Ronald Gamarra
"Las que hemos padecido aquí no han sido ni abiertas, ni simultáneas, ni obligatorias"
Se celebraron las elecciones primarias para designar a los candidatos de los partidos a todos los cargos públicos electivos que se definirán en las elecciones generales de abril del 2026: presidencia de la república, primera y segunda vicepresidencias, senadores nacionales, senadores departamentales, diputados y representantes ante el Parlamento Andino. Según el anuncio oficial, los casi 40 partidos que compiten en este proceso habrían cumplido así con un requisito que, en teoría, debería estimular la democratización, la participación, la transparencia de los partidos y el sistema político del país.
En realidad, hay que decirlo, este proceso de las denominadas elecciones primarias ha sido una farsa descarada. De elecciones primarias, solo han tenido el nombre; esa es la dura verdad. Lo que se ha llevado a cabo con el nombre de “elecciones primarias” en este mes de noviembre no tiene absolutamente nada que ver con lo que se previó originalmente. La mayoría del pacto mafioso, que domina el actual Congreso, impuso cortes y supresiones fundamentales a lo previsto originalmente con la finalidad de preservar el poder de las cúpulas patrimonialistas y mafiosas que hacen de cada partido una chacra privada donde hacen lo que quieren.
Unas elecciones primarias llevadas a cabo como debería haber sido según el proyecto original pondrían en peligro el poder de los clanes que dominan los partidos políticos como si fueran negocios privados, que es lo que sucede desde hace tantos años en nuestro país. El patrimonialismo de algunos estrechos círculos ha sustituido por completo la vida política propia de los partidos para reemplazarla por el negocio. Todo se compra y se vende en los actuales partidos: las candidaturas, los puestos en las listas electorales, la posibilidad de cargos públicos o empleos en la administración del Estado.
Unas elecciones primarias auténticas habrían tenido tres características básicas, que han estado ausentes de modo absoluto en el proceso cumplido durante el mes de noviembre en nuestro medio: abiertas, simultáneas y obligatorias. De allí, el acrónimo con el cual se las suele denominar: PASO. Las que hemos padecido aquí no han sido ni abiertas, ni simultáneas, ni obligatorias. Apenas han sido una convalidación del patrimonialismo tradicional bajo un barniz formal. No tienen nada que ver con lo que realmente son unas elecciones primarias bajo el esquema de las PASO.
¿Qué significa que las elecciones primarias sean abiertas? Pues algo muy sencillo y a la vez importante: que en ellas participen, votando por los precandidatos, no solo los inscritos en el partido sino todo aquel ciudadano que sienta una afinidad o preferencia por esa agrupación. Esto permite airear radicalmente las capillas cerradas de las organizaciones partidarias, reconociendo a toda la ciudadanía el derecho a intervenir desde el momento mismo de la designación de los candidatos y pone una barrera a la compra-venta de las candidaturas y los lugares en las listas electorales.
¿Qué significa que las elecciones primarias sean simultáneas? No otra cosa que las primarias de todos los partidos se celebran el mismo día, de manera que la ciudadanía se moviliza para definir las candidaturas que irán a las elecciones generales y automáticamente quedarán desechadas las precandidaturas vencidas. Es un modo absolutamente democrático de definir lo que la ciudadanía juzga mejor para la competencia definitiva, desechando lo que no le parece aparente o atractivo. Además, las PASO deberían ser obligatorias para asegurar la más amplia participación ciudadana en el proceso.
Las elecciones primarias, bajo el esquema de las PASO, también deberían servir para cernir los partidos que vale la pena que vayan a las elecciones generales. Por eso, en las PASO se establece una valla mínima de votos, que podría ser igual a la establecida para las elecciones generales. Los partidos que no la pasen quedarían fuera del juego. Si tal norma se hubiese aplicado aquí, nos habría permitido rebajar fuertemente el excesivo número de partidos que participarán en las elecciones de abril, en lugar de hacer una vez más el ridículo, como ocurrirá con casi 40 partidos compitiendo el próximo año.
Nada de esto ha habido en estas primarias chicha, determinadas así por los intereses del pacto mafioso del Congreso. Casi todos los partidos, con excepción de dos, han hecho la finta de elegir unas decenas de delegados, los cuales designarán a los candidatos en un proceso dominado de principio a fin por cada cúpula, con candidaturas únicas en la gran mayoría de los casos, encabezadas o autorizadas por el dueño del partido. Estas primarias han sido absolutamente inútiles y no cambian nada a favor de la democracia.
Ejemplo claro de todo esto son las elecciones primarias del partido fujimorista, donde se ha designado a unos cuantos delegados que, a su vez, “elegirán” las candidaturas del partido, pero ¡oh, sorpresa!, solo hay una candidata: Keiko Fujimori, por cuarta vez postulando a la presidencia de la república. Qué clase de elección primaria democrática es esa, con todo digitado cuidadosamente para votar por una candidata única y sus dos serviles escuderos. Unas primarias que no admiten voto universal, ni siquiera de los militantes, sino el voto de unos delegados que no tienen sino una sola y única alternativa.
El partido de Porky es una de las dos excepciones, aunque no tanto. Tuvieron que ir a una votación de los militantes, aunque no era ni de lejos su intención. Pero se olvidaron de hacer el trámite necesario para eludir la votación de los militantes y elegir mediante delegados, tal como querían, de modo que la ONPE exigió cumplir. Entonces, fueron a votación de los militantes, pero con lista única, la de Porky presidente y nadie más. ¿Tiene algo de democrático un proceso así, hecho para ratificar al dueño del partido? Lo más grave es que el aspirante a presidente ni siquiera obtuvo 10 mil votos, un respaldo escuálido comparado con todo el dinero que Porky está gastando desde hace meses en la campaña.
La única excepción auténtica en este proceso ha sido el partido aprista. Debido al ambiente de guerra civil tribalizada que vive el PAP desde hace varios años, las elecciones primarias con votación universal de los militantes aparecían como una solución antes que la ruptura. Pero aún allí, la participación apenas superó la tercera parte del padrón de inscritos, algo más de 16 mil votos, cifra realmente pequeña. Eso sí, el resultado trajo sorpresas desagradables a la vieja guardia del partido, dividida en tres listas, que perdió la candidatura presidencial ante un novato desconocido fuera del partido, que obtuvo la nominación con apenas algo más de 3,700 votos. Es decir, nada.
04-12-2025
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 761 año 16, del 05/12/2025
https://www.hildebrandtensustrece.com/

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