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14 de septiembre de 2025

Trump como síntoma de la decadencia imperial

Fernando Buen Abad Domínguez

No más imperio de armas, imperio de saqueos, imperio de engaños

Donald Trump no es un accidente “rentable” aislado en la historia de USA. Es la cristalización grotesca de un sistema que lleva siglos nutriéndose de la violencia organizada, del saqueo sistemático, de la explotación de los pueblos y de la mentira institucionalizada. Su figura concentra, como una botarga obscena, todo lo que el capitalismo-imperialismo estadounidense produce en su fase más degenerada; la adoración a las armas, la codicia sin límites, la manipulación mediática, el racismo estructural y la glorificación de la ignorancia cínica como estrategia política. Trump es el síntoma y la enfermedad a la vez; síntoma de un imperio en decadencia y enfermedad que acelera la descomposición del planeta bajo el yugo de las armas, el saqueo y el engaño. La muerte misma.

Su imperio de las armas. En la trayectoria de Trump, el negocio de las armas no aparece sólo como política de Estado, sino como espectáculo mediático. Desde su presidencia se multiplicaron los presupuestos militares, se fortaleció el complejo industrial-armamentista y se celebraron abiertamente las alianzas con fabricantes de muerte. Trump convirtió los desfiles militares, los despliegues de tropas y la venta de armas en símbolos de “grandeza nacional”. En su retórica, las armas no son instrumentos de muerte sino emblemas de patriotismo, poder y masculinidad. Nuestro análisis semiótico nos obliga a mirar más allá de las cifras del gasto militar. Cada discurso suyo sobre la “defensa de la nación” era, en realidad, un signo destinado a infundir miedo, a fabricar enemigos externos e internos. Trump necesitaba enemigos para justificar el negocio de las armas; inmigrantes, musulmanes, gobiernos soberanos que no se sometían al dictado estadounidense. Bajo su mandato se intensificó la lógica del miedo como recurso electoral, se armó ideológicamente a sectores reaccionarios de la sociedad y se dio oxígeno al supremacismo armado. Trump es la encarnación del imperio de las armas porque no sólo las promueve en términos económicos, sino porque convierte el signo de la violencia en mercancía política. En él se funden el empresario del espectáculo con el comandante en jefe, en una obscena naturalización de la guerra como entretenimiento.

Su imperio de saqueos. Trump es empresario del saqueo. Su fortuna se levantó sobre fraudes inmobiliarios, evasiones fiscales, estafas disfrazadas de universidades, casinos quebrados y negociados turbios. Pero más allá de su biografía personal, en su presidencia impulsó con crudeza la lógica saqueadora del capitalismo estadounidense. Redujo impuestos a los millonarios, entregó recursos naturales a corporaciones extractivistas, privatizó bienes públicos y subordinó todo al lucro de las élites. El saqueo con Trump no se limitó al interior de EE.UU. También intensificó el expolio externo; sanciones económicas contra países soberanos, robos de recursos energéticos en Oriente Medio, agresiones financieras contra América Latina. Bajo su mandato se multiplicaron los bloqueos, las confiscaciones de activos y la presión sobre gobiernos que no se arrodillaban. Fue un saqueo global disfrazado de “defensa de la libertad”.

En términos semióticos, Trump elevó a rango de virtud la figura del saqueador. Su narrativa presentaba la codicia como prueba de inteligencia, el enriquecimiento personal como objetivo de vida, la depredación de recursos como “crecimiento económico”. Convirtió la lógica mafiosa en programa político. Cada vez que aparecía en televisión jactándose de su éxito empresarial, fabricaba un signo que naturalizaba el saqueo como modelo de conducta. Trump es el rostro obsceno del imperio saqueador porque no tiene siquiera la máscara de civilización con que otros presidentes disfrazaron sus crímenes. Él se vanagloria del robo, lo exhibe, lo celebra. Es la honestidad brutal de un imperio que ya no necesita fingir moralidad.

Su imperio de engaños. Pero si Trump es síntoma de la decadencia imperial, lo es sobre todo en el terreno del engaño. Su carrera política se levantó sobre una catarata de mentiras; el “birtherismo” contra Obama, la negación del cambio climático, las promesas de un muro que nunca se construyó como lo anunciaba, las cifras infladas de logros económicos, las teorías conspirativas sobre las elecciones. Mintió con descaro porque descubrió que la mentira, en la era digital, no necesita ser verosímil; basta con ser ruidosa, basta con viralizarse.

Trump convirtió la mentira en arma de masas. Sus tuits eran misiles semióticos cargados de odio, racismo y falsedad. Sus discursos eran espectáculos diseñados para movilizar emociones antes que para comunicar verdades. Fue el gran estafador semiótico que entendió cómo manipular la indignación, cómo explotar el resentimiento, cómo fabricar enemigos y cómo victimizarse al mismo tiempo. Bajo su mandato, la mentira dejó de ser un defecto político para convertirse en estrategia central. No importaba cuántas veces fuese desmentido; sus seguidores no buscaban verdad, buscaban pertenencia a una narrativa emocional. Trump creó un ecosistema de engaño donde los hechos eran irrelevantes y lo único importante era la lealtad al líder. Así, se consolidó como figura arquetípica del imperio de los engaños; un vendedor de humo que sabe que la mercancía simbólica más rentable es la ilusión de grandeza. El “Make America Great Again” no es un programa político; es un signo vacío diseñado para manipular deseos colectivos.

Síntomas de la decadencia imperial. Trump no inventó el militarismo, ni el saqueo, ni la mentira política. Pero los llevó a una forma de obscenidad inédita. Representa la etapa en la que el imperio ya no necesita ocultar sus crímenes; los exhibe con orgullo. Su figura es la confesión más clara de que el capitalismo estadounidense se sostiene únicamente en la violencia, el robo y la manipulación. Cada gesto de Trump nos muestra que el imperio ya no puede sostenerse con promesas de bienestar colectivo. Sólo le queda la imposición del miedo, el despojo sistemático y el engaño masivo. Trump es el síntoma de un orden que se descompone y que, en su decadencia, se vuelve más peligroso. En términos semióticos, su figura es un signo saturado de contradicciones; un millonario que se presenta como defensor de los pobres; un evasor fiscal que dice proteger a los trabajadores; un mentiroso compulsivo que acusa a todos de falsedad; un imperialista que se disfraza de nacionalista. Ese juego de espejos es la expresión más acabada de un imperio que vive de su propia impostura.

No más imperio decadente. Decir no más imperio de armas, saqueos y engaños es decir también no más Trump. No como individuo, sino como modelo de dominación. No más la lógica del empresario saqueador convertido en presidente. No más la política de la mentira como espectáculo. No más la normalización de la violencia como identidad nacional. Trump es una advertencia para el mundo; lo que él representa no es sólo una presidencia fallida, es la dirección hacia la que el capitalismo arrastra a la humanidad si no se lo detiene. Es la barbarie maquillada de reality show. Es la democracia convertida en circo. Es la verdad convertida en mercancía descartable. La tarea histórica es desmontar no sólo a Trump, sino a todo el sistema que lo produce y lo sostiene. Desarmar el imperio de las armas que multiplica guerras. Desmantelar el imperio de saqueos que destruye pueblos y ecosistemas. Desenmascarar el imperio de engaños que manipula conciencias y fabrica consensos para la opresión.

Insurrección de los pueblos contra la decadencia imperial

Nuestro desafío no es simplemente derrotar electoralmente a personajes como Trump. El desafío es más profundo; construir una semiosis revolucionaria emancipadora que rompa con el círculo de miedo, codicia y mentira. Entender que cada signo es campo de batalla. Derrotar cada palabra, cada imagen, cada relato del imperio y gestionar las semiosis para la emancipación. Trump utilizó los signos como armas de dominación. Nuestra tarea es revolucionar el sentido como herramienta de liberación. No más miedo, sino solidaridad. No más saqueo, sino justicia. No más engaño, sino verdad organizada. Trump es síntoma de un imperio en ruinas. Nuestra tarea es que esas ruinas no nos sepulten, no las necesitamos lo que nos urge es un nuevo humanismo de género nuevo, de paz pero no sin armas, (armas de la independencia: San Martinianas, de Morazán, de Artigas, de Hidalgo, de Morelos de Bolívar) contra los saqueos y contra los engaños. No más Trump. No más imperio de armas burguesas. No más imperio de saqueos. No más imperio de engaños.

