5 de noviembre de 2018

Corruptos en peligro de extinción y fuga

Claudia Cisneros

El escenario político en el Perú sigue siendo delicado. La desestabilización que generan las fuerzas que han ocupado durante años un lugar prominente del poder político y que comienzan a rendir cuentas, es real. Aun cuando sus coartadas no lo sean. Gritar que son perseguidos políticos o que hay un golpe de Estado en marcha es tan burdo como desesperado, y solo da cuenta de dos cosas: uno, los corruptos están aterrados y dos, la justicia peruana –al menos en estos días y con el caso Keiko Fujimori– da esperanzas de que se puede confiar en una justicia imparcial, no comprada ni amedrentada, no al servicio de los delincuentes con poder y dinero sino de la justicia y del país.

Pero por más falsos que son los gritos de golpe, no son para tomarse a la ligera. Primero porque pese a la absoluta falta de credibilidad pública de quienes lo esparcen (Alan, López Meneses, Velásquez Quesquén, etc.) sus irresponsables alaridos son recogidos y esparcidos por la prensa, lo que contribuye a acrecentar el ambiente de inestabilidad, además de contribuir a generar una percepción equivocada de la realidad para los distraídos. Obviamente, para desgracia del Perú, estos delincuentes o cómplices de la delincuencia siguen siendo actores políticos y como tales es que aparecen en los distintos medios, pero el periodismo que se considera serio debe esforzarse por conseguir pluralizar sus tribunas con otras voces y no usar solo a los defensores de los implicados y cuestionados. Eso no es hacer periodismo, es ser caja de resonancia de los delincuentes. El periodismo hace el esfuerzo de reflejar con la mayor exactitud la realidad y no solo la parte que los implicados quieren que se refleje como si fuese la única verdad.

El miedo y nerviosismo que muestra en estos momentos el aprismo no es solo para mofarse –a quién no le da risa que Velásquez Quesquén diga en un tuit que le quieren quitar al fujiaprismo el poder de la fiscalía, o que Alan diga que a él no lo compran, o que López Meneses o Ponce digan que se viene el golpe-. Pero también hay que considerar que cuando las ratas están acorraladas y asustadas es cuando más peligrosas son. O están sembrando antecedentes para que Alan tenga la coartada de fuga (otra vez, hasta la prescripción de sus delitos), o preparan algo mayor. Me parece que solo gritar golpe como cortina de humo es cojo y que probablemente sea una pieza de un plan mayor. Por ahora, de lo que sí podemos tener certeza es que con Keiko en prisión, Alan se ha visto obligado a tomar la posta ante la opinión pública y, a falta de Keiko, a encargarse del público blindaje a Pedro Chávarry.

El fujimorismo, por su parte, parece un pavo sin cabeza. No ha sabido ni podido hacer un traspaso de poder real a ninguno de sus integrantes que hoy se contradicen en muchos de sus mensajes y se pelean entre sí públicamente (Cuculiza y Mamani, Salaverry, Bartra y Salgado, etc.). Parece que Figari y Herz no se preocuparon en generar respeto sino solo miedo, y ahora sin Keiko no consiguen aglutinar. Eso pasa cuando una organización es absolutamente vertical y antidemocrática y las estructuras partidarias son solo pantalla (como vimos en la audiencia). El fujimorismo de Alberto como el de Keiko no tiene ideología ni misión partidaria nacional. Es solo una adición de prontuariados o prontuariados-to-be, útiles para sostener el poder y apetitos de sus líderes (Alberto y Keiko) por recibir a cambio una cuota de poder público. El fujimorismo sin ideario ni programas nacionales auténticos habría sucumbido tras la prisión de Alberto –como está sucumbiendo ahora tras la de Keiko- si no fuera porque Keiko fue designada heredera y aceptó representar a su padre. Sería el turno del siguiente heredero, Kenji, quien naturalmente podría representar al padre y a la hermana presos, si no fuera porque la hermana lo aniquiló políticamente en la guerra fratricida que sostuvieron meses atrás cuando Kenji trabajaba por liberar a su padre y Keiko por mantenerlo en prisión. No diremos que el liderazgo de Keiko ha muerto aún, pero está seriamente dañado en la percepción pública. Y como pasó con Alan, ya no es tanto lo que la justicia haga con ellos sino lo que el pueblo piensa de ellos: que son corruptos. Y eso pesa más que cualquier juicio o condena formal como vimos en las últimas elecciones en que Alan a duras penas alcanzó 5%, producto de sus indultos a narcos. Lo más probable es que lo mismo le pase a Keiko cuando y si sale de prisión.

Finalmente, no nos cansaremos de pedir la remoción de Chávarry de la Fiscalía. Cada día que el sujeto permanece en ese puesto es una afrenta al Perú, a la moral, al impartimiento de justicia. Es una burla y una vergüenza. A estar alertas a cualquier maniobra de Chávarry contra Domingo Pérez.

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