrorismo agravado a los matacambistas, el gobierno dejó las calles a su suerte. El final de los noventa no fue un momento de seguridad particularmente envidiable. Más bien, fueron años de profunda crisis económica, que hizo crecer la delincuencia y su ferocidad; además, campeaba una corrupción tan grande, tan descarada y omnipresente, que se respiraba en el aire y causaba contagio.

Por no hablar de lo evidente: que por quince años —por lo menos— el fujimorismo ha tenido bancadas poderosas, apoyadas por el poder económico y los medios hegemónicos, perfectamente capaces de hacer leyes para poner en ejecución todo ese conocimiento, ese know how que supuestamente poseen. Pero no lo han hecho. En realidad, ha sido al revés.

Y, sin embargo, ahí veremos a Keiko balbuceando. Mano dura. Gein. Abimael. Terroristas. La misma imagen del 2011. Y el 2016. Y el 2021. Tan vacía y tan terriblemente trasnochada.

27-11-2025

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 760 año 16, del 28/11/2025

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