Se publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

16 de junio de 2025

Universidades sitiadas: Trump contra el pensamiento crítico

Fernando Buen Abad Domínguez

¿A qué le teme el imperio cuando persigue con saña a las universidades? ¿Qué tipo de enemigo construyen en sus laboratorios ideológicos cuando convierten al saber en blanco militar? Hoy, el gobierno de Donald Trump —reinstalado por la máquina neoliberal del caos— desata una ofensiva brutal contra el pensamiento crítico, la ciencia libre y los espacios de emancipación cognitiva que aún resisten en los campus universitarios de Estados Unidos. No es una exageración: estamos ante una guerra semiótica total contra la inteligencia social organizada.

Es terrorismo epistemológico de Estado. Trump ha ordenado cancelar todos los contratos federales con la Universidad de Harvard; ha impedido la inscripción de estudiantes internacionales; ha revocado visas por el solo hecho de participar en protestas pacíficas pro-palestinas. ¿Quién define ahora qué es odio? ¿Quién controla el diccionario del poder? Trump no actúa solo ni improvisadamente. Lo hace como operador de una casta de propietarios del sentido: magnates del petróleo, fabricantes de armas y dueños de medios que ven en la universidad un enemigo estratégico, un riesgo para el orden semiótico que reproduce la obediencia. Harvard, el MIT, Berkeley o Yale no son espacios homogéneos, ni inocentes, pero albergan aún núcleos de pensamiento crítico, investigación científica autónoma y redes de solidaridad internacional que pueden ser insumos peligrosos para la revolución.

No es una persecución anecdótica, ni coyuntural. Forma parte de una doctrina de choque cultural que busca disciplinar la producción simbólica y clausurar la autonomía del conocimiento. Tal como ya lo anticiparon los manuales de contrainsurgencia cultural del Pentágono, la nueva guerra es contra los significados y las subjetividades: ya no bastan los tanques, ahora hay que controlar las metáforas. Quieren vaciar las universidades de toda crítica, convertirlas en fábricas de tecnócratas sin conciencia, en ingenieros del capital, en administradores del despojo —especialmente durante su presidencia (2017-2021)— se inscriben dentro de una ofensiva ideológica más amplia contra las instituciones del conocimiento, la crítica social y el pensamiento progresista. Trump acusó repetidamente a las universidades estadounidenses de ser centros de “adoctrinamiento marxista” o “liberal radical”, atacando especialmente a las ciencias sociales, las humanidades y los departamentos de estudios raciales o de género. Trump incluyó ataques a científicos y académicos sobre temas como el cambio climático, la pandemia o el aborto. Trump articuló un discurso de guerra cultural en el que las universidades eran vistas como trincheras del “enemigo interno”, responsables de sembrar la crítica social y los valores progresistas. Sus ataques buscaban disciplinar ideológicamente al conocimiento, minar la autonomía universitaria y consolidar una narrativa neoconservadora.

Desde su regreso a la presidencia en 2025, Donald Trump ha intensificado su ofensiva contra las universidades estadounidenses, con medidas que afectan directamente a la autonomía académica, la diversidad estudiantil y la libertad de expresión. Ordenó el retiro masivo de fondos federales a Harvard. El Departamento de Seguridad Nacional revocó la certificación del Programa de Estudiantes y Visitantes de Intercambio de Harvard, impidiendo la inscripción de estudiantes internacionales para el año académico 2025-2026. Esta medida fue bloqueada temporalmente por una orden judicial, pero generó incertidumbre y preocupación en la comunidad académica internacional.  Trump nombró a Linda McMahon como Secretaria de Educación con el objetivo declarado de cerrar el Departamento de Educación, devolviendo la autoridad educativa a los estados y comunidades locales. Estas acciones recientes de la administración Trump representan un desafío significativo para la educación superior en Estados Unidos, afectando la diversidad, la libertad académica y la posición internacional de sus universidades.

Hay que construir una nueva internacional del pensamiento crítico. Urge levantar universidades emancipadoras, descolonizar los saberes, refundar el diálogo entre ciencia, conciencia y pueblo. No podemos permitir que la humanidad se quede sin sus fábricas de futuro. Porque lo que Trump y sus secuaces atacan no solo en Harvard. Atacan al derecho universal a pensar, a la inteligencia colectiva, a la civilización educativa. Y si hoy callamos frente a esa agresión, mañana nos atacarán a todos. Hoy más que nunca, la defensa del pensamiento crítico es una tarea revolucionaria. La universidad no es una mercancía, ni un cuartel, ni un campo de concentración semántico. Es, debe ser, un territorio de lucha por la verdad, por la libertad y por el sentido humano de la vida. Y como tal, debemos defenderla con todas nuestras palabras, nuestras ideas y nuestras trincheras de papel.

