13 de abril de 2016

Perú: El país de las castas respira tranquilo

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Alejandro Lira

Finalmente, a pesar de la enorme ilusión desatada, de la generosa y valiente movilización de miles de jóvenes peruanos contra los poderes fácticos, sus medios y su tenebrosa campaña demonizadora, no se pudo. 

A Verónika Mendoza, joven cuzqueña de 35 años y candidata del Frente Amplio de izquierda en Perú ─después de haber estado respirándole en la nuca al segundo en liza, Pedro Pablo Kuczynsky─, le faltaron los votos necesarios para entrar en lo que hubiera sido una final electoral de infarto en Perú: entre Keiko Fujimori, representante del neoliberalismo salvaje, y Mendoza, encarnando la tenaz resistencia popular a un modelo que consagra la depredación del medio ambiente; que ha corrompido todas las instituciones habidas en Perú; que garantiza la evasión y elusión tributaria para las grandes corporaciones; que lleva la desigualdad económica y social a niveles sólo comparables con la democracia de castas hindú; y donde la precariedad en salud, educación, transporte y trabajo, haría que los peruanos tomasen el modelo actual de austeridad europea como una vida propia para ricos.

La descripción anterior no es ciertamente la narrativa que abunda en las radios, televisiones y prensa escrita de Perú. Un solo grupo empresarial posee más del 85% de los medios de comunicación peruanos y, por consiguiente, el trozo del pastel publicitario respectivo. Y, lo más importante, la capacidad de difundir un relato sobre la realidad del país que coincida con sus propios intereses.

La sola posibilidad de que la izquierda cuestione electoralmente el modelo económico, ─intacto desde el golpe de Estado dado por Fujimori en 1992─, les hizo saltar todas las alarmas. La visita que el embajador estadounidense, Brian A. Nichols, le hiciera a Verónika Mendoza nueve días antes de las elecciones (un auténtico cambio de tornas en un país donde todos los candidatos a la Presidencia realizan intensos lobbies para conseguir una discreta audiencia con el embajador de EEUU en Perú, para garantizarle su mejor voluntad y sumisión en caso de salir electos) fue tomada como una señal de pánico. En efecto, Mendoza consiguió evidenciar en las encuestas tal crecimiento durante las últimas tres semanas que prácticamente, por lógica estadística, su pase a la segunda vuelta estaba casi asegurado.

Fue entonces cuando el Poder puso en funcionamiento su maquinaria mediática. Por aire, mar y tierra los peruanos fueron bombardeados con información que revelaba los oscuros nexos entre el fallecido Hugo Chávez y Mendoza: cómo ella había anotado en una agenda ajena palabras que confirmaban la financiación de la izquierda peruana con dinero venezolano; que no sólo era chavista sino también terruca (peruanismo por terrorista) y que su lista para el Congreso estaba conformada por simpatizantes del terrorismo, cuando no por auténticos terroristas; o que su padre tenía intereses en la minería informal. No faltó en esta orgía de acusaciones la incursión de la Santa Madre Iglesia, que a través de uno de sus más connotados pastores convocó los horrores del infierno anunciando que los católicos incurrirían en grave pecado en caso de votar por ella.

Fueron tres semanas de espanto y pesadilla para las élites en Perú, un conglomerado de castas asociadas a las grandes corporaciones, que tienen a su disposición los fondos de pensiones de los trabajadores peruanos para tapar sus agujeros financieros, sus caídas en Bolsa y para jugar a inversionistas del primer mundo. Según sus propios instrumentos de auto referencia, consultan con sus espejos contables y éstos les dicen que su Perú, salvo los dos últimos años, es el país que más ha crecido en América Latina durante la última década. Que la pobreza se ha reducido y en el horizonte surge una clase media emergente como lo era su mercado de materias primas. 

En sus delirios anunciaban que muy pronto su país iba a llegar al primer mundo. Y en honor a la verdad, es lo único cierto que han conseguido. Desde el mes pasado la geografía de las castas peruanas limita por el cielo con Europa. No precisan de visado Schengen, sólo ganas de pasear, hacer turismo y gastar en Europa todo lo que ya se han aburrido de comprar en Perú.

A pesar de estos indicadores que señalan a un país magnifico, existe un país invisible, un narco y sombrío Estado donde convive la pobreza con la violencia, donde prima la ley de la selva. En los últimos diez años, dos de cada tres peruanos han sido víctimas de un hecho delictivo; sólo uno de cada tres ha denunciado el crimen. A pesar de la propaganda constante contra el Gobierno venezolano, la prensa peruana ha escondido que el país sufre la tasa de criminalidad más alta de Suramérica.

Por otro lado, ser pobre y caer enfermo en Perú y llegar a un hospital público, es caer directamente en la antesala de la muerte; en sus laberintos habitan médicos y enfermeras, pero no existen medicinas. Es una imagen habitual ver a los familiares convertidos en mendigos que en una mano tienen la receta y en la otra la esperanza de que alguien les ayude a comprar la salvación de su pariente. 

Tenemos los peores resultados continentales en educación y el último proceso electoral ha sido una auténtica pasarela de la corrupción política. Salvo una minoría de candidatos, los propios aspirantes a la Presidencia en vez de currículo contaban con un abultado historial judicial, donde podía encontrarse de todo: asesinato, blanqueo de dinero, malkversación de fondos públicos, plagio, violación, perjurio... En fin, todo un paseo por los capítulos del Código Penal.

Nadie parece haberse percatado de que el país con mayor índice de desigualdad económica del continente, tiene también el índice de mayor inseguridad ciudadana. Como si los excluidos del sistema, a su manera, llevaran adelante una redistribución de la riqueza, que ciertamente la entidad recaudadora peruana no tiene ninguna intención de hacer.

Conocidos los resultados de las elecciones, los voceros del modelo económico están exultantes: la derecha entre los dos finalistas con mayoría en el Congreso. La presencia de una minoritaria pero respetable representación de izquierda cumplirá con creces la función de legitimar su democracia.

Uno de los más insignes representantes de la Casta de América, el peruano Vargas Llosa, quien pedía para España un gobierno de la Gran Coalición entre el PSOE y PP, puede estar muy contento y tranquilo con los resultados de los comicios. La hija de quien lo venciera en las elecciones presidenciales de 1990, Alberto Fujimori, quien además llevó a la práctica el shock neoliberal propuesto por el escritor en su campaña, va primera. Segundo va un conocido suyo, Pablo Kuczynsky, ─la versión peruana del Gonzalo Sánches de Lozada boliviano─ banquero, lobista y exministro de economía, a quien hace poco los 'papeles de Panamá' han encontrado una carta de recomendación oficial suya (en calidad de ministro) para que un ex director del Banco Central de Reserva peruano pudiese registrar una compañía en el paraíso financiero panameño.

Dada la composición del nuevo Congreso, el resultado de la segunda vuelta electoral es irrelevante, la vigencia del statu quo está garantizada. En la mañana del lunes, después de la resaca victoriosa, los portavoces de la derecha se preguntaban: ¿podemos hacer algo en aquellas regiones donde la izquierda ha tenido presencia? Con obsequioso beneplácito anuncian que el próximo Gobierno debería distribuir gratuitamente pastillas con hierro para combatir la anemia y desnutrición infantil. Según ellos, la dieta en esas zonas está muy mal equilibrada. Salud, pues, para su Perú, tan generosos han quedado.

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