César Hildebrandt
A ningún partido político le interesa limpiar los establos del Poder Judicial. A ninguno.
Eso da una idea de lo podrida que está la política en el Perú.
Porque todos los partidos juegan a aprovechar el poder para presionar a jueces venales. Y lo hacen, sobre todo, cuando llegan al Ejecutivo.
Por lo tanto, cuando uno elige presidente de la República también elige al presidente de la Corte Suprema y a una corte de los milagros de harapientos morales que sigue las consignas de turno y recibe los fajos correspondientes.
En esas covachas del Palacio de Justicia, entre secretarios de uñas sucias, jueces a tanto el fallo, mesas de parte llenas de gusanos, vocalías de sargazo, sierpes con toga, cucarachas con toga, pederastas que exculpan a pederastas, manoseadores que excusan a manoseadores, rateros que liberan a rateros, basura que juzga a basura, en medio de esa maleza humeante, los pobres pueden perder la libertad y el patrimonio y los ricos pagarán su cuota para no perder nada.
Hace varios años yo tuve que estar pendiente, por un largo período, de un juicio en el que un sujeto, denunciado por el municipio de Lima por proxenetismo, me acusó de haberlo difamado por decir lo que exactamente decían las autoridades la noche en que clausuraron el cine-burdel del que era accionista. Y durante varios años debí recorrer, tapándome la nariz, esos ambientes que el perfumista de Suskind no habría envidiado.
Así que hablo con conocimiento de causa. He padecido quince juicios en mi vida de periodista, el último de los cuales me fue entablado por el presidente regional de Áncash, el amigote de Heriberto Benítez. Y he tenido que verme con abogados y acudir a esas salas donde no se sabe qué da más vergüenza: el hacinamiento insalubre de papeles, la incompetencia mental de algunos jueces, la caspa de los secretarios, la práctica enferma de que en este país cualquier tipejo te puede poner una querella, encontrar un juzgado a su altura y amenazarte con indemnizaciones que pueden sacarte de circulación.
¿Y todo por qué?
Porque la putrefacción del Poder Judicial lo permite.
Y es por eso que en el Perú un litigio puede terminar contigo sin que los hechos tengan algo que ver con el fallo.
¿Acaso no recuerdan, amables lectores, qué sentencias consiguió Genaro Delgado en la salita del SIN ofreciendo mi cabeza de mula terca? ¡Las sentencias que le permitieron ningunear a sus hermanos y ganar 70 millones de dólares vendiendo a solas lo que debió vender en compañía! Y ahora este resumen del hampa televisiva se atreve a decir que Montesinos habría hecho arreglos millonarios conmigo (y yo no sé si acudir al Poder Judicial que a él lo favoreció o al neurólogo geriátrico que lo trata con los medicamentos equivocados).
¿Acaso no recuerdan qué juicio feroz prometió hacerme –y me hizo– Julio Vera Abad, el dueño de Canal 9, en esa misma salita? ¿Y no recuerdan qué cara de alegría y qué voz de compinche puso Montesinos, el asesor del japonés traidor, cuando le dijo a Vera que lo ayudaría de inmediato tramitando aquel juicio en mi contra?
Y lo tramitó. Y durante años me hicieron la vida imposible. Como me la hizo el general Clemente Noel Moral, a quien acusé, con pruebas, de haber empezado la guerra sucia en la lucha contra Sendero. Y que pidió para mí las penas máximas que la ley de Fujimori permitía.
No hablo como comentarista, entonces. Hablo como víctima y testigo. Y hablo indignado porque el país no parece reaccionar ante la suciedad insolente de estos magistrados que, en sociedades más conscientes de sus derechos, no sólo habrían sido investigados y destituidos sino que habrían dado con sus huesos en prisión.
¿De qué clase de resignación está hecho nuestro país? ¿De dónde nos viene esta sangre de horchata? ¿En qué momento nos jodimos como ciudadanos?
El momento podría datarse perfectamente.
Nos jodimos como ciudadanos el día en que empezamos a tolerar el Poder Judicial que hiede mientras sentencia.
¿Y cuándo sucedió eso?
En el caso del Perú, siempre: desde la fundación de la República. Es esta tarea pendiente la que nos devora.
La reorganización del Poder Judicial, la desinfección de sus salas no pueden ser realizadas por quienes viven de su infección.
¿Autorreorganización? Eso es una broma.
Un día soñé que una turba justa, una multitud de vengadores, un vocerío de mujeres y hombres ofendidos entraba al Palacio de Justicia y lo quemaba entero. Soñé que lenguas de fuego purificadoras hacían ceniza sus expedientes amarrados con sogas, su carceleta donde duerme la muerte, soñé que el fuego volvía oscuras sus columnas de palacio francés vuelto prostíbulo y que de sus sótanos, donde habita Circe, la bruja que vuelve cerdos a los hombres, salían, como flechas, aullidos de ratas cercadas por las brasas.
Fue uno de los mejores sueños de mi vida. Por su cumplimiento estoy dispuesto a cualquier sacrificio.
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