14 de febrero de 2025

Perú: Mismamente

César Hildebrandt

Se activan las quebradas. Cada año es lo mismo.

Cada año vienen las lluvias altoandinas.

Cada año hay torrenteras, familias asustadas en orillas de ríos crecidos, ruidos de agua furiosa.

Y cada año, los canales de TV repiten la ceremonia cubriendo la noticia y preguntando lo obvio mientras describen lo que las cámaras muestran sin necesidad de verborrea.

Todos los años es lo mismo. El Perú es mismamente igual.

¿No podemos prever?

No. Eso requiere inversiones, científicos al día, ingenieros que no se presten a sobreprecios, gobiernos regionales que no roben.

Eso es demasiado pedir para un país que acepta que un congreso de hampones y una presidenta reducidora de alhajas y con hermano prófugo dominen la escena.

Las lluvias del diluvio serían bendición si hace cien años hubiéramos empezado a construir las obras que nos permitieran guardar en reservorios una buena parte de esa demasía.

Pero no lo hicimos.

Cuando el guano nos sobraba, nos entretuvimos en comprar ferrocarriles que fueron precozmente inútiles. Después, nos dedicamos a lo nuestro: el mercantilismo con apellido, las obras públicas con adendas, el reparto de cargos, la lotería de las embajadas, las compras directas, el copamiento de las instituciones, la construcción de ese paradójico autoritarismo que termina fomentando la anarquía.

Es decir, lo de ahora. Mismamente.

Caen los lodos como todos los años. Y todos los años de los últimos años caen los lodos de gobiernos como este, que es réplica del gran terremoto fujimorista de los 90: la destrucción ingenieril de la dignidad ciudadana, la fabricación de manadas, el control metastásico de todos los poderes, el descrédito de la buena fe, la prostitución del concepto de democracia. Fujimori se montó sobre las ruinas de un país roto por el terrorismo y la inflación y creó un Estado de emergencia que tuvo vocación de permanencia.

Es cierto que Boluarte no es tan eficaz y que hoy salen por allí, felizmente, autoridades que deciden enfrentar la embestida. Pero el modelo es el mismo que concibió Fujimori: la república andina de Manchukuo en la que cualquier pobre diablo se sentía par de Puyi, el emperador títere.

Esta quietud fatal del Perú obliga a politólogos y columnistas, como el que suscribe, a repetirse, a reincidir en el lado sombreado, a cansarse (y cansar) describiendo un paisaje inmóvil. La película del Perú se atascó en el proyector, se paralizó en un fotograma, y los críticos que estamos en la sala fingimos que la función continúa.

No hay película. Somos un país interrumpido.

Eso es lo que la naturaleza nos recuerda cada verano.

Y eso es lo que la política nos saca en cara cada día.

No hay un solo congresista actual que le hubiese cargado el maletín a quienes enaltecieron la función parlamentaria con sus discursos, su historia personal, sus libros, el peso de su personalidad. Es que Waldemar Cerrón reemplazó a Javier Diez Canseco. Es que a Mario Polar lo sustituyó un almirante que navega en mares viejos. Es que el sitio de Valle Riestra lo ocupa hoy alguien que perdió la gramática en un tumulto. Pero no sólo es el congreso del hampa. Es que el lugar de Luis Bedoya lo ocupa un chanchito ferroviario. Es que al difunto Manuel Dammert lo reemplaza un zombi de Patria Roja. Es que en vez de Manuel D’Ornellas tenemos a Willax.

¿Cómo es que llegamos a elegir pericotes en vez de parlamentarios? ¿Cómo es que los noticieros parecen conducidos por tarados? ¿Cómo es que buena parte de la prensa escrita es papel manchado y sin talento?

Elija su respuesta, pero por lo menos hágase las preguntas que lo sitúen ante el espejo.

Y lo peor no es lo que hemos pasado. Lo más agudo de la crisis nacional que vivimos puede ocurrir el 2026. ¿Volveremos a optar por carne de presidio, cómicos de la legua, vendedores de sebo de culebra, fujimoristas tatuados?

Me temo que sí.

Mi esperanza, sin embargo, es que surja en el camino alguien que nos proponga rehacernos y que nos diga la verdad: no saldremos del coma histórico mientras repitamos la fórmula del desastre. Y esa fórmula odiosa es la del desorden esencial, la picaresca generalizada, la meritocracia olvidada, la democracia quinquenal, el privatismo pirata, el descentralismo entendido como repartija, las instituciones débiles, la ilegalidad como mecanismo paralelo. Mismamente.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 720 año 15, del 14/02/2025

https://www.hildebrandtensustrece.com/

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