15 de septiembre de 2020

La calma y el arma

Carlín - 2020 0912.pngJorge Bruce


Mi nena, me robas la calma y el alma.

Felipe Pinglo (Bouquet)

Mientras se vayan aclarando los alcances de la intentona golpista, sus artífices, tiempos y designios, podemos avanzar conjeturando en torno a lo sucedido. Gracias a la información proporcionada por Gustavo Gorriti de IDL-Reporteros, la conjura se desmoronó. Las llamadas telefónicas del presidente del Congreso a los altos mandos militares no dejan lugar a dudas: se estaba tramando el asalto al Poder Ejecutivo. Decir que esos telefonazos estaban destinados a transmitir tranquilidad a las FFAA es de un ridículo supremo. Es obvio que Merino y Guibovich querían reclutarlas in extremis.

Lo interesante es lo que esto revela: las FFAA siguen siendo vistas como el fiel de la balanza, a la que no se sabe si llamar democrática. El propio Vizcarra acudió al cuartel Hoyos al enterarse del proyecto sedicioso. Es cierto que el mandatario tiene derecho, en su condición de jefe del Estado, a convocar a los militares, sus subordinados. No obstante, lo que muestran las llamadas telefónicas, la imagen del premier respaldado por uniformados y la visita inopinada del presidente de la República es el lugar que ocupan las armas en el imaginario nacional.

De hecho, el delito de sedición se configura como levantarse en armas. La fuerza no radica entonces en la Constitución sino en la munición. No en la ley sino, repito, en el imaginario. ¿Son tan solo rezagos de los golpes militares del siglo pasado? Difícil saberlo. Lo seguro es que, en las democracias precarias como la nuestra, los cuarteles ocupan un lugar que no se condice con el que les asigna la Carta Magna. No obstante, es oportuno resaltar que en esta ocasión los comandantes generales actuaron con mejor criterio que los políticos, señalando su posición no deliberante y subordinándose al orden constitucional.

Pero no podemos ni debemos ignorar la debilidad de nuestro sistema, el cual toca las puertas de la gente armada para garantizar su “tranquilidad”. Es un síntoma flagrante de debilidad política y poquita fe en el funcionamiento de la democracia. Que todo esto suceda en el fragor de una crisis sanitaria y económica catastrófica solo nos muestra la calaña de personajes como Alarcón, Merino, Guibovich y cuantos los apoyaron, aunque ya hayan empezado a saltar del barco ante la inminencia del naufragio de la intentona sediciosa.

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