David Scott Douthit
Breve introducción
Que quede bien claro: soy enemigo de la telefonía celular o móvil. En
la ciudad argentina cerca de la que vivo, de unos 60.000 habitantes,
solo sé de dos personas –bueno, ya somos tres, diría un optimista o un
ingenuo– que no utilizan este artilugio. La foto que ilustra esta nota
bien podría haber sido hecha en alguna calle de mi ciudad. El móvil está
funcionando continuamente en todas partes y ámbitos: en la calle, las
plazas, los bares, los restaurantes, las reuniones de amigos y hasta
–sí, debería ser increíble– las asambleas y, porqué no, las parejas.
Incluso dentro de un vehículo en el que solo viaja quien conduce. Sin
embargo, hasta hace unos 25 años era posible tener una vida decente sin
que se necesitara esta prótesis...
Gracias a los smartphones –o teléfonos inteligentes (cic)–, la gente
está siempre distraída. En este momento, muchas personas no se
relacionan con quien tienen a su lado ni con el sitio donde están. Mucha
gente nacida en los cincuenta, como el autor, los han desterrado de su
vida.
No importa dónde sea, todo el mundo parece estar pegado a su smartphone
Estaba yo en uno de los juegos de béisbol de mi hijo. Mi ex mujer y mi
hija estaban en la tribuna descubierta detrás de la base del bateador.
Ninguna de ellas veía nada del juego; ambas estaban con sus pulgares muy
ocupados escribiendo sobre las incidencias del partido. Mi hijo hizo el
primer recorrido completo hasta la placa base. Cuando terminó el
partido, le preguntó a su madre si lo había visto. Ella respondió:
“¿Visto qué?”.
Hace unos 10 años intenté dejar esa cosa llamada smartphone. El problema
fue que la gente continuó llamándome. Me llamaban cuando estaba
paseando al perro. Me llamaban cuando estaba haciendo la siesta. Me
llamaban y esperaban que respondiera inmediatamente, y se volvían locos
si no lo hacía. El smartphone era mucho más un problema que una
comodidad. Lo tiré a la basura, y no he vuelto a tener otro.
Mi mujer y yo tuvimos que poner un cartel en la puerta de entrada que
decía “¡Apaguen el smartphone!” porque sus hijos continuaban viniendo
para hacer sus llamadas, o al menos esa era la impresión que daban. La
cuestión se agravaba cuando venía un visitante y justo tenía que “coger
esta llamada” o se dedicaba a hacer llamadas tras llamadas. O estaba
sentado en un sillón y no levantaba los ojos de su teléfono o se pasaba
el rato escribiendo mensajes. Acabas loco tratando de conversar con
alguien cuya cabeza está continuamente vaya uno a saber dónde.
Daños a la salud
Además, está el problema de las radiaciones de las ondas emitidas por el
aparato en el cerebro del usuario. Hay importantes evidencias de que el
smatphone provoca tumores cerebrales y otras enfermedades. Yo me
propuse compartir con toda mi familia y mis amigos al riesgo a que se
exponen. Generalmente desestimaban la advertencia con un: “¿Y qué? Todo
el mundo se muere un día”.
El smartphone y la disfunción eréctil masculina
No obstante, mi hijo tiene un smartphone. Yo no le permito que lo
acerque a su cabeza o lo lleve en el bolsillo junto a sus testículos.
Los tejidos glandulares y neuronales son mucho más sensibles que los
músculos o los huesos. Mi hijo tiene solo 17 años, pero yo quiero que
pueda usar su cerebro y engendrar un nieto algún día.
Esta generación estará atrofiada. Ha entregado su capacidad cognitiva a
las computadoras y los teléfonos celulares. Da lo impresión de que esto
los ha habilitado para argumentar y discutir con los demás sin parar
nunca. El smartphone es una extensión de su actitud ácida. La gramática y
las buenas maneras se han marchado lejos.
Esta generación no tiene moral. El quiebre de la moralidad tiene mucho
que ver con el surgimiento de la tecnología. Es posible que el lector
piense que la tecnología no ha afectado a la moralidad, sin embargo ha
permitido que el lobo que está dentro de nosotros sea aún más lobo. Ahí
andan los tipos jactándose de haberse llevado a la cama a cientos de
mujeres. Ellos atribuyen a la tecnología moderna la posibilidad de
conocer a más mujeres.
Muchos hombres modernos no tienen ninguna norma. La única norma que
manejan es la capacidad de manejar a los demás. Exactamente lo contrario
de la Regla de Oro, es decir, “trata a los demás como querrías que a ti
te trataran”.
Yo también trato de no utilizar el ordenador; debo admitir que es
adictivo. Los pixels excitan el cerebro como si fuera una droga. En
otros tiempos he pasado demasiado tiempo frente a una computadora. Esto
no me ha hecho más feliz ni más sabio.
Conocimiento y sabiduría son cosas diferentes. El conocimiento es
acumulación de información. La sabiduría es la posibilidad de emplear
correctamente esos conocimientos. La sabiduría se consigue resolviendo
situaciones difíciles, crisis y dilemas morales de la vida real. El
tiempo dedicado a un ordenador no es experiencia de la vida real. Creo
que voy a ir a hacer un paseo así le doy un poco de ejercicio a las
piernas y la sabiduría.
http://henrymakow.com/
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