Juan Manuel Robles
"Hay que ser muy obtuso para jugarse con algo así"
Me entero, como todos, que el programa Beca 18 se ha quedado sin presupuesto para unos 40 mil estudiantes y pienso que la insensibilidad de quienes nos gobiernan no tiene límites. Pero pienso también, además de eso, que las bandas que dirigen el país exhiben una estupidez mayor a la imaginable. Lo que han hecho no solo los pinta de cuerpo entero; es un punto de quiebre, una demostración de que su arrogancia es tan grande que son capaces de jugar con fuego.
Los países canallas como el Perú, donde el neoliberalismo acabó con cualquier anhelo de Estado de bienestar, inventan de vez en cuando premios que tienen la cualidad de ayudar (salvar) a unos elegidos y renovar la fe en el sistema. Son una bendición, una de esas cosas que responden las plegarias que hace una madre mientras mira a su hijo, que salió geniecillo pero ni siquiera tiene zapatos para hacer la caminata de dos horas que lo separa del colegio. Esos beneficios son islas encantadas, llaves mágicas que les permiten a los pobres, por una vez, jugar en igualdad de condiciones y poder ganar una oportunidad de transformar la vida, nada menos.
Beca 18 es uno de esos casos. Su existencia, bien vista, es un premio consuelo, un mecanismo que existe porque las cosas no funcionan. Un paliativo. Es de lo poco que pudo hacer por la educación el último gobernante de izquierda que terminó su mandato (Humala); lo hizo cuando quedó claro que la Gran Transformación no era posible pero sí la inclusión social negociada a cuentagotas con el MEF. Así nació un programa para pagarles los estudios a jóvenes sin recursos de todo el Perú, a chicos y chicas en situación vulnerable: de bajos ingresos, de poblaciones amenazadas, víctimas del conflicto armado. ¿Cómo funciona? El Estado cubre la educación en una universidad (por lo general privada) y los gastos de manutención durante la carrera: no parece mucho para quienes soñamos con educación universal, gratuita, de la mejor calidad y todas las comodidades. Y aun así se convirtió en un gran generador de la movilidad social en un país donde superar la pobreza de nacimiento sigue siendo altamente improbable. Como dice la investigadora Susana Chávez: “Beca 18 fue capaz de abrir una grieta real en esa desigualdad estructural”.
Después de años de funcionamiento exitoso con un índice de deserción casi nulo, el Congreso le da un golpe presupuestal, dejando en incertidumbre a decenas de miles. Por supuesto, a nadie le sorprende: un acto así rima con la calaña del Parlamento que tenemos. Pero hay algo que no están viendo.
La clase política que perpetúa el modelo económico, envalentonada, impune y bravucona, no sabe lo que hace. No se da cuenta de lo mucho que le debe a Beca 18 y programas afines. Como las derechas fanáticas de moda, miran con desprecio cualquier forma de gratuidad (incluso una tan sui generis). No entienden que gracias a esos programas se perpetúa una creencia muy útil: que la educación puede cambiarte la vida, que el que se esfuerza tiene su recompensa y que existen herramientas disponibles para progresar; gracias a Beca 18 un montón de padres del Perú, el país de la desesperanza, ha podido encontrarse de nuevo con ese lema que parecía extinto: “el que estudia, triunfa”.
No es poca cosa. Los que cortan el caño —y al mismo tiempo se agregan más recursos de la torta para el sueldo y las gollerías— deberían preguntarse: ¿Por qué el país todavía mantiene una —relativa— paz social? ¿Por qué el descontento y la desigualdad no estallan en revueltas más seguido? Pues tiene que ver, en parte, con la fe en la superación, tal vez no para ti pero sí para tu hijo… Si tiene “talento”. Beca 18 es una de las pocas cosas concretas —y con proyección a futuro— que el Estado peruano puede brindarle a una familia que no tiene nada.
Beca 18 permite poblar el ambiente con historias inspiradoras de chicos y chicas que cumplieron un sueño: semblanzas que tienen el mismo tono de las historias inspiradoras de las fundaciones de los bancos (¡capitalismo afectivo!), perfiles en que suele aparecer la palabra “perseverancia”. No solo es el beneficiario. Cada familiar y conocido suyo tendrá bien presente el caso de esa persona bendecida por un Estado que, increíblemente, le dio lo que necesitaba y se merecía (¡en el Perú!). La narrativa de la salvación que usan los propagandistas de la igualdad de oportunidades: si ellos pudieron, todos pueden.
Hay que ser muy obtuso para jugarse con algo así. O tal vez es que creen, a estas alturas, que hay otro tipo de “meritocracia” y movilidad social: la de la política. Los analistas más serios coinciden en la decadencia en la práctica de la política, y es cierto. Pero a pesar de que esa caída es evidente, la arena de la política —la que queda— es activa y vigorosa, llena de movimientos, dinámicas, cocteles, pitufeos, know how y saberes que permiten que jóvenes con “talento” se sientan atraídos y entren, logrando el sueño de cambiar su vida para siempre.
Quienes están en el poder no han crecido gracias a la competitividad educativa. Han encontrado la oportunidad de ascenso social de otra forma: de grafitera difamadora de manifestantes a congresista de la república con gastos de representación y bonos. De asesora practicante de congresista a asesora con un patrimonio de 100 millones, en cuatro años. No es casual que desprecien la educación, y peor, su fomento y universalización. Mientras tanto, aparecen en el horizonte organizaciones como la Escuela Naranja, dirigidas por remanentes fujimoristas a los que la Dircote no perseguirá (a pesar de que en sus locales hacen abierta apología a un criminal). Esas aulas, esos centros de adoctrinamiento, se convierten en la alternativa que tienen los jóvenes para trepar, en un parpadeo, a otra categoría. Estudiar es de cojudos. Hay otros caminos, y los estamos viendo.
04-12-2025
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 761 año 16, del 05/12/2025
https://www.hildebrandtensustrece.com/

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