8 de agosto de 2025

Perú: La isla de la fantasía

César Hildebrandt

"Hay algo de justicia poética en estas irrupciones de tierras azarosas surgidas en el Amazonas"

Aparte de todos sus méritos, Dina Boluarte tiene modales de gallinero. Por eso insultó a Bolivia hace poco, saliéndose del texto aprobado por el Consejo de Ministros y creándole un problema a la cancillería. Y por eso no le dio la mano a Gustavo Petro en mayo pasado, en ocasión de la toma de mando del presidente de Ecuador. La señora cree que todavía está en el escenario de los líos contables y los chismes baratos del club departamental que presidió.

Gustavo Petro carece de la paciencia boliviana y tiene la boca floja, el rencor pronto y la labia torrencial de los bien hablados. Por eso ha buscado un pretexto perfecto para decirnos a los peruanos que los desaires se pagan y que hay un asunto por arreglar.

La verdad es que hay muy poco por arreglar. Lo cierto es que a Chinería, la isla original, le creció un bulto en los años 70 y desde esa década un grupo de peruanos pasó naturalmente a ocupar aquella extensión, surgida del cambio en las aguas del Amazonas y de la sedimentación de su cauce. Esa ampliación, que llegó a separarse de Chinería, es lo que se llama isla fluvial de Santa Rosa y tiene más de 50 años de jurisdicción peruana.

Petro quiere armar un lío pueblerino donde lo que hay es la deriva amazonense del cambio climático. Esas nuevas condiciones, impuestas por la deforestación, están dejando sin agua el puerto de Leticia y nadie puede culpar al Perú de tamaño desastre.

Hay algo de justicia poética en estas irrupciones de tierras azarosas surgidas en el Amazonas. El tratado Salomón-Lozano de 1922, impulsado por el entreguismo de Leguía, cedió el entero trapecio de Leticia a Colombia. Diez años después, en pleno sanchecerrismo, una turba de peruanos insumisos ocupó Leticia y quiso quedarse con ella. Sánchez Cerro fue asesinado por el Apra justo el día en que había pasado revista a las tropas que se iban a combatir por la ciudad recuperada al margen de la ley y los tratados. Su sucesor de facto, Óscar Benavides, desechó la idea del conflicto y aceptó el Protocolo de Río de Janeiro de 1934, que dejó las cosas como antes.

Gustavo Petro ha hecho un gobierno muy mediocre y se ha visto salpicado por la corrupción de algunos de sus allegados. Desde las acusaciones por lavado de activos contra su hijo Nicolás hasta los escándalos por nepotismo en Ecopetrol, pasando por los 120,000 dólares que el contrabandista Papá Pitufo entregó a la campaña del actual presidente, el llamado “gobierno del cambio” se ha empantanado en un clima de estridencias verbales, tensiones aspérrimas con autoridades regionales y, con excepción del cambio producido en el régimen pensional, muy pocos logros respecto del programa original del 2022.

El nacionalismo siempre es una tentación para quienes necesitan coartadas que retiemplen el ánimo y aglutinen a los dispersos. Petro se ha inventado una causa patriótica a partir de un islote ínfimo aparecido de los barros arbitrarios del Amazonas. Y lo ha hecho –no me cabe duda– pensando en la grosería infligida por la señora que dice gobernar el Perú. Habría que decirle a Petro que los peruanos de bien solemos ser mejor educados, sabemos algo de historia y no pensamos repetir la debilidad del señor Leguía. Que lo tenga claro. Le daremos la mano, por supuesto, pero no le daremos Santa Rosa.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 744 año 16, del 08/08/2025

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