Pero Trump no es una anomalía aislada. En América Latina, sus métodos encuentran eco en una legión de imitadores ansiosos por privatizar las universidades públicas, perseguir a los docentes que piensan, y criminalizar a los estudiantes organizados. Desde Javier Milei en Argentina, que califica a las universidades como “nidos de adoctrinamiento socialista”, hasta José Antonio Kast en Chile, que propone auditorías ideológicas y recortes presupuestarios a centros críticos, pasando por los embates legislativos de la derecha brasileña contra las universidades federales, el trumpismo académico se ha vuelto doctrina continental. Y no olvidemos los ataques mediáticos sistemáticos en México contra los proyectos educativos de la 4T, acusándolos de “populismo pedagógico” o “marxismo disfrazado”.

Es la Guerra Cognitiva sin fronteras. Hoy, al menos una docena de gobiernos o movimientos derechistas en América Latina aplican manuales de intervención semiótica contra el pensamiento crítico, recortan recursos, hostigan a investigadores y clausuran líneas de investigación incómodas. Reproducen, tropicalizan y sistematizan el modelo Trump de asfixia académica, con apoyo de fundaciones transnacionales y medios de comunicación hegemónicos que operan como custodios de la ignorancia funcional. Por eso insistimos: la batalla por la universidad no es sectorial, es civilizatoria. Defender el derecho a pensar es defender el futuro de los pueblos. Y esa tarea no se delega ni se posterga. Se ejerce, palabra por palabra, idea por idea, aula por aula.

Se publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

https://www.leerydifundir.com/2025/06/universidades-si…samiento-critico/ 

5 de enero de 2025

Ética de la Felicidad

Fernando Buen Abad Domínguez

Ser felices no debería ser un lujo reservado para unos cuantos que pueden comprarla. A estas alturas de la historia la infelicidad debiera ser considerada como “crimen de lesa humanidad” especialmente porque es crónica, endémica y absolutamente destructiva. Pocas mercancías burguesas presentan rostros tan aberrantes como su “felicidad” de clase. En ella se condensan las contradicciones más absurdas y las injusticias más lacerantes. Con una ética de los pueblos, en clave emancipadora, deberíamos también estar ocupados en impulsar la revolución de la felicidad, de su moral, de su virtud, de su deber en las alturas humanistas donde florece la felicidad como realización suprema, objetiva y subjetiva, que añade alegría a los seres humanos si se expresara moralmente en de los juicios éticos y en hechos particulares de todo género desde las ciencias hasta las artes.

Pocas experiencias humanas le dan más sentido a la vida que la felicidad producida por el consenso, la comunidad de valores y acciones con entendimiento de las conductas dignificantes y cooperativas que se estructuran mediante signos y códigos, también, de la identidad social y de sus proyectos de igualdad emancipadora. Si la felicidad, liberada de las cadenas ideológicas burguesas, adquiriera sentido multiplicador, podría generar consigo significados éticos y morales revolucionarios que influirían en la conducta y en las decisiones morales de los pueblos.

Ya no nos alcanza con reivindicaciones enciclopédicas de las tradiciones filosóficas en torno a la felicidad. Hay que ir más allá de ciertos amasijos ideológicos con que se ha pretendido sublimar a la felicidad de los pueblos, porque la clave está en las bases materiales y en la lucha organizada de todos por el bien de todos. Es decir, el carácter de clase de la felicidad, explícito y en combate.  Más allá del eudemonismo aristotélico y su idea de que la felicidad es el fin último de la vida humana. Por la vía de la virtud abstracta. Más allá del hedonismo epicureano y la relación de la felicidad con el placer y la elusión de los dolores. Más allá del estoicismo de Séneca, de Epícteto o Marco Aurelio y su idea de que la felicidad es producto de controlar las emociones, se logra a través del control de las emociones y la aceptación de lo que no podemos cambiar. Según esta corriente, la virtud. Más allá del utilitarismo de Jeremy Bentham o de John Stuart Mill y su idea casi estadística de la felicidad. Más allá del existencialismo de Sartre o de Camus y sus abstracciones sobre la libertad fundamental para encontrar sentido a la vida. Más allá del budismo y su idea de una felicidad duradera gracias al desapego y la asimilación profunda de la realidad.

