19 de julio de 2024

Cría cuervos

Ronald Gamarra

La campaña electoral presidencial de los Estados Unidos estuvo a una oreja de abortar en tragedia con el atentado del cual escapó el expresidente Donald Trump, candidato del partido republicano, con apenas un ligero rasguño que no requirió mayor atención médica. En cambio, varias personas resultaron heridas y un hombre que asistía al evento falleció, alcanzado por una de las ocho balas disparadas contra Trump. El expresidente, político, al fin y al cabo, tuvo el reflejo de dejar para las cámaras una imagen con el puño en alto, mientras los agentes de seguridad procuraban evacuarlo. Dicen que a continuación reclamó sus zapatos, que se le habían salido en el agitado tumulto que se formó en esos segundos tan peligrosos.

El autor del atentado, Thomas Matthew Crooks, irónicamente era un joven miembro del propio partido de Trump. Un joven de 20 años, inscrito como votante republicano. Aunque todavía hay muy poca información sobre los detalles y motivos de su acción no parece hasta el momento haber actuado como parte de una conspiración organizada. Sería lo que en Estados Unidos llaman un “lobo solitario”, autor de un acto estrictamente individual, tal vez sin mayor premeditación. Algunos indicios revelan que podría haber decidido atentar contra Trump el mismo día de los hechos. Vivía a una distancia de una hora de viaje en auto hasta el lugar donde se celebraría el mitin republicano. Fue abatido en el sitio, mientras aún disparaba, por un francotirador del servicio de seguridad.

Eso sí, Crooks tenía acceso a todo un arsenal de armas adquiridas legalmente por su familia. En el atentado empleó un fusil de propiedad de su padre, que se vende libremente en armerías en los Estados Unidos, país donde el derecho del ciudadano a “armarse” predomina sobre el derecho a la seguridad e integridad física y mental de las personas. Crooks sería, según esto, uno más de la ya larguísima lista de “lobos solitarios”, es decir personas con graves problemas de personalidad que están dispuestas a inmolarse después de perpetrar una gran matanza. Por algo la cuestión de los tiroteos mortíferos en las escuelas es un conflicto típicamente norteamericano.

A pesar de la seriedad del asunto de los tiroteos a mansalva perpetrados por francotiradores perturbados, que cuentan con una enorme facilidad de acceder legalmente a armas poderosas, incluso armas de guerra, no se ha podido progresar nada para ajustar los controles, sacar de circulación y terminar con el libre comercio de armas. El lobby de ese negocio es muy poderoso y tiene comprometidos a la mayoría de miembros del Capitolio. La Asociación Nacional del Rifle tiene más peso y poder que cualquier defensor de la vida y la seguridad de la gente. El propio Trump, que ahora es una víctima, es un connotado defensor de la venta y circulación libre de armas de alto poder entre la población, tal como lo demostró durante su período presidencial.

Otro factor que juega alrededor del atentado es el clima de creciente antagonismo y odio que se ha ido cultivando en los últimos años en la política norteamericana. Y aquí también Trump aparece como uno de los protagonistas principales del discurso polarizador, del lenguaje de odio, usado como norma en el trato verbal con los rivales políticos. Pocos han hecho uso más inescrupuloso del alegato agresivo en la política como el propio Trump desde que incursionó en ella hasta nuestros días. Esa diatriba le rinde réditos fáciles en la política y las elecciones, pero al mismo tiempo contribuye a enrarecer y envenenar la atmósfera que deben compartir todos los políticos. Es previsible imaginar el modo como este discurso de odio impacta negativamente a la sociedad, pero en particular cómo atrae o influye en los “lobos solitarios”.

Quién no recuerda su comportamiento agresivo después de las elecciones que perdió en 2020, cuando Trump llegó al extremo de propiciar el caos político e institucional, incitando, por si fuera poco, la toma violenta del congreso de los Estados Unidos por una turba de cientos de matones fanáticos de su candidatura, varios de los cuales ya han recibido sentencias penales.

Y qué decir del lenguaje lleno de desprecio hacia los migrantes, por ejemplo. ¿O es que no recordamos que decía “gente de mierda” al referirse a los migrantes procedentes de Haití y Latinoamérica? Y el insulto a los inmigrantes de origen mexicano, a quienes directamente llamó violadores sexuales, entre muchas otras perlas de rechazo y odio.

En síntesis, Trump fue víctima de un atentado criminal del cual, por fortuna, pudo escapar. Pero al mismo tiempo tiene responsabilidad por la creación de la atmósfera en la cual suceden este tipo de actos, particularmente por no mover un dedo contra la venta y libre circulación de armas de alto poder que ya causaron cientos de víctimas, sobre todo en las escuelas y universidades de los Estados Unidos. Y tiene carga por el uso y abuso del discurso polarizador y de odio que está en el centro de su estrategia electoral de ayer y hoy. El ser víctima de un atentado que pudo tener una terrible consecuencia letal debería dar motivo a reflexionar, repensar y reformular estos aspectos de la vida norteamericana.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 695 año 14, del 19/07/2024

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