Francesca Emanuele
Por la mañana me desperté oyendo en la radio la voz de un hombre que aseguraba la independencia de la cadena, incluso después de que el Grupo El Comercio se hiciera con parte de la misma.
No discuto que este y otros periodistas estén convencidos de que toda la información que vierten goza de autonomía. Incluso, no dudo de su palabra cuando dicen no haberse enfrentado a la censura de sus superiores.
Su supuesta independencia se pone en cuestión cuando comprobamos que la mayor parte de los comunicadores de los medios peruanos corresponden al mismo campo semántico derechista. Esto es, pertenecen a la parte del espectro ideológico que abarca al conservadurismo, al neoliberalismo, al liberalismo libertario, al anarcocapitalismo e incluso al fascismo.
En algunas ocasiones, un número minoritario se arrima a un reducido ecologismo, y a un insuficiente feminismo. Pero esos son los más aventureros, y los que hacen un daño incalculable a la sociedad civil, confundiéndonos y haciéndonos creer que verdaderamente existe diversidad de opinión en la prensa.
La enorme brecha social existente en Latinoamérica, aglutinando los medios económicos en unas pocas manos, refleja el mismo patrón de concentración de los medios de comunicación entre las clases enriquecidas. Así, es lógico entender que la mayoría de medios de comunicación sirven a los intereses de los dominantes, y por ello tal concentración es una de las fuerzas más poderosas del mundo que ayuda a perpetuar la pobreza, la exclusión social, y la acumulación de la riqueza y el poder del que ellos mismos forman parte.
En Sudamérica, los principales medios de comunicación se han vuelto aún más importantes en los últimos 15 años, ya que la mayoría de países han elegido gobiernos de tendencias de izquierda. Esto significa que los medios de comunicación se han convertido en la principal fuerza de apoyo a la oposición en estos Estados, tratando de evitar la aplicación de los programas por los que la población votó.
En Venezuela, las principales cadenas de televisión participaron en un golpe de Estado que derrocó temporalmente al gobierno electo en 2002. En Argentina, los medios están abrumadoramente en contra de un gobierno que canceló dos tercios de su deuda, echó al FMI, cuestionó poderosos intereses corporativos, y redujo la pobreza y la pobreza extrema en un 70 por ciento. En Bolivia, los periódicos y canales de televisión están mayoritariamente en contra del gobierno, e intentaron desestabilizar al gobierno en 2009, a través de un referéndum constitucional. En Brasil, la mayoría de los medios de comunicación son propiedad de las mismas personas que apoyaron el golpe de 1964 y la dictadura hasta 1985.
En todos estos países, los gobiernos han tomado medidas para regular los medios de comunicación, para reducir la concentración de la propiedad (en Argentina y Ecuador), crear medios de comunicación estatales (Bolivia, Venezuela, Brasil), y permitir más medios comunitarios (Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia).
Estas medidas están inspiradas en los Estados europeos, desarrollados y con mayor equidad, los que tienen muy claro que cualquier medio de prensa que dependa de las reglas del mercado, de la publicidad y de la financiación de ciertas empresas tendrá limitada su independencia. Por esto, implementan medios de comunicación públicos en los que trabajan funcionarios estables, de tal forma que cuando se cambia el gobierno, el personal funcionarial continúa en sus puestos de trabajo. Esta estrategia que busca la imparcialidad y la información de calidad es una de las consignadas en robustas leyes de medios, las que tienen como premisa impedir la concentración de los medios privados de comunicación.
En Perú, todo esto suena a quimera. Por eso tenemos que tragarnos día a día toda la parte derechista del espectro político, a través de las bocas de unos personajes que dicen ser independientes (aunque tienen claros intereses de clase), que dominan más del 80% de toda la información que consumimos, y que emiten y publican desde sus perspectivas capitalinas.
Soy iqueña, y soy una de los 22 millones de peruanos que son víctimas del limeñismo. Una de los 22 millones de provincianos que son víctimas de una libertad de prensa que no es más que una hipocresía enmascarada.
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