Jorge Bruce
Parece haber cierto consenso (82% de los lectores consultados por La República así lo entienden), en que la presentación de Alberto Fujimori en la audiencia por el juicio de los diarios chicha fue un show. Su rol de anciano decrépito, despeinado y con tensiómetro no convenció a nadie. ¿Qué pasó? ¿Fue la falta de asesoría de su Goebbels especialista en propaganda, léase el reo Montesinos? ¿Él mismo ha perdido sus habilidades tramposas de otrora?
Hay algo de lo anterior, quizás. Montesinos se dedicaba a desinformar a medio tiempo, pues el otro lo dedicaba a organizar la corrupción del régimen, es cierto. Pero mi impresión es que en realidad el público siempre supo que esos titulares injuriosos de los diarios ‘chicha’, en donde se agraviaba a los enemigos del Gobierno más corrupto de la historia del Perú, eran falsos. Nadie se creía los adefesios que se propalaban sobre Gustavo Mohme, Alberto Andrade, Alejandro Toledo o Luis Castañeda. Eran demasiado burdos para ser creíbles.
Más bien un amplio sector del público se solazaba con esa impunidad que permitía difamar a personajes destacados de la política nacional. Era la revancha envidiosa de los peruanos anónimos. No es pues que los psicosociales funcionaran porque la gente creyera que tal era gay (lo que sigue siendo considerado un insulto), corrupto o putañero. Eso era lo de menos, pues los ataques podían ser –y de hecho eran– intercambiables. Que salieran los mismos titulares al mismo tiempo en diferentes diarios, no hacía sino confirmar su indiferencia por la verosimilitud. El goce consistía en ver arrastrados por el fango a poderosos.
Ese es el punto al que quería llegar. Este psicosocial del viejito enfermo ha fracasado porque, mientras los anteriores se lanzaban desde una posición de poder, en un despliegue arrogante de omnipotencia narcisista, éste se monta en un escenario de debilidad. Su propósito obvio es generar compasión, empatía, piedad. La gente no le cree porque nunca le creyó. Solo que esta actitud mendicante no solo es inconsistente con la altanera de antaño: en vez de dar pena, produce desprecio en quienes antes lo admiraban por ser el instrumento de su venganza envidiosa. Por eso hasta a su familia se le siente incómoda con esta performance sin brillo ni resultado.
El proceso de los diarios ‘chicha’ es el de un hombre que se sintió portador de lo peor de una sociedad cuyo malestar era inmenso. Pero también lo es de ese malestar que, si bien ha cambiado, no ha desaparecido. También hoy hay publicaciones y columnistas adictos al insulto y la calumnia, así como lectores que gozan con ese culto a la ruindad. No obstante, es claro que las condiciones han cambiado. Ni esto se hace de manera sistemática, ni el calibre de los ataques es tan grueso. Pero la tentación de disfrutar ver en el muladar a quienes ocupan lugares visibles, con o sin méritos para ello, está latente. Si de algo puede servirnos este proceso y esta fallida interpretación, es para recordar que la libertad de prensa es un bien común tan preciado como inestable.
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