8 de septiembre de 2025

Los últimos días de la gran prensa


Daniel Espinosa

"No culpen a la 'posverdad', el asunto es su descarado doble rasero"

La Asociación Internacional de Estudiosos del Genocidio (AIEG), líder entre las organizaciones que investigan esta forma de crimen contra la humanidad, publicó el pasado 31 de agosto una resolución condenando los hechos de Gaza como eso, un genocidio. Aunque los especialistas de la AIEG han llegado a dicha conclusión un poco tarde, lo hicieron por amplia mayoría, sumándose a las condenas hechas con anterioridad por varias otras organizaciones internacionales.

Es una nueva confirmación de que el orden internacional y el derecho humanitario –hechos trizas con la ayuda de quienes decían representarlos desde Washington, Londres, Bruselas y Berlín– yacen entre los escombros de Gaza, o en las mismas bolsas negras en las que descansan los cuerpos sin vida de miles de niños masacrados con armas de última generación.

Esto no está sucediendo a pesar de las enérgicas e insistentes denuncias de la prensa, sino con su activa y descarada complicidad. Las instituciones que decían practicar el mejor oficio periodístico, en defensa del bien común y los valores democráticos, se quitaron la máscara, demostrándole al mundo que, a la hora de la hora, los intereses de élite, los de la clase propietaria, son los que mandan.

El holocausto palestino está ocurriendo, además, mientras millones marchan por las calles de docenas de ciudades de todo el mundo exigiendo el alto al fuego y el fin de un sitio de corte medieval que tiene a cientos de miles enfrentando una hambruna total, mientras dos millones deambulan de un lado a otro esquivando las bombas, aterrorizados. Ese periodismo –el corporativo, el practicado por los grandes medios de comunicación privados– prefiere no informar sobre estas peligrosas manifestaciones globales de solidaridad y empatía.

Los grandes diarios y cadenas de noticias siempre nos contaron el cuento de que practicaban un oficio valiente, independiente, contestatario y neutral. Todo era una farsa. La gran prensa ni siquiera se atrevió a levantar la voz cuando las formas más cruentas de violencia se cebaron sobre cientos de periodistas gazatíes. En su lugar, repitió la “hasbara” –la propaganda sionista–, sugiriendo de mala fe que los colegas palestinos quizás eran terroristas encubiertos. El terruqueo no es un fenómeno peruano.

La investigación académica en torno al rol de los grandes medios de comunicación masiva y al periodismo que ahí se practica suele dividirse en dos escuelas. La primera sugiere que ciertos factores de corte institucional y estructural –como la propiedad de los medios, el financiamiento mediante avisaje comercial y la dependencia de fuentes de información del establishment– resultan determinantes al momento de decidir qué se informa y qué no, así como cuál será el enfoque (el “framing”, en inglés).

La segunda escuela sostiene, en cambio, que lo determinante a la hora de decidir qué es noticia sería la ideología de los periodistas que integran los principales medios periodísticos (entre los que destacan “The New York Times”, “The Washington Post”, “The Guardian”, “El País”, la CNN o la BBC) quienes por lo general se declaran liberales o progresistas. Según esta escuela, los grandes medios contribuyen a crear un vigoroso “mercado de ideas”, en el que las más populares terminan convirtiéndose en políticas públicas.

La cobertura sobre el genocidio en Gaza ha demostrado con creces que la primera escuela lleva la razón, mientras que la segunda, la preferida por los académicos que mejor se acomodan y por la gran prensa –precisamente porque les permite a sus periodistas presentarse como gente muy independiente–, no sería más que una fantasía que los dueños de los medios y sus fieles editores repiten para ocultar su propaganda.

Las múltiples cartas abiertas que cientos de periodistas de la gran prensa han escrito en los últimos veintidós meses, denunciando la cobertura de sus propios medios como sesgada en favor del régimen apartheid de Benjamín Netanyahu, deja claro que lo que determina la cobertura es la estructura institucional, no la ideología o las buenas intenciones de los periodistas, meros empleados.

En una reciente carta abierta, más de cien reporteros de la BBC exigieron que se les permita reportar la verdad sobre Gaza, denunciando que su medio –que marca la pauta para cientos de diarios y canales de noticias de todo el planeta– hace “relaciones públicas en favor de Israel” en lugar de periodismo. ¿Qué mejor prueba de que la ideología liberal de estos periodistas no viene a cuento cuando hay que reportar sobre asuntos que resultan cruciales a los intereses de la clase propietaria?

Los disidentes de la BBC no han sido los únicos, también ha habido denuncias de periodistas del “NYT”, de “The Guardian”, del “Financial Times” y la CNN, entre otros.

El enfoque institucional, el verídico, propone que unos medios de propiedad de multimillonarios y grandes conglomerados privados, que viven del avisaje comercial de otras grandes corporaciones, y que además dependen para su suministro de información de poderosos gobiernos y otras instituciones del establishment, siempre terminarán sirviendo a intereses de élite.

El martirio de los gazatíes, últimos en una larguísima fila de víctimas sobre las cuales la gran prensa nunca informó de manera honesta, debería ser el último clavo en el ataúd de un aparato de comunicaciones elitista que, desde hace por lo menos cinco décadas, viene perdiendo la confianza de sus audiencias de manera sostenida, como demuestran los sondeos sobre su credibilidad. No culpen a la “posverdad”, el asunto es su descarado doble rasero.

La gran prensa de Occidente es el más reluciente de todos los sepulcros blanqueados, y le debe buena parte de su engañoso prestigio a su propia capacidad para el autobombo, que se refuerza con el elogio vacío de unas instituciones tradicionales putrefactas que dependen de su cobertura sesgada. Es el mutuo espaldarazo de los compinches.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 748 año 16, del 05/09/2025

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