Miguel Lorente Acosta
No deja de resultar curioso que el reconocimiento de las mujeres se hiciera alrededor de un tema al que nunca han faltado, como si éste fuera una novedad. Sus vidas y sus historias es una vida y una historia volcada al trabajo en el hogar sobre el cuidado y la atención de los hijos, extendido después a la familia en su sentido más amplio, sin que ello fuera un impedimento para asumir otras muchas tareas, fundamentalmente agrícolas y ganaderas. Desde que un día un hombre cansado del neolítico decidió pasar la noche y el resto de los días en un lugar seguro, comenzó el caminar de las mujeres por los pasillos del trabajo doméstico.
Y no deja de ser curioso porque tuvo que ser la realización del trabajo asignado a los hombres, esas actividades por cuenta ajena, la que llevó al reconocimiento de las mujeres como trabajadoras. Todo lo anterior no contaba, y todo lo que hacían en casa no valía. De alguna manera se vino a reconocerlas como capaces de realizar las tareas masculinas, lo cual significaba que no era un reconocimiento dirigido a todas las mujeres ni a las mujeres en sí, sólo a las mujeres que trabajaban en esas tareas. La situación fue tan extraña que sirvió para que muchos vieran antes en ese reconocimiento la labor de los hombres que a las mujeres que las desarrollaban.
Las mujeres conquistaron el trabajo mientras los hombres dormían la siesta de la desigualdad, quizás pensando que ellas nunca serían capaces de hacerlo y soñando que ellos mantendrían siempre sus privilegios. No conquistaron su salario ni su tiempo, todavía dividido en las tareas que se multiplicaban dentro y fuera del hogar, pero poco a poco, aunque al principio no trabajaban en la ingeniería ni en la construcción, lograron derribar muros, obstáculos y mitos, y construir caminos y puentes para la igualdad.
Y como nada es casual, las mismas dificultades que impidieron durante siglos alcanzar el trabajo público, son las que ahora las empujan para sacarlas de él, eso sí, con nuevos argumentos, muy propio de los tiempos posmachistas que habitamos, pero en definitiva logrando los mismos objetivos de siempre al intentar que las mujeres permanezcan “volcadas” en sus tareas domésticas. Ahora es la jornada reducida, el trabajo a tiempo parcial, el teletrabajo, los minijobs… todo para no faltar a sus roles identitarios de “esposas, madres y amas de casa”, justo las mismas razones que los hombres del neolítico sentados alrededor de un fuego decidieron que eran propios de la “condición de las mujeres”.
Un ejemplo de esos trabajos gibarizados los tenemos en los datos de la Encuesta de Población Activa de 2011, que muestra que el 94,2% de las excedencias por cuidado familiar son solicitadas por mujeres, y que cuando la excedencia es para cuidar a personas con discapacidad, las mujeres representan el 64,3%. Pero, además, aunque estén trabajando ellas destinan una media de 2,25 horas más que los hombres a las tareas domésticas cada día, lo cual supone una hora menos de ocio, como si su diversión fuera trabajar en casa para los demás.
La situación es clara y objetiva, quizás por ello podría pensarse que las mujeres, las que trabajan por cuenta ajena y las que lo hacen en el hogar, están muy valoradas por sus esfuerzos y sacrificios, pero la realidad es muy diferente. Ni lo están en el trabajo, al menos en el reconocimiento que supone el salario, es lo que nos dice la última Encuesta de Estructura Salarial del INE, presentada en junio de 2011, según la cual las mujeres cobran un 22% menos. Ni lo están socialmente, puesto que los datos del Barómetro del CIS indican que su posición como trabajadoras es entendida como una interinidad, al menos es lo que se deduce cuando un 30% de las personas encuestadas consideran que ante la escasez de puestos de trabajo los hombres deberían tener prioridad sobre las mujeres.
Vivimos tiempos de crisis, los de la crisis crónica de la desigualdad y los de la crisis económica que la desigualdad y las posiciones conservadoras asentadas en el poder han traído. Por eso no es casualidad que junto a las medidas que se proponen para “corregir” la economía, se hayan adoptado aún más iniciativas para retroceder a escenarios donde las mujeres sigan pagando el precio de la desigualdad, y continúen soportando la estructura inclinada de la sociedad. Una estructura que como la torre de Pisa amenaza pero nunca cae y, en cambio, sí da más sombra a quien vive a su resguardo.
Muchos dicen que por qué no existe un Día Internacional de los Hombres… Si lo hubiera ya tendrían 365 días.
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