Es verdad que la felicidad es un bien supremo, pero no una mercancía de secta financiera. No basta con “vivir bien” y “obrar bien” para democratizar la felicidad. La felicidad es un estado de acción que requiere de lo social para nutrirse de sentido. Es verdad que la felicidad provee placeres que no pueden apoyarse en el sufrimiento de las mayorías.  Hay una única cuestión filosófica verdaderamente seria: la felicidad en colectivo. Filosofar lo que vale para la especie humana ser feliz y si vale o no la pena vivirla luchar por ello es atender a un trance pregunta fundamental de la filosofía y de la vida buena para todos y todas. Sin demagogia.

En la lucha hacia una felicidad politizada y democratizada, la filosofía debe sintetizar sus mejores conquistas dialécticas para llenarse con la inteligencia y con el corazón de la especie humana anhelante de una felicidad que, hasta hoy, no ha conocido. Es esa felicidad revolucionaria emancipada de las parafernalias obscenas y de la farándula ideológica de la estética burguesa con su palabrerío individualista como condición a superar para ir hacia una fase de ser racional y sincera para mundo en el que la ética sea la estética del futuro y nos haga felices cumplir con el deber del bienestar de todos para todos.

Karl Marx no abordó directamente la noción de felicidad como un concepto central en su obra, sin embargo, algunos de sus escritos, especialmente en relación con la alienación, el trabajo y la emancipación humana, tratan indirectamente la posibilidad de una vida más plena y libre, lo que puede interpretarse como una reflexión sobre las condiciones necesarias para la felicidad. “En su trabajo, el obrero no se afirma, sino que se niega a sí mismo. No se siente feliz, sino infeliz. No desarrolla una energía física y mental libre, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu.” Bajo el capitalismo, el trabajo alienado es infelicidad pura y dura que anula niega la posibilidad de la realización humana plena y convierte a toda actividad en rutina forzada y destructiva. La felicidad humana no es abstracto inherente a la subjetividad de cada individuo, es un anhelo gestado en la realidad y como producto del conjunto de las relaciones sociales.

Nos urge una revolución del bienestar en plenitud de la especie humana y en condiciones de igualdad intrínsecamente ligada a todas las relaciones sociales. La felicidad de esas relaciones no obstaculiza la realización personal y, por tanto, construye una posibilidad realmente nueva de una vida feliz. La felicidad es un logro de la verdadera resolución de las tensiones entre la especie humana y la naturaleza, y entre los seres humanos consigo mismos, es la solución de un problema histórico contra la infelicidad inducida y que puede llevar a una forma de vida en la que los seres humanos resuelvan sus contradicciones para el desarrollo de sus fuerzas y talentos productivos.

Es la opción de consolidar una visión de la sociedad donde las condiciones para la felicidad son posibles. La felicidad no será posible mientras que los seres humanos estén limitados por el trabajo esclavizante impuesto para satisfacer sólo sus necesidades básicas. En una sociedad de felicidad revolucionaria y revolucionándose, todos y todas ofrecerían más de su tiempo y espacio para el desarrollo común y conjunto. En lugar de la amargura, la miseria y la infelicidad habrá una asociación transformadora y consciente en la que el libre desarrollo feliz será la condición para el libre desarrollo de todos y viceversa. Es indispensable mantener unidos el desarrollo de la felicidad individual con el colectivo. Una sociedad sin clases permitiría a las personas realizar plenamente su felicidad, donde los seres humanos puedan vivir de manera más libre, creativa y plena, lo cual podría entenderse como la creación de las condiciones para una vida feliz multiplicándose. ¿Es mucho pedir?  No la felicidad absoluta y finiquitada sino una felicidad renovada y renovadora. Que todos la entiendan y la sientan. La compartan y la reproduzcan en conjunto. Cosa bastante inédita.

Fernando Buen Abad Domínguez​. Filósofo, semiólogo y científico mexicano (CDMX 1956) Licenciado en Ciencias de la Comunicación. Máster en Filosofía Política. Doctor en Filosofía.

Publicado originalmente en ALMAPLUS TV
https://www.almaplus.tv/articulos/10185/%C3%A9tica-de-la-felicidad

Se publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

3 de octubre de 2023

Cultura de la dependencia tecnológica

Fernando Buen Abad Domínguez

Acostumbrados como estamos a consumir (mayormente) lo ajeno, la tecnología no fue ni es excepción que honre a gobierno alguno en términos brutos. Aunque el consumismo tecnológico adquirió modalidades muy diversas, en cantidad y en calidad, el resultado es el mismo

Pagamos sumas incalculables (y con ellas todas sus consecuencias) cada minuto que se posterga la soberanía tecnológica amordazada con palabrerío de ocasión. No confundamos la oferta seductora, y sus facilidades para el endeudamiento, con la verdadera y concreta tarea de sustituir importaciones tecnologías en todas las áreas. Que el mercado se presente “seductor” con la oferta de “maravillas tecnológicas” a granel, deja sobre la mea de nuestras realidades la muy amaga impotencia que nos asalta ante los escaparates de lo inalcanzable o lo contradictorio. Aunque hagamos “sacrificios” para mantenernos al día.

También la concentración monopólica de la tecnología es una amenaza contra las democracias. Y parece que nos acostumbramos, a costos incalculables, a consumir mansamente, planificada y adictamente, todo cuanto nos imponen los consorcios tecnológicos trasnacionales frecuentemente con matriz en la industria bélica. Internet no nos dejará mentor, por ejemplo. Transferimos al aparato empresarial bélico, bancario y mediático -sin frenos y sin auditorias-, sumas ingentes. Entiéndase aquí “dependencia” en su sentido amplio que incluye las adicciones más variadas y las más “novedosas”. Adquirimos tecnología sin soberanía; no consolidamos nuestras fuerzas de producción, no creamos una corriente internacionalista para una tecnología emancipada y emancipadora; no creamos las usinas semióticas para la emancipación y el ascenso de las conciencias hacia la praxis transformadora; en la producción de tecnologías y no creamos un bastión ético y moral para el control político del discurso y el gasto. No es que falten talentos o expertos, no es que falte dinero ni que falten las necesidades con sus escenarios. Hizo estragos, nuevamente, la crisis de dirección política transformadora. Hablamos mucho, hicimos poco. Ni el “Informe MacBride” (1980) supimos escuchar y usar, como se debe.

Estamos bajo el fuego de (al menos) tres guerras simultáneas: una Guerra Económica desatada para dar otra “vuelta de tuerca” contra la clase trabajadora; una Guerra Territorial para asegurarse el control, metro a metro, contra las movilizaciones y protestas sociales que se multiplican en todo el planeta; y una Guerra Cognitivo-Mediática para anestesiarnos y criminalizar las luchas sociales y a sus líderes. Tres fuegos que operan de manera combinada desde las mafias financieras globales, la industria bélica y el re-editado “plan cóndor comunicacional” empecinado en silenciar a los pueblos.

En particular, la guerra cognitivo-mediática es extensión de la guerra económica imperial no se contenta con poner su bota explotadora en el cuello de los pueblos, quiere, además; que se lo agradezcamos; que reconozcamos que eso está “bien”, que nos hace “bien”; que le aplaudamos y que heredemos a nuestra prole los valores de la explotación y la humillación como si se tratara de un triunfo moral de toda la humanidad, como si se tratara de un patrimonio digno de ser heredado. El discurso financiado es un sistema de defensa estratégica transnacional operada desde las centrales imperiales con ayudas vernáculas. Para eso ha servido buen parte de la tecnología que nos imponen y buena parte de nuestras adicciones inducidas para el consumismo de sus “fierros”. Una parte del poder económico-político de las empresas trasnacionales productoras de tecnología tiene sus contrapartes cómplices vernáculas que operan de manera, unas veces desembozada y otras veces maquillada por prestanombres de todo tipo. Se trata de una doble articulación de la dependencia que supera a los poderes nacionales (muchos de ellos no tributan, no respeta leyes y no respeta identidades) mientras ofrece respaldo a operaciones locales en las que se inclina la balanza del capital contra el trabajo.

Nuestra dependencia tecnológica en materia de comunicación es pasmosa; gastamos sumas enormes en producir comunicación generalmente efímera y poco eficiente; nuestras bases teóricas están mayormente infiltradas por las corrientes ideológicas burguesas que se han adueñado de las academias y escuelas de comunicación; no tenemos escuelas de cuadros especializadas y no logramos desarrollar usinas semánticas capaces de producir contenidos y formas pertinentes y seductoras en la tarea de sumar conciencia y acción transformadora. Con excepción de las excepciones.

Han instrumentado modelos bancario-financieros de endeudamiento y dependencia económica inspirados en la retracción del papel del Estado para reducir y suspender el derecho histórico a la soberanía tecnológica.  Así les compramos desde medicamentos hasta instrumentos, desde maquinarias hasta Filosofías de la Tecnología. Compramos teléfonos, pantallas, trasponders más la catarata de refacciones pergeñada por la “obsolescencia planificada”. Nuestra independencia tecnológica duerme el sueño del “subdesarrollo” anestesiada por contratos jugosos que, además de someternos nos “educan” para estar agradecidos y embelesados con los avances tecnológicos más sorprendentes. Mayormente ajenos.  

Esa dependencia es una emboscada porque incluso algunos intentos por desplegar fabricaciones propias suelen ir pegados a los modelos de producción y consumo diseñados por las ideas y las necesidades empresariales. Tan delicado como imitar contenidos es imitar formas. Las formas tecnológicas no son entidades a-sexuadas o inmaculadas, y no quiere decir esto que no se pueda expropiar (consciente y críticamente) el terreno de las formas para ponerlas al servicio de una transformación cultural y comunicacional pero debe tenerse muy en cuenta, qué realmente es útil y por qué no somos capaces de idear formas mejores.

No obstante, contra todas las dificultades y no pocos pronósticos pesimistas, los pueblos luchan desde fretes muy diversos y en condiciones asimétricas. Con experiencias victoriosas en más de un sentido es necesaria una revisión autocrítica de urgencia mayor. Intoxicados, hasta en lo que ni imaginamos, vamos con nuestras “prácticas comunicacionales” repitiendo manías y vicios burgueses a granel. La andanada descomunal de ilusionismo, fetichismo y mercantilismo con que nos zarandea diariamente la ideología de la clase dominante, nos ha vuelto, a muchos, loros empiristas inconscientes capaces de repetir modelos hegemónicos pensando, incluso convencidos, que somos muy “revolucionarios”. Salvemos de inmediato a las muy contadas excepciones.

Se publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

12 de enero de 2023

Guerra mediática, una guerra que no hemos entendido

Fernando Buen Abad Domínguez

Algunos dudan de que estemos en el epicentro de una “guerra mediática” híbrida. No ven que están desplegadas todas las armas ideológicas, financieras y militares del capitalismo. Algunos no se percatan de que hablamos los lenguajes colonizantes que nos imponen; que compramos compulsivamente sus tecnologías; que relatamos la historia con las premisas lógicas de ellos; que financiamos sus monopolios mediáticos; que regimos nuestras vidas con “valores” y “cultura” que nos infiltran. Piensan que es conspiranoia. ¿En qué guerra las víctimas financian sus victimarios?

A pesar de los logros de cierta izquierda y progresismo, o precisamente por eso, las ofensivas de las clases dominantes (militares, financieras, eclesiásticas…) avanzan retrógradas hacia un neo-nazifascismo porque atraviesan una crisis de vacío intelectual que se coagula en un proceso de condensación de odios y miedos. Ven que el “espíritu que recorre al mundo” gana adeptos. Supuran lawfare, persecuciones mediáticas, fake news, espionaje, represión y golpizas inflacionarias. Pergeñan “reformas laborales” y desorganización inducida contra la clase trabajadora. Mientras tanto, algunos gobiernos siguen transfiriendo sumas de dinero enormes a los monopolios mediáticos que los atacan o los chantajean. ¿Qué no entendimos?

Está bajo amenaza la cordura social. El arsenal mediático monopólico se organiza y se despliega en todos sus frentes camuflados como entretenimiento, como iglesias mediáticas, como noticieros y como programas de concursos. Las mesas de redacción y las direcciones editoriales están infestadas por “servicios” de inteligencia y espionaje. Casi todo está barnizado con canalladas y calumnias contra la voluntad organizativa de los pueblos en lucha y contra sus líderes. De mil maneras infiltran la “anti-política” y están reclutando jóvenes, académicamente anestesiados, con ilusiones de dinero o con ideología chatarra de orientación supremacista o nazi. ¿No lo vemos?

Está en la “tele”, las redes o los tabloides que despliegan los ataques diseñados por la manipulación simbólica. Para colmo, la impotencia nos gana encerrados en un festín de sorderas disfrazadas de “diálogo”. Y empeora en periodos electorales. Hay gobiernos de ricos encumbrados con los votos de los pobres; hay consumismo desaforado de mercancías encarecidas. Se generan ganancias siderales con los salarios raquíticos del pueblo trabajador. Una inmensa minoría hambