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26 de enero de 2022

Perú: LA GOTA QUE DERRAMÓ EL PETRÓLEO

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Sharún Gonzales

¿Qué podemos aprender del derrame en la costa limeña?

El 15 de enero, un derrame de petróleo en la refinería La Pampilla afectó 18.000 metros cuadrados de mar peruano, un área que probablemente resulte ser mucho mayor. Durante estos días han circulado imágenes de la fauna marina muerta y teñida de negro en las costas de los distritos de Ventanilla (provincia del Callao), Santa Rosa y Ancón (Lima Metropolitana). Repsol, la empresa que administra la refinería, ya enfrenta medidas administrativas dictadas por el Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA), adscrito al Ministerio del Ambiente. ¿Qué podemos aprender sobre los derrames de petróleo en Perú?

La actividad petrolera, en general, es una industria de alto impacto ambiental. Según Greenpeace, los derrames de petróleo en ríos, mares y océanos se encuentran “entre los más graves desastres ambientales que atentan contra la biodiversidad”. Se calcula que, aproximadamente, 3.800 millones de litros de petróleo entran cada año a los océanos como resultado de las actividades humanas. Las causas de los derrames pueden ser accidentales o deliberadas.

Los derrames accidentales incluyen las consecuencias de fenómenos naturales, aunque no sean la mayoría. Un pequeño porcentaje de derrames de petróleo, 8% de acuerdo al mismo informe de Greenpeace, se debe a causas naturales. Este es el caso de la catástrofe de este fin de semana en Lima. La erupción en Tonga a 10.000 kilómetros de distancia ocasionó oleajes anómalos en Perú. El incidente ocurrió mientras un buque intentaba descargar barriles en condiciones adversas y colisionó con el terminal.

Los factores naturales juegan un rol en los potenciales riesgos de la actividad petrolera. Sin embargo, estos no pueden ser los responsables de una alteración del medio ambiente. Se trata de un riesgo conocido en la industria y, por lo tanto, requiere de un plan de contingencia. Las autoridades medioambientales investigan más a fondo cuál era este plan en el caso de la refinería y por qué no se efectuó a tiempo. También queda pendiente responder por qué continuaba la actividad en las costas pese a la alerta internacional de tsunami en el Pacífico.

Así como los fenómenos naturales, hay otras causas más frecuentes de derrames de petróleo. No es la primera vez que sucede un derrame de petróleo en Perú. Tampoco es el primer derrame de petróleo de Repsol. En el 2013, la Dirección General de Capitanías y Guardacostas (Dicapi) y la OEFA detectaron un derrame de 195 barriles de petróleo en el mismo terminal afectado este fin de semana.

Esta vez el impacto se ha sentido cercano a la capital del país. Usualmente, el escenario es otro. Los ríos y suelos amazónicos quedan teñidos de negro por tuberías de crudo en mal estado.

Durante la pandemia, Convoca.pe registró al menos 14 derrames de petróleo en el país. La mayoría de ellos ocurrieron en el Lote 192, en la región Loreto. En el territorio ancestral de distintos pueblos  como el kichwa, los tubos en mal estado suelen manchar centenas de metros cuadrados. En esas circunstancias, no solo la fauna y el mar se ven afectados directamente. Los derrames son un problema social.

Los pescadores, cuyas economías familiares dependen de un mar limpio y sostenible, han protestado por lo sucedido en  La Pampilla. De forma parecida protestan las comunidades que pasan días recogiendo el petróleo y depositándolo en bolsas cuando es posible. Cuando no, el petróleo fluye al río donde coexisten los peces de los que se alimentan y el agua que beben.

Un informe de Servindi relata que la mayoría de derrames  en Perú (35.2%) son ocasionados por actos de sabotaje o atentados de terceros contra las compañías petroleras. El 32% es ocasionado por falta de mantenimiento. Por otro lado, de los 190 derrames ocurridos en 20 años, “13 son por falla de accesorios o conexiones, 7 por causas externas, 18 por causas naturales, 5 por fallas de construcción y 8 por fallas operativas”. Los actos de sabotaje son un tema digno de atención, tanto como la responsabilidad de las empresas que no previenen el riesgo de derrame.

Como recordamos, una de las conclusiones de la COP26 sobre cambio climático es la necesidad urgente de reducir el consumo de hidrocarburos como el petróleo por ser altamente contaminantes. Los derrames son solo parte de sus consecuencias en el medioambiente. La cuestión de fondo es cómo y cuándo daremos el giro a otras fuentes de energía que nos mantengan a salvo, a corto y largo plazo.  

Sharún Gonzales. Periodista. Magíster en Ciencia Política y en Estudios Latinoamericanos, tiene también formación en estudios de género y de la diáspora africana. Su experiencia incluye proyectos enfocados en ciudadanía y visibilización de poblaciones diversas. Sus investigaciones sobre prensa deportiva y representación política han sido publicadas en revistas y libros académicos.

7 de abril de 2021

Perú: ¿Y si tuviéramos sorteos en vez de elecciones?

Sharún Gonzales

Desde que se anunciaron las decenas de candidatos a la presidencia del Perú, los ánimos electorales empezaron a decaer. Estudios de marketing sugieren que la abundancia de opciones se convierte en una fuente de estrés para quien consume y, como resultado, alguien puede hasta desistir de comprar en lugar de tomar una decisión. Quizás esto sirva para empezar a explicar ese significativo porcentaje de peruanas y peruanos que simplemente no elegiría a ningún candidato/a. O tal vez ocurra que parece que hubiera muchas opciones, cuando en realidad algunas se parecen entre sí.

Con tanta tensión en el ambiente, me pregunto si habría otras formas factibles de elegir a quienes nos representan. Cuando hace unas semanas escribí aquí sobre la diferencia entre representación y democracia, no llegué a elaborar las alternativas a la representación. Hoy quiero proponerles pensar en la posibilidad del sorteo.

Como expliqué en aquel artículo, el mecanismo de elecciones para asignar cargos de gobierno se instauró a partir de las revoluciones francesa y norteamericana. Antes de eso, diversas sociedades antiguas confiaban en el sorteo para seleccionar a sus gobernantes. En la Atenas del siglo 500 y 400 A.C., por ejemplo, los órganos de gobierno más importantes eran conformados a través del sorteo.

Puede sonar jalado de los pelos, pero la idea del sorteo como herramienta para mitigar las barreras de acceso a la representación no es nueva. Tampoco es idea mía. David Van Reybrouck, en su libro Contra las elecciones (2016), explora alternativas a los problemas que traen las elecciones. El sorteo es una de ellas. Para entender cómo funcionaría es útil revisar, precisamente, la antigua democracia ateniense que supuestamente sentó las bases para el sistema que usamos hoy en día.

De acuerdo con el libro de Reybrouck, en sus orígenes la democracia ateniense incluía un poco de suerte. Además de ser más directas que nuestro sistema de representación, la mayoría de las funciones gubernamentales eran asignadas por sorteo. Una de sus ventajas era neutralizar la influencia personal. “En Roma no había un sistema de sorteo e incontables escándalos de corrupción eran el resultado”, cuenta el autor. Mientras menos influencia personal existía en el proceso de selección, menos posibilidades había de usarla en favor de ciertas candidaturas.

Aunque la modalidad del sorteo pretendía maximizar la representación y la igualdad entre la ciudadanía, esta no se aplicaba para todos los cargos. Las elecciones estaban reservadas para las altas funciones militares o financieras, por ejemplo. En esos casos, el principio de igualdad era, excepcionalmente, subordinado al principio de seguridad.  Las elecciones, pues, se aplicaban a una minoría de los cargos gubernamentales.

Esta forma de asignar cargos no era una tómbola. Había otras reglas. Los puestos atenienses eran sorteados por un año y, generalmente, las personas no eran elegibles para reelección. La rotación era el otro gran elemento complementario al sorteo. Según Reybrouck, entre el 50 y 70% de los ciudadanos atenienses de más de 30 años habían participado alguna vez en el Concejo.

Hoy resulta una propuesta descabellada. El sorteo podría funcionar en ciudades pequeñas, ¿pero podría funcionar en un país con más de 30 millones de personas? También cabe la duda de si confiamos lo suficiente en el resto de la ciudadanía de a pie para liderar los procesos de toma de decisión. Sin duda, surgen muchas otras preguntas. Adoptar mecanismos como el sorteo no sería una reforma superficial, implicaría repensar la estructura que hoy es nuestro sentido común.

En Contra las elecciones, Reybrouck propone una mezcla entre el método de elecciones y el sorteo para cubrir los vacíos que hay en ambos. De esta forma podría entenderse como una propuesta más cercana, aunque una duda persista: ¿podemos confiar en gobernantes elegidos al azar? No olvidemos, sin embargo, que actualmente tampoco solemos confiar en los que elegimos colectiva y legítimamente. Pensar en posibilidades fuera de la caja no sería un mal ejercicio, al menos como análisis para reforzar nuestro sistema actual.