Carlos Ampié Loría
Las noticias de adolescentes negros ultimados a balazos por policías
estadounidenses, le han dado la vuelta al mundo y desatado
multitudinarias protestas y un acalorado debate en ese país de
ilimitadas (im)posibilidades.
Son múltiples las voces y opiniones en busca de las razones de ese
estallido de violencia estatal en contra de la población civil, y una de
esas voces es la del economista Jeff Madrick quien en su artículo
titulado “El costo de la pobreza infantil” dice que entre las
causas “una en particular ha sido poco reconocida: La crisis de pobreza
infantil en EE.UU.” Según un estudio de UNICEF realizado en 35 países
desarrollados en 2012 y citado por el autor, en EE.UU. viven unos 13
millones de niños y adolescentes menores de 18 años en la pobreza. Eso
significa que aproximadamente 20% de la población joven es pobre, y
entre la población negra esa cifra alcanza casi el 50%. Para un país tan
rico y poderoso, una vergüenza.
En opinión del autor, decenas de estudios han demostrado que existe un
vínculo directo entre la pobreza infantil y lo que él llama la
disfunción social de los niños afectados: Dificultades de aprendizaje,
retardos en el desarrollo en general, propensión a contraer enfermedades
crónicas, bajos rendimientos escolares, deserción escolar, criminalidad
y encarcelamiento antes de los 16 años.
Según el economista se han implementado algunos programas para combatir
el problema: reducción de impuestos a familias de bajos ingresos, plan
de visitas domiciliares y Asistencia Temporal a Familias Necesitadas.
Sin embargo, estos programas han sido poco menos que una gota de agua en
el mar, pues hasta hoy sólo han beneficiado a 115 mil familias. Además
su fin es mejorar la salud de los niños pobres y no erradicar la pobreza
infantil. Pero Madrick no niega los efectos positivos de estos
programas, los cuales han sido constatados en estudios recientes.
Antes de proponer una solución concreta, Madrick cita al experto de la
Universidad de Georgetown Harry Holzer quien ha calculado las pérdidas
ocasionadas al país por la pobreza infantil -valoradas en productividad
perdida, altas tasas de criminalidad y elevados gastos en salud – en
unos 500 billones de dólares anuales. Basándose en este dato y en los
efectos positivos de los programas hasta ahora implementados, el autor
propone un plan dirigido a terminar con la pobreza infantil. Para ello
parte del modelo que ya existe en algunos países suramericanos y
europeos: Ayuda financiera directa para todos los niños, sean pobres o
ricos.
Madrick sugiere el modelo británico implemetado en 1999 por el
Presidente Tony Blair que proporciona en ayuda financiera directa y
programas complementarios cerca de 5000 dólares a cada familia al año, y
mediante el cual se ha reducido la pobreza infantil en Gran Bretaña en
un 50% en 15 años. Según datos proporcionados por el autor, Inglaterra
invierte en ese programa el 1% del PIB.
Los adversarios de Madrick objetan que invertir el 1% del PIB de EE.UU
en ese plan sería demasiado caro, ya que equivaldría a invertirt en los
niños estadounidenses unos 100 billones de dólares al año. El argumento
del economista, más que económico, es de índole humanitaria cuando dice
que, aparte de los beneficios financieros de corto y mediano plazo, “la
reducción del sufrimiento de los inocentes podría ser lo que más
cuente.”
Como dice el autor, el problema es que “hasta hoy ha habido poco interés
en atacar la pobreza infantil a gran escala”. Tiene razón Madrick si se
toma en cuenta que el Congreso estadounidense aprobó $581 billones para
gastos militares en 2014 y $614 billones en 2013. La guerra que
Washington dirigió en contra del pueblo iraquí les costó a los
contribuyentes cerca de $800 billones. Dinero suficiente para haber
implementado el plan de Madrick y haber, tal vez, salvado la vida de
todos los jóvenes que desde entonces han muerto víctimas de la pobreza y
la discriminación racial y social.
Se publica
este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative
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