7 de noviembre de 2018

La sociedad perversa

Eduardo González Viaña

Es tan dolorosa la cárcel para la señora Fujimori y sus familiares próximos como lo es para cualquiera de las internas.

Hace cuatro días, Keiko Fujimori ha comenzado a cumplir prisión preventiva en el Penal Anexo de Mujeres de Chorrillos que fuera construido por Alberto Fujimori para recluir ahí a las mujeres acusadas de terrorismo.

La fecha de su ingreso es la misma de la inauguración del penal, y esto en vez de una coincidencia parece el cumplimiento de la sentencia evangélica según la cual: “De la manera que juzgas serás juzgado y con la misma vara que mides, serás medido” Mateo 7:2.

Es tan dolorosa la cárcel para la señora Fujimori y sus familiares próximos como lo es para cualquiera de las internas.

La diferencia entre ellas estriba en el hecho de que en este caso todos hemos sido testigos, minuto a minuto, de la audiencia. Al final, ni los propios abogados del fujimorismo le han encontrado defecto procesal alguno y se han limitado a recusar la capacidad del juzgador.

Tanto ellos como cualquiera de nosotros ha quedado seguro de la fortaleza de la argumentación fiscal, la plena libertad de la defensa y la solidez irrefutable del veredicto.

Lamentablemente, no fue así con las originales destinatarias de esta cárcel. Su ingreso las más de las veces fue fruto de “procesos” que duraban una hora con jueces encapuchados, denuncias sin prueba y defensores indefensos, todo lo cual generó la condena de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y el repudio de la humanidad civilizada.

Los abogados: Así lo cuenta la abogada defensora de Derechos Humanos, Gloria Cano: “Me parece que fue 1993 cuando visité como abogada a una mujer que era acusada de terrorismo. Las pruebas en su contra: tener amistad con una persona que era seguida por la policía como sospechoso. La intervinieron, le encontraron dos revistas del IDL, y pidieron 20 años de prisión para ella con estas dos pruebas”.

“Todas permanecían 23 horas y media en la celda, y solo 30 minutos de patio. Una vez al mes tenían derecho a visita…”

“Ahí conocí a la hermana de uno de los desaparecidos del Santa. Su crimen: haber visto el rostro de uno de los asesinos y decir que podía reconocerlo…”

“Ambas salieron libres luego de batallas legales. Como abogada solo podía visitarlas por media hora, no podía leer el expediente, sino solo hasta antes de hacer el alegato”.

LOS HIJOS

Por su parte, Abel Gilvonio cuenta su experiencia como hijo que visita la prisión:

“Nos hacían bajar el pantalón. Desnudos, metían sus manos para ver si llevábamos algo en el cuerpo, entre las piernas, jamás encontraron nada. En estas visitas andábamos con mi hermana, ella entraba a una revisión y yo a la otra puerta… Al salir sabíamos que no éramos los mismos, en algo se había dañado nuestra humanidad.

Lo real es que ese tiempo nadie o casi nadie se horrorizaba por lo que ocurriera con nosotros, los hijos. Seguro muchos pensaban que éramos “subversivos en potencia”.

Lo lamentable es que todo esto no es solamente pasado. Las huestes de Fujimori en el Congreso han prolongado el terror en las cárceles… y fuera de ellas.

Una vez más, diré que me parece desalmado que, luego de que los presos salieran en libertad, se haya dado leyes retroactivas contra ellos que les prohíben ejercer diversas profesiones. Hombres y mujeres que perdieron todo lo que tenían no pueden ahora ganarse el sustento ni mantener a los suyos.

Durante el conflicto interno, se identificó la seguridad y el orden con la muerte. Se convocó por ello a los profesionales de la muerte y se les dio carta blanca para que actuaran.

Se argumenta que la razón de estas medidas es la seguridad y el orden. Todos ansiamos eso, pero no a costa de construir una sociedad perversa.

No hay comentarios: