19 de diciembre de 2013
Contra el espejismo tecnológico
Isaac Rosa
Que un libro como La comunicación jibarizada no provoque un debate a fondo en la comunidad internauta podría tomarse como la mejor prueba de la validez de la tesis que defiende Pascual Serrano: cómo la tecnología nos instala en la superficialidad. ¿Es posible en un medio digital, en un blog, un foro o una red social el tipo de debate que este libro merece? ¿Tenemos tiempo, capacidad, ganas, para discutir este libro, o renunciamos al debate a fondo y nos conformamos con un incendio de vez en cuando (como cuando decimos que tal o cual noticia “incendia las redes sociales”), uno de esos fuegos que ni queman, ni alumbran ni apenas calientan?
Pascual Serrano lanza el guante de la discusión a toda la comunidad de tecno-optimistas (o ciberfetichistas, en expresión de César Rendueles e Igor Sádaba): esa tecnofilia dominante, también en la izquierda, que ve Internet y la tecnología como un territorio de libertad e igualdad donde incluso cabe hasta la revolución (que por supuesto será tuiteada). ¿Hay alguien que recoja ese guante y refute los argumentos de Serrano? A ser posible en más de 140 caracteres.
El autor no es precisamente sospechoso de tecnofobia, siendo fundador de uno de los primeros medios alternativos exclusivamente digitales (allá por el lejano 1996), el portal rebelion. Además de tener blog personal y estar en las redes sociales, y practicar un intenso activismo que también es a menudo ciberactivismo, Pascual Serrano no habla de oídas, su libro es el de alguien que sabe dónde se mete. Su propuesta no es tecnófoba, sino tecnoconsciente, tecnocrítica: apuesta por un uso inteligente y eficaz de la tecnología.
Pascual Serrano lleva años cuestionando los consensos dominantes: económicos, ideológicos, periodísticos. Por eso no extraña que ahora ataque el gran consenso que sobre el papel transformador de la tecnología es hoy hegemónico. Serrano desconfía de la euforia acrítica con que solemos recibir el desarrollo tecnológico, y lo hace a contracorriente del pensamiento dominante, en el papel de aguafiestas que viene a echarnos un cubo de agua helada. En su afán por apagar la música y encender las luces no respeta nada: los medios digitales (incluidos los medios alternativos), las redes sociales, wikipedia, meneame, el ciberactivismo, el creative commons… Todas las piezas del ciberoptimismo son sometidas a la lectura crítica de Pascual Serrano.
Sostiene Serrano que vivimos rodeados de espejismos, en un mundo de ilusión. Ilusión en el sentido de engaño, primera acepción del diccionario: “concepto, imagen o representación sin verdadera realidad”. Y la ilusión primigenia es aquella de la que habla Santiago Alba Rico, citado en el libro: la creencia ilusoria de un “paralelismo entre progreso tecnológico y emancipación social”. Una ilusión que en estos tiempos debería caer por su propio peso, cuando Google presenta sus gafas (“revolucionarias”, faltaría más) y el 4G multiplica por diez la velocidad de navegación móvil actual, a la vez que la pobreza, la desigualdad, la malnutrición, los desahucios, la violencia económica y policial, se extienden entre nosotros, y el mundo que creíamos virtual se hace más duro, más sólido, más sucio y doloroso.
Pero esa ilusión no cae, se mantiene sólida, hoy actualizada en la ilusión de que la tecnología es nuestra principal resistencia, nuestro principal campo de lucha. Pascual Serrano lanza piedras contra todos esos espejismos, contra esas ilusiones:
La ilusión de visibilidad, de que lo vemos todo, nada puede esconderse, los corruptos no tienen escapatoria y la censura es imposible. Por el contrario, Serrano nos recuerda las muchas realidades que son invisibles a este lado de la pantalla y siguen siéndolo en ella; cómo la tecnología puede servir para invisibilizar también, con formas de ocultación y censura más sofisticadas.
La ilusión de neutralidad, de creer que la tecnología es solo herramienta, como si la técnica, el desarrollo tecnológico, la ciencia, no tuviesen ideología, no respondiesen a intereses políticos y económicos.
La ilusión de democracia, de control democrático mediante la tecnología, de participación en tiempo real, y de libertad total, amplificada. Aunque en ocasiones sirva para abrir espacios ciertos de democracia y participación, Serrano nos recuerda que la misma tecnología es también una forma poderosa de control, de vigilancia, de dominación.
La ilusión de horizontalidad, de disolución de jerarquías, cuando también las redes sociales, pero de forma más sutil, reproducen jerarquías, verticalidades, hegemonías.
La ilusión, ilusa donde las haya, de abolición de la propiedad privada –que pese al espejismo es más férrea que nunca, empezando por la propiedad de los medios de producción, también de producción tecnológica y no digamos de producción informativa-. Pascual Serrano cuestiona la gratuidad y el libre acceso, aplicado sobre todo al periodismo. Lo gratis que no es tal, el desplazamiento del beneficio, que sigue existiendo pero que ingresa en otras cuentas. Y la gratuidad del periodismo que sale caro en términos de independencia y calidad, el buen periodismo que tiene un precio y pocos están dispuestos a pagar.
