Juan Manuel Robles
"El caso es que Dina ha hecho el trabajo de campo por ella: ha demostrado que meter bala a lo bestia y sobrevivir en el cargo es posible"
Dina Boluarte no sirve para nada salvo una cosa: ser un globo de ensayo, un experimento para probar que la alianza gobernante puede poner un presidente títere capaz de resistir sin caer, no importa su impopularidad, su ineptitud, su obediencia a los lobbies y a los negociados que se cocinan en el parlamento. Hasta antes de Dina Boluarte, la amenaza de un presidente autoritario que encarnara totalmente al fujimorismo o a sus satélites delincuenciales, la de un presidente que reprima y mate sin que eso le cueste una crisis terminal, era solo teórica: su nombre era Keiko Fujimori. En días de campaña, hubo quienes argumentaban que la hija del criminal indultado iba a tener “cuidado” en sus acciones de fuerza justamente por la mochila histórica del apellido. Tal vez fuera cierto, tal vez no. El caso es que Dina ha hecho el trabajo de campo por ella: ha demostrado que meter bala a lo bestia y sobrevivir en el cargo es posible.
Eso sí, hace falta tener cuero de chancho.
Dina lo tiene. De sobra. De una manera superlativa y palteante. Por eso su ejemplo reluce entre los rufianes que se disponen a un nuevo festín el 2026 (donde Keiko va con el rótulo de “favorita”).
Descaro infinito. Es preciso tener ese gran superpoder para prevalecer. Cultivarlo. Poner la vista en el objetivo, concentrarse y no parpadear. Se dice “no tener sangre en la cara”, pero en realidad hay que tener mucha, muchísima sangre. Para seguir y seguir, cantar El señor Don gato ronrón mientras los cadáveres se acumulan y los deudos gritan su lamento. Para llamar terroristas a quienes no son terroristas y salir del paso ante la prensa. Para saludar a un admirador imaginario en la multitud inexistente, en la cobertura de la televisión nacional.
Los políticos del pacto gobernante dicen que Dina es una inútil y se desmarcan. Pero nadie les cree. Aunque no lo admitirán en los medios, muchos de ellos han encontrado en la presidenta lo que buscaban: un perfil, un modelo que reafirma una manera de asumir la vida política. Cuero de chancho. Dina lo tiene en demasía, y marca el camino. ¿Podemos llamarlo virtud? En el bajo mundo, sí. En el país que tenemos, también.
No es solo la cara dura que ya conocemos en otorongos y narcoindultadores. Hay que elevarse a otras categorías del cinismo para, sin popularidad alguna y más bien con el repudio general, surfear la coyuntura y sobrevivir todo este tiempo, como lo ha hecho Dina Boluarte. Es un cinismo tan grande que, allí donde otros solo guardan silencio y evaden, la mandataria se da el lujo de pasarla bien, de engreírse y disfrutar del poder en serio.
La prueba de ello es inquietante y la vemos por los destapes periodísticos sobre la señora. En especial dos: el caso de los Rolex millonarios y el de las cirugías estéticas ocultadas a la ciudadanía.
Hay en estas acciones una intención clara de aprovechar al máximo la posición en la que está, de cobrar bien por algo de lo que no volverá a gozar, de disfrutar plenamente mientras el poder y los pactos ofrezcan el blindaje necesario para que la justicia no llegue. Estas acciones hablan de un espacio para el confort (y la paz). Hay una disposición clara de decir ‘gozaré mientras pueda’, pues el acuerdo —o la “contratación”— permitirá hacer realidad un montón de sueños, sin que importe absolutamente nada más.
Es el político que se vende, una historia vieja que, sin embargo, hasta antes de Dina Boluarte había tenido sutilezas, cuidado de formas, discreción. Con Dina lo que tenemos es una vicepresidenta que traiciona a su presidente —luego de haber dicho que jamás lo haría—, que se arrodilla ante la figura de Fujimori —que dijo repudiar—, y lo hace con calma, disfrutando de la transacción para luego abrir fuego horrendamente, sin que eso parezca afectarle, sin vacilación.
Lo peor del asunto es que ese modelo —el cínico al que no le entran balas, el que no responde ante sus votantes, el que se pone reilón cuando le piden rendir cuentas— es, como decía, el que dominará la contienda que viene. Señores y señoras capaces de vender todo su capital político de un momento a otro, siempre y cuando el precio por el encargo sea conveniente.
Y gracias al trabajo del pacto gobernante al que Dina le ha dado legitimidad legal —cumpliendo su parte del acuerdo—, a la toma de instituciones y a los turbios cambios electorales, el 2026 ya no nos quedará mucho más por elegir. Nunca será más falso el estribillo de que “el pueblo decide”. Nunca será más estúpido el consejo de elegir bien. ¿Elegir bien? ¿Entre quiénes? Cuero de chancho. Cuero de chancho. Cuero de chancho. Marque usted.
Para esos señores que serán candidatos, muy en el fondo el de Dina Boluarte es un caso de éxito. La supervivencia alucinante de la más débil: de tener que irse corriendo a encerrarse en su casa en la campaña del 2021 al trono sólido con venia de los magnates. Parece vergonzoso —y lo es— pero es más de lo que muchos soñarían. Recordemos que estos políticos nuestros viven para gozar el momento, el día y el dinero, pues mañana puede pasar cualquier cosa (en eso no son muy distintos a esos tipos de la moto lineal).
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 728 año 15, del 11/04/2025
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