23 de febrero de 2009

Escuela, quechua y aimara

Luis Jaime Cisneros

No deja de inquietarme que la UNESCO llame la atención sobre las amenazas que se ciernen sobre lenguas como el quechua y el aimara. Vamos a celebrar este año los 400 años del libro con que Garcilaso inaugura la literatura peruana, y no podemos aparecer indiferentes. Somos un país pluricultural y plurilingüe, al margen de reivindicaciones politiqueras y de argumentaciones trasnochadas.

País enigmático el Perú. No alcanzan a dar los libros una clara información sobre nuestra propia índole, y por eso a veces nos sumimos en la perplejidad y la tristeza. País de geografía alucinada es el nuestro, de valles atrayentes y ríos caudalosos. A todo ello aluden viajeros y cronistas. El quechua fue, en nuestra mejor hora colonial, tan importante que parecía haber adquirido, como insinuó Raúl Porras, “la prestancia de un latín indiano”.

Pero no alcanzan los jóvenes a pulsar lo que esto significa como responsabilidad para quienes somos, por peruanos, partícipes del destino de esta nación. La escuela no ha prestado atención a esta circunstancia. Por eso nuestra desubicación comienza desde la hora escolar. Y es bueno llamar la atención hoy, en vísperas de inaugurar las clases.

Creemos ser un país monolingüe, y un cierto rubor nos alcanza cuando tenemos que acceder a alguna lengua indígena. Pero es verdad, y hay que admitirlo: no somos un país monolingüe. Y no serlo comporta una situación sociocultural muy peculiar. Porque la integración no halla caminos que la hagan propicia. La integración queda ciertamente asegurada por ríos y caminos. No los hay todos infranqueables en el Perú. La distancia y la soledad constituyen una presencia constante de nuestro viejo mapa colonial. Sus consecuencias actuales se expresan en pobreza, subdesarrollo, insalubridad, analfabetismo.

Medio Perú habla una lengua europea, que tiene además la ventaja de la lengua escrita. Es la lengua de las oficinas públicas, de la escuela, de los diarios, la radio y la televisión. Otro medio Perú habla, con cierto pudor, alguna lengua indígena. Pero hay además gran cantidad de compatriotas que desconocen totalmente el español, la lengua en que se expresa nuestra legislación, y es verdad que no hemos asignado todavía la debida importancia al fenómeno. Cuando el terror asoló valles y cumbres, una gran herida pudo tal vez conmovernos ante esta verdad: muchos peruanos habían muerto clamando justicia en su lengua natural. Épocas hubo (y no muy lejanas) en que la torpeza de algunos y la ceguera de muchos calificó de demagógico cualquier intento de prestar atención especial al manejo de la lengua indígena.

Somos un país plurilingüe, y de eso deben tomar conciencia las nuevas generaciones. Si es que realmente queremos ayudar al progreso del país, y de verdad aspiramos a un porvenir como el que para nosotros vaticinaron quienes nos dieron patria, debemos empeñarnos en que la escuela explique a todo estudiante cuál es la realidad. Ser plurilingüe y multicultural como lo somos, no es demérito de ninguna comunidad política. Lo grave es renegar de las esencias y vivir una triste y torpe metáfora, tras la cual no podemos ocultar la verdad de los términos reales. Somos una sociedad plurilingüe. Dieron cuenta de esa condición, con orgullo y sin rubor, hombres como Garcilaso ayer y como Arguedas hoy.

Nadie puede negar las ventajas unificadoras del español. Así como muchos de nosotros no somos competentes en alguna lengua indígena, y eso no nos margina de la sociedad peruana, debemos admitir que muchos compatriotas no son diestros en el manejo de la lengua europea, y no tienen por qué sentirse marginados. Pero se sienten marginados, y lo están. Y aquí está nuestro reto: la sociedad peruana que proclamamos no se ha de integrar solamente con una parcela, sino que exige la concurrencia de todas las que resulten constitutivas de su ser.

Aquí hay una tarea atrayente para los jóvenes. Hay que colaborar para que el hombre andino comprenda, desde su propia lengua nativa, las ventajas que el español ofrece para acercarse a la vida moderna. La escuela debe aprender a adentrarse en el alma silenciosa del pueblo indígena para hacerle conocer esta verdad. Es absurdo que nuestros estudiantes repitan que la lengua es instrumento de cohesión nacional, y que no los convoquemos a comprender los riesgos de esta afirmación en nuestro propio territorio.

FUENTE:
http://www.larepublica.pe/aula-precaria/22/02/2009/escuela-quechua-y-aimara

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