César Lévano
La caída y muerte de Muamar Gadafi se veía venir: estaba acosado por una insurrección popular y bombardeado con armas de Estados Unidos y Europa, que buscaban asegurar, no la democracia, sino los suministros de petróleo.
Gadafi era un dictador sanguinario y excéntrico. En sus inicios fue un nacionalista radical y un musulmán devoto. Llegó al poder en 1969, a los 27 años de edad, en su condición de jefe de gobierno y líder de un Consejo Revolucionario que había derrocado al rey Idrs.
En su fase radical se distinguió por el empeño de unificar a Libia con otras naciones árabes, por su oposición a negociar con Israel y por el cierre de las bases militares de Estados Unidos e Inglaterra.
Igual que otros regímenes nacionalistas árabes de la época, estimuló la organización de los sindicatos y los movimientos populares. Podría decirse que en ese período fue conductor de una corriente antiimperialista, agraria y panárabe, una suerte de aprismo con fuerte ingrediente religioso musulmán. Como en otras naciones árabes, los dirigentes libios viraron finalmente hacia la derecha. Como el APRA.
Gadafi erró al fomentar y practicar el terrorismo. Un hecho que provocó justa repulsa mundial fue la voladura de un avión de pasajeros de Pan Am en el espacio aéreo de Escocia. Murieron los 270 ocupantes de la aeronave.
Gracias al petróleo, Libia pudo brindar un buen nivel de vida a su población. Pese a esto, el carácter autoritario del régimen libio creó descontento popular, el cual era reprimido con crueldad.
Al mismo tiempo, Gadafi abandonó sus afinidades terroristas y se inclinó por la conciliación con las potencias occidentales.
Cuando se produjo la primavera árabe, Gadafi parecía confiado en su poder político y militar, y sus amistades occidentales. Sin embargo, el ejemplo del movimiento popular que barrió con el gobierno de Ben Alí en enero en Túnez y con el régimen de Hosni Mubarak en Egipto en febrero, animó al pueblo de Libia a reclamar libertad, democracia.
Lo que empezó como una movilización civil pacífica se convirtió, en respuesta a la represión militar, en una guerra civil. Los rebeldes recibieron enseguida la ayuda militar de Estados Unidos, que luego cedió la posta a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), cuyo núcleo es europeo. Una especie de confesión armada respecto a quién interesa más el petróleo libio.
Lo cierto es que Gadafi enfrentaba una vasta coalición interior, variopinta y ambigua, y una arremetida del imperialismo. Las Naciones Unidas se alinearon contra él, al acordar un embargo de armas, prohibirle salir de Libia y congelar sus bienes personales, que se calculan en 30 mil millones de dólares.
En los próximos días se verá hasta qué punto el final de un dictador no se convierte en el amanecer de un poder extranjero.
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