Otra ilusión, más próxima al campo habitual de reflexión de Pascual Serrano -el periodismo-, es la ilusión de información, de que la tecnología, la comunicación en Internet, favorecen la pluralidad y la libertad informativa. Como demuestra el libro, la concentración informativa y la falta de pluralismo que domina los kioscos o las televisiones se reproduce, aunque no sea en la misma proporción, también en Internet. En las redes sociales, por ejemplo, donde la mayoría de noticias enlazadas proceden de unos pocos medios, que son los mismos que ya dominaban el kiosco y las ondas, propiedad de grandes empresas e inversores.
Pero Pascual Serrano va más allá, y entra a discutir la manera en que la tecnología afecta a la calidad del periodismo. Que ayuda a la difusión es obvio; pero la manera en que transforma los contenidos no es tan evidente. En este punto yo no sería tan pesimista como Pascual Serrano, que desconfía y achaca a la tecnología más responsabilidad en el deterioro de la información. Yo por el contrario pienso que la tecnología ofrece grandes posibilidades al buen periodismo, y si hoy los grandes medios están en crisis tiene más que ver con modelos de negocio y decisiones empresariales (cosa que el autor sabe bien, pues lleva años denunciándolo).
Sí es cierto, y por ahí va la argumentación de Serrano, que ese potencial periodístico de la tecnología no es hoy el dominante, y por el contrario buena parte del periodismo se rinde, renuncia a ese potencial, doblegándose al predominio de lo visual, lo esquemático, lo espectacular, lo efímero, lo saturado. Y atención, porque en su crítica Pascual Serrano no es nada complaciente con los afines, y no pasa por alto los medios alternativos cuando siguen esa misma senda empobrecedora.
Todavía quedan más espejos sobre los que tirar piedras desde este libro: la ilusión de conocimiento (y aquí Pascual Serrano toma partido por opiniones como las conocidas de Nicholas Carr en su libro Superficiales, una discusión que sigue abierta en la comunidad científica y en la que yo mismo no sería tan rotundo como el autor); o la ilusión de debate (como decíamos al principio, poco debate encontramos en unos formatos tendentes a la ligereza, y dominados por el narcisismo, el ego que busca más retuiteos, más seguidores, más “me gusta”).
Y, atención porque esto dolerá a algunos: la ilusión de activismo. El ciberactivismo, visto por el autor como un activismo pasivo. Convocatorias de manifestaciones que tienen mil veces más retuiteos que asistentes; firmas en change.org con las que algunos creen cambiar el mundo sin separarse de la pantalla. O como bien caracteriza Serrano, la endogamia en red que te lleva a creer que todo el mundo piensa como tú, que todos comparten sus ideas, tu rabia, tu indignación; hasta que desenchufas, y al salir a la calle descubres que la realidad es otra, que la calle sigue a una temperatura mucho más baja que las incendiables redes sociales. O que incluso, al salir a la calle, acaba imitando las formas de la propia red social, y en este sentido el análisis que hace Pascual Serrano del 15-M y su “estilo Facebook” es contundente y molestará a muchos.
Frente a la idea extendida de las “revoluciones twitter”, como se ha dicho en Egipto, Túnez o ahora en Turquía, Pascual Serrano recuerda que en esos, como en otros casos, la lucha no fue mediante golpes de ratón, sino con cientos de muertos y miles de heridos y detenidos, reales, no virtuales, y no consiguiendo trending topic sino ocupando durante semanas una plaza, de cemento. Aparte de la poca implantación de estas tecnologías en estos países, el libro advierte cómo en Egipto mucha gente acabó por echarse a la calle cuando el gobierno cerró el acceso a Internet; fue cuando faltaron las redes sociales cuando la mayoría salió a la calle. De haberlo sabido, tal vez el gobierno las habría dejado abiertas para mantener a miles de jóvenes tuiteando en sus casas.
Entre nosotros, basta recordar cómo la PAH hizo un escrache digital durante varias semanas, enviando cientos de miles de correos electrónicos y saturando las redes sociales de los diputados. Pero nada se alteró hasta que no se plantaron en la puerta, real, no virtual, de un diputado. Y lo mismo podríamos decir del rodeo al Congreso por miles de personas, comparado con tumbar unas horas la web del Congreso.
Con todo, Pascual Serrano no reniega de las posibilidades tecnológicas del activismo, que tiene su mayor potencial en esas zonas de confluencia a ambos lados de la pantalla, entre la calle y la lucha de los trabajadores en sus empresas, por un lado, y la difusión de información y de convocatorias por las redes, por otro. Pensemos en el caso reciente de la huelga indefinida de HP, un ejemplo de cómo pueden confluir el viejo mundo y el nuevo mundo.
Pascual Serrano, ya lo dije, no es tecnófobo, y sí cree que en Internet, en las redes, existen espacios y posibilidades de visibilidad, democracia, horizontalidad, libertad, conocimiento, periodismo o activismo. Tal vez en el libro se eche de menos algo más de atención a tantos esfuerzos valiosos como existen por convertir de verdad la tecnología en un territorio libre, democrático, accesible, de comunicación y conocimiento.
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