12 de abril de 2016

Nada que celebrar: Algunas alegrías al precio de una gran vergüenza

El Panfleto (Editorial)

No es posible esbozar un análisis de los últimos resultados a boca de urna, sin cargar con un sentimiento bivalente que aglutina esperanza renovada y vergüenza añeja. Las cifras que han expuesto las encuestadoras luego de las cuatro de la tarde, pueden ser pensadas como esas fracturas a través de las cuales es posible ver al Perú y sus contradicciones cuando de política se trata.

Para comenzar, los números nos han demostrado que el intento por institucionalizar la mañosería, esa treta por querer acostumbrarnos a la impunidad del “partido histórico”; puede llegar a su fin. La caída de la estrella roja conducida por Alan García en triste alianza con Lourdes Flores, es quizás la noticia más reconfortante de la jornada. Las ánforas han dejado ver que lo que no pudo atacar una comisión investigadora (léase Tejada y sus esfuerzos), lo asume la población y su capacidad de decir ¡No más! No obstante, la lucha contra la corrupción no debe detenerse en ese 5.8% que han reunido ridículamente el PPC con el partido de Haya. Todo lo contrario, si queremos república, la verdadera pugna radica en sacar de las principales esferas del Estado, a ese quiste de gente que nos ha vendido los “arreglos bajo la mesa” como una forma en la que se puede tomar decisiones de asunto público. Gran tarea.

En cuanto a la capacidad de agencia de los mal llamados “ciudadanos de a pie”, en términos comunicativos, este proceso electoral nos ha dejado una gran lección: A la falsa imparcialidad de los medios de la concentración que producen “contenidos precocidos”, se le ha enfrentado la habilidad y empeño de quienes crean contenidos críticos desde una laptop con un módem. La democratización de “lo mediático” es sin duda un fenómeno que cobra mayor importancia si queremos pensar y discutir en torno a la dinámica de la competencia política contemporánea. Desde aquí un profundo reconocimiento a esos tecleros -anónimos y públicos- que con un meme o 140 caracteres, le han generado más de un dolor de cabeza a Marthas Meier, Mijailes y Gastelumendis. Por las huevas no nos seguirán bloqueando.

Desde otro plano -en el correlato del torrente que trae consigo nuevos rostros- es destacable el desempeño de la izquierda, que salvo la segmentación que existe con el bloque de Goyo, ha logrado lo que parecía imposible: Una campaña con estrategia limpia y con un porcentaje altamente representativo en el sur. Reconocer eso aunque uno no sea de esas filas, es ineludible si queremos coherencia. Mendoza ha conquistado -con maquinaria propia- ese sur que encabeza la lista de las regiones con menores logros en el IDH (Índice de Desarrollo Humano) y que ha sufrido el flagelo de la violencia entre el fuego de los terroristas y las botas del Estado. La memoria no ha desaparecido. Al contrario, parece que una nueva generación se hace cargo de sus retos para reconciliarse, y apostar por la renovación. Esa izquierda democrática es la que necesitamos. Notas aparte, la derecha (o si gustan, el centro) también muestra nuevas caras que parecen estar a la altura de mirar más allá del mercado y discutir derechos. Una gran muestra de esta convivencia es la dupla Huilca-De Belaúnde. Urge tenerlos juntos y deshacernos de las taras que piensan la política en códigos irreconciliables.

Sin embargo, no todo es buena noticia. Las cuentas también reflejan la configuración del futuro parlamento, y la verdad, es para llorar. ¡Para llorar! Si algunas políticas de Estado se vieron detenidas por la presencia del conservadurismo, ahora va a ser peor. Sin contar al resto de parlamentarios anclados en la hipocresía de las otras chinganas que quieren pasar como partidos, sólo el fujimorismo va a alcanzar a más de 60 curules. Así, de la mano de ellos es posible olvidarse de la legislación en materia de unión civil, de aborto en casos de violación, de la reforma al régimen laboral, de la reforma misma del Estado, de los cambios que requiere la normatividad electoral, tanto como la de partidos políticos, entre otras. Se vienen cinco años de oscuridad, y ante Kenjis (de droga en almacenes) y Chacones (sentenciadas por enriquecimiento ilícito); las calles serán más que necesarias para defender lo que nos corresponde. Tocará marchar, una y otra vez.

Existen motivos para sonreír, para creer que en efecto, una nueva generación se dispone a volver la mirada sobre la política, sin miedo, sin manipulación. Aunque hoy gocemos de algunas alegrías, no podemos perder de vista que nos la están dando a cambio de una gran vergüenza: el retorno del fujimorismo en la conducción del país. Sobre ello, tenemos tareas pendientes.

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