Tomas Rotta
Brasil tiene una larga historia de reformas de arriba hacia abajo que han encarado inadecuadamente la profunda desigualdad que divide el país. Las manifestaciones masivas, provocadas por aumentos de los pasajes del transporte público y los costes de la Copa del Mundo, están llamando finalmente la atención acerca de problemas que no se pueden resolver mediante cambios menores, lo que indica que las cosas podrían ser diferentes esta vez.
A fin de encarar la desigualdad sistémica entre la imagen idílica del Brasil de la samba y del fútbol, tiene que haber una ruptura social y política. Los miles de millones de dólares que se están gastando en la próxima Copa del Mundo 2014 han indignado justamente a millones de brasileños que viven sin infraestructura social y carecen de bienes públicos básicos.
Personas de todas las inclinaciones políticas han salido a las calles en las principales ciudades de todo el país. La violencia policial contra los manifestantes en Sao Paulo al comienzo de la protesta desencadenó varias manifestaciones de masas en toda la nación con una amplia gama de demandas dirigidas a todas las formas de desigualdad social. La reacción estatal ante el movimiento ha sacado a la luz 500 años de cólera y frustración reprimida por la profunda desigualdad.
Desde hace tiempo Brasil es uno de los lugares con más desiguales del planeta y le atormenta una historia de esclavitud y opresión. Hace cinco siglos los colonizadores portugueses mataron y esclavizaron a millones de habitantes indígenas para enriquecerse con minerales y caña de azúcar. Poco después Brasil se convirtió en el mayor país africano fuera de África al recibir a casi el 40% de todos los esclavos llevados al continente americano [1]. Este sistema económico basado en la esclavitud de negros, indígenas y pobres duró casi cuatro siglos. El legado de la esclavitud está presente en nuestra vida diaria; por ejemplo, prácticamente todas las viviendas de clase media y alta se construyen con habitaciones adosadas para los sirvientes domésticos, muy parecidas a las senzalas unidas a las mansiones de los amos. [2]
La primera reforma en Brasil tuvo lugar en 1822 con la independencia. No fue un gran cambio en la práctica y ciertamente no fue una ruptura. La clase dominante brasileña declaró la independencia de Portugal manteniendo a la familia real portuguesa en el poder [3]. El hijo del rey de Portugal fue inmediatamente declarado emperador del nuevo imperio “independiente” de Brasil y cuando huyó del país su hijo real asumió el poder.
La segunda reforma tuvo lugar en 1888 cuando los terratenientes acabaron oficialmente con el sistema de esclavitud. De nuevo, un cambio sin ruptura. Brasil fue el último país del mundo en poner fin a la esclavitud, un fenómeno de arriba hacia abajo para ceder a la presión inglesa para expandir su imperio comercial. No supuso ningún problema para los ricos: ya estaban explotando la mano de obra barata inmigrante en condiciones duras similares a la servidumbre. [3] [4]
La tercera reforma ocurrió un año después, en 1889, cuando la clase gobernante declaró la transformación del Imperio en una moderna república capitalista. Ningún movimiento popular, ninguna participación popular; simplemente un acuerdo de negocios entre ricos [3] [4].
La cuarta reforma ocurrió en 1929 cuando Getulio Vargas puso fin al acuerdo político entre las elites de los Estados de Sao Paulo y Minas Gerais. Vargas provenía del sur del país y utilizó su liderazgo político y su comando militar para orquestar un golpe de Estado contra los terratenientes que habían estado controlando el gobierno federal desde 1889, aunque el propio Vargas era un terrateniente. De nuevo, un cambio sin ruptura. Bajo Vargas, desde 1930 hasta 1945, la economía se industrializó y, en cierto grado, se nacionalizó. Vargas introdujo la legislación laboral todavía hoy en vigor en Brasil, mientras que al mismo tiempo reprimía a los comunistas y a otros desafíos desde abajo. Los presidentes que vinieron después también mantuvieron el mismo orden. La consigna era ‘Orden y progreso’. Industrializar y garantizar que los poderosos siguieran siendo poderosos [3] [4].
Esto comenzó a cambiar lentamente a fines de los años sesenta cuando Joao Goulart llegó al poder y aumentó modestamente los derechos de los trabajadores. Las inclinaciones izquierdistas de Goulart y sus aproximaciones a Castro y Mao fueron lo último para la clase dominante. En 1964 lo depuso un golpe militar que impuso una dictadura durante los 21 años siguientes. El ejército reprimió las demandas populares mediante la fuerza y las cárceles asegurando así la continuación de los beneficios para los ricos.
Las décadas de dictadura militar destruyeron cualquier esperanza de reforma agraria y de un sistema decente de educación pública para las masas. Brasil se volvió incluso más desigual en las ciudades y en las áreas rurales. Una sola familia podía poseer más tierras en Brasil que toda el superficie de un país europeo occidental. Hay que imaginar lo que significa que una sola persona posea tanta tierra como Bélgica mientras tiene el control de medios periodísticos, canales de televisión, y votantes [5] [6]. Esos propietarios capitalistas eran los así llamados coronéis.
Uno de esos coronéis, José Sarney, se convirtió en el primer presidente civil en 1985 cuando acabó el control militar directo. Ningún voto popular, solo un trato político entre ricos para retirar al ejército e instalar en el poder a ricos y poderosos. Como en el caso de cualquier otro importante episodio en la historia brasileña, el pueblo volvió a estar bajo un sistema dirigido desde arriba. Sarney todavía preside el Senado.
Fue también durante el período de dictadura militar cuando se formó la primera ola de movimientos sociales auténticamente de abajo hacia arriba. Comenzando con las huelgas generales en el Estado de Sao Paulo, Lula y el Partido de los Trabajadores (PT) dirigieron manifestaciones de masas contra la opresión y la desigualdad. Los eventos desde 1978 a 1989 constituyeron un cambio importante en la lucha por la democracia social [7] [8]. Es interesante que estos movimientos hayan surgido al mismo tiempo que las agendas neoliberales de Reagan, Thatcher, y Mitterand se imponían en países desarrollados. El Partido de los Trabajadores estableció la agenda diametralmente opuesta con sus huelgas generales: era hora de que llegara la social democracia a Brasil. Otra reforma sin ruptura.
La mayor victoria del Partido de los Trabajadores tuvo lugar en 1988 con la institución de una nueva Constitución. Fue probablemente la primera victoria importante verdaderamente organizada de abajo hacia arriba [7] [8]. La Constitución institucionalizó el régimen de la propiedad privada, de los mercados y del capitalismo. También garantizó los derechos de los trabajadores y muchas otras reformas progresistas mientras la agenda neoliberal revertía esas victorias en otras partes del mundo.
Esa victoria parcial fue tan significativa que cada gobierno que lo sucedió en el poder trató sistemáticamente de anularla. Debido a la explícita manipulación de los medios, Lula, el dirigente sindical que dirigía el Partido de los Trabajadores, perdió la elección presidencial de 1989. Fue el fin del sueño socialdemócrata en Brasil. Una vez más, la clase dominante logró mantener su gobierno en el poder. De 1990 a 2002, los brasileños se enfrentaron a las subsiguientes oleadas de reformas neoliberales que apuntaban a destruir todos los logros populares de 1978 a 1989 [7] [8]. Desde los años noventa, la era neoliberal llevó a la privatización, a altas tasas de desempleo, a los masivos despidos, a unas tasas de interés tan altas que representaban un récord mundial, a los rescates para los bancos, a la liberalización comercial y financiera, y a la [9]. Una vez más, el sistema de desigualdad preservó su control de cinco siglos sobre Brasil.
Los ricos y poderosos han mantenido su dominación durante cinco siglos de la historia de Brasil y han encarado los desafíos con una mezcla de represión y reforma. La mitad de la población brasileña tiene un acceso insuficiente al agua potable, al alcantarillado y a una educación decente. Incluso ahora, en el siglo XXI, la mayoría son analfabetos funcionales. Algunos brasileños se cuentan entre los más ricos del mundo y viven como si estuvieran en Suiza; pero también contamos con los más pobres del mundo, la mayoría que sigue viviendo una vida que no es sustancialmente diferente de la de los tiempos de la esclavitud declarada [10].
Los cinco siglos de historia de Brasil son indudablemente una historia de opresión, de los muy ricos contra las masas de los pobres. Se nos dijo sistemáticamente que el gobierno carecía de dinero para invertir en educación y salud. Paradójicamente, de las mismas bocas que expresaban estas palabras provenía el mensaje de que invertirían miles de millones para preparar al país para… el fútbol. El retrato de un brasileño que ama el deporte por encima de todo choca con el coro de “al diablo con la Copa del Mundo” que ahora se escucha en las calles [11].
Ahora las calles están en llamas en todo el país. La demanda original era la reducción de los precios de buses y metros; pero ante esta historia de desigualdad y explotación, los altos precios de buses y la violencia policial provocaron algo mucho más profundo. Todos sabemos que hay algo fundamentalmente erróneo en nuestro país. Por lo tanto, lo que ves en tu pantalla es el problema que los ricos han creado para sí mismos. Es el resultado de 500 años de demandas populares insatisfechas.
Sao Paulo es ahora el escenario de disturbios diarios provocados por el problema del transporte ineficaz y costoso. El sistema de transporte público de la ciudad estuvo en manos del Estado desde 1946 y funcionaba eficientemente con conductores y personal bien remunerados. A principios de los noventa Luiza Erundina, la primera alcaldesa izquierdista de la ciudad y miembro del Partido de los Trabajadores, propugnó un sistema gratuito. Su plan era financiar un sistema de transporte público gratuito para todos mediante impuestos a las empresas y a las familias acaudaladas. Su plan causó una rebelión de los ricos. La burguesía cabildeó, hizo campañas y socavó el plan de Erundina de redistribuir los costes del transporte. Perdió la batalla. Peor todavía, Paulo Maluf, su corrupto sucesor privatizó de una vez las líneas de autobús y metro en 1995.
Siguiendo el familiar guión neoliberal, Maluf transfirió la propiedad del sistema de transporte público en la mayor ciudad de Brasil a mafias privadas que formaron un cártel para controlar los precios de los pasajes [12]. Las tres empresas que controlan el sistema de transporte en Sao Paulo poseen la mayor cantidad de autobuses públicos de todo el mundo. El negocio de transporte público en Sao Paulo es simultáneamente una de las más ineficientes y rentables empresas en Brasil [13]. Aparentemente regulado por el gobierno de la ciudad, los libros de las compañías de autobuses son cajas negras que pocos se han atrevido a abrir. Marta Suplicy, la última alcaldesa que discutió abiertamente el tema, tuvo que comenzar a usar un chaleco a prueba de balas en público.
Es normal que los residentes de Sao Paulo pasen horas yendo a y volviendo de su trabajo. Una persona pobre que vive en los cada vez mayores suburbios de Sao Paulo pierde un promedio de tres horas de viaje al trabajo en autobuses, metros y trenes urbanos ruidosos, abarrotados y caros. Los costes de transporte en Sao Paulo son los más elevados del mundo en relación con los salarios. Los residentes de Sao Paulo deben trabajar diez veces la cantidad de horas que residentes de Buenos Aires para pagar por el transporte y dos veces más que un trabajador en París [14]. Con la privatización del sistema, los conductores perdieron sus prestaciones sociales, se redujo sus ingresos y sufrieron un severo debilitamiento de sus sindicatos.
El Movimento Passe Livre, o simplemente MPL, surgió como reacción a esta continua crisis. Hace unos ocho años el MPL comenzó a organizar talleres, discusiones colectivas y manifestaciones en todo el país. Sus militantes son en su mayoría estudiantes universitarios y otros jóvenes involucrados en diversos movimientos sociales. El MPL, que trabaja fuera del sistema de partidos de Brasil, libre de presiones electorales, creó una organización horizontal con el objetivo de luchar por una política sin coste de pasajes en los centros urbanos como parte de una visión más amplia de la justicia social. El MPL fue la chispa tras esas históricas manifestaciones.
Lo que comenzó con una campaña selectiva por el transporte público gratuito en una ciudad con problemas crónicos de transporte pronto se amplió a una protesta mucho más amplia y difusa por la justicia social. El MPL y la violenta reacción policial han llevado a las masas a pronunciarse sobre la desigualdad. Ahora se producen manifestaciones masivas en los estadios donde tiene lugar la Copa de Confederaciones, en carreteras y calles en las principales ciudades de Brasil, e incluso alrededor del Congreso Nacional y del Ministerio de Asuntos Exteriores en Brasilia. Las protestas también se producen en centros comerciales, vecindarios de clase media y favelas.
Es difícil caracterizar el movimiento y la situación cambia rápidamente. No se trata de una toma del poder por comunistas. El movimiento no es radical y no está suficientemente politizado. Hasta ahora ha sido un grito contra la inmensa desigualdad y opresión que han sufrido los brasileños. También existe la creciente amenaza de que grupos reaccionarios puedan usurpar este momento político. Después de la reacción contra la represión policial durante las primeras marchas, las fuerzas conservadoras pasaron rápidamente de la represión a la apropiación. A continuación, prácticamente todos los medios y los partidos derechistas han estado a favor de los manifestantes y han tratado de utilizarlos en beneficio propio contra el Partido de los Trabajadores y el gobierno federal, sustituyendo una nebulosa plataforma contra la corrupción en lugar de otras reivindicaciones. Resulta reveladora una rápida ojeada a los periódicos Folha de São Paulo, Estado de São Paulo, y la red radial Rede Globo. Los conservadores están poniendo patas arriba la protesta. Manifestantes de tendencias izquierdistas luchan por reformas más radicales mientras los derechistas utilizan campañas reaccionarias contra la corrupción gubernamental para debilitar al Partido de los Trabajadores de centroizquierda. Con una débil vanguardia izquierdista y sin un impulso político claro, los manifestantes tienen el potencial de preparar el terreno para una reacción política reaccionaria más amplia.
A pesar de estas manipulaciones, las demandas de las calles exigen una ruptura de las antiguas instituciones, no la reforma. Es un clamor raro en los 500 años de profunda desigualdad en Brasil. Parecería que los brasileños finalmente se cansan de cambios menores que no han llevado a una ruptura sistémica.
Los gobiernos del Partido de los Trabajadores han producido cambios desde que Lula asumió la presidencia en 2003, pero fueron parciales y acordados. Lula cambió la distribución de ingresos para ayudar a los pobres: más programas sociales, un mayor salario mínimo y mayores tasas de empleo. Lo posibilitó un escenario internacional favorable que le permitió ayudar a los pobres sin enfrentarse a los intereses de los ricos. Los inmensos superávits comerciales de Brasil generaron los fondos para financiar programas sociales sin comprometer los beneficios de la burguesía. Sin embargo, la crisis financiera mundial que comenzó en 2008 perjudicó las condiciones para este escenario. Dilma Rousseff se enfrenta ahora a un desafío diferente. Para ayudar a los pobres tendrá que enfrentarse a los ricos. Con los recientes recortes en los gastos del gobierno y bajas tasas de crecimiento del PIB, la disputa entre ricos y pobres se convierte en un juego de suma-cero. Los pobres quieren más programas sociales, más inversión del gobierno y más redistribución de los ingresos. Sin embargo, el gobierno de Dilma no produjo los resultados esperados.
Los recientes eventos han cristalizado la separación del Partido de los Trabajadores de los movimientos de masas de los que surgió. No ha emergido ninguna vanguardia política para representar los problemas de la gente. La puerta sigue abierta para que la derecha se aproveche de la agitación popular.
La situación es muy fluida y el resultado sigue siendo poco claro. Los dirigentes políticos tradicionales están estupefactos y han demostrado que no saben cómo reaccionar. El Partido de los Trabajadores está restringido por el peso de los compromisos políticos alcanzados con la burguesía durante la última década. Fernando Haddad, elegido recientemente alcalde de Sao Paulo, y Geraldo Alkmin, gobernador de Sao Paulo, se opusieron a abrogar el aumento de tarifas exigido por el MPL hasta que más de 100.000 personas llenaron a rebosar las calles. Por desgracia, la decisión de anular los aumentos de los pasajes tendrá lugar al precio de transferir aún más dineros públicos mediante subsidios a los cárteles del transporte privado. En todo caso, la población acabará pagando el aumento de los pasajes a través de los impuestos.
Los muy ricos también están inquietos. Esperan ganar miles de millones en beneficios de la Copa del Mundo en 2014 y de los Juegos Olímpicos en 2016. Corporaciones capitalistas transnacionales como la FIFA son conscientes de que el aumento de las manifestaciones podría afectar a sus ganancias. Irónicamente, podría resultar que el fútbol no resulte ser tan rentable en el país conocido por ser su más ferviente aficionado. Los proyectos faraónicos de estadios suponen un agudo contraste con la falta de hospitales, de transporte público decente y de escuelas para las masas, las mismas masas que no tendrán el dinero necesario para adquirir entradas extremadamente costosas. La política de pan y circo puede haber terminado por producir todo lo contrario, descontento. ¿Quién hubiera pensado algo semejante en Brasil?
* Tomas Rotta es estudiante de doctorado en el programa de economía de la Universidad de Massachusetts Amherst. Creció en Sao Paulo, Brasil.Notas:
[1] Ribeiro, Darcy. The Brazilian People: The Formation and Meaning of Brazil. University Press of Florida, 2000.
[2] Freyre, Gilberto. Casagrande e Senzala. Editora Global, 2005.
[3] Prado Jr, Caio. História Econômica do Brasil. São Paulo: Editora Brasiliense, 2008.
[4] Furtado, Celso. Formação Econômica do Brasil. Editora Companhia Das Letras, 2006.
[5] Castilho, Alceu Luis. Partido da Terra: Como os Políticos Conquistam o Território Brasileiro. Editora Contexto, 2012.
[6] Giradi, Eduardo Paulon. Atlas da Questão Agrária Brasileira. Unesp. Tomado de: http://www2.fct.unesp.br/nera/
[7] Singer, André. Raízes sociais e ideológicas do lulismo. Novos Estudos (85), CEBRAP, 2009, pp. 83102
[8] Singer, André. A segunda alma do Partido dos Trabalhadores. Novos Estudos (88), CEBRAP, 2010, pp. 89111.
[9] Belluzzo, Luiz G. M. and Almeida, Júlio S. G. Depois da Queda: A Economia Brasileira da Crise da Dívida aos Impasses do Real. Editora Civilização Brasileira, 2002.
[10] IBGE. Estatísticas do Século XX. Rio de Janeiro: Instituto Brasileiro de Geografia e Estatística, 2006. Retrieved from: http://www.ibge.gov.br/
[11] Aquí: http://brasildebrinquedo.
[12] Souto, Fernando. “Como as empresas de ônibus maquiam custos”. OutrasMídias. Tomado el 17 de junio de 2013 de: http://outraspalavras.net/
[13] Gusmão, Marcos and Edward, José. “Os barões do transporte urbano”. Revista Veja. Tomado el 17 de junio de 2013 de: http://veja.abril.com.br/
[14] Dana, Samy y Siqueira, Leonardo. “Análise: A tarifa de ônibus por aqui está entre as mais caras do mundo”. Folha de São Paulo. Tomado el 17 de junio de 2013 de: http://www1.folha.uol.com.br/
http://www.counterpunch.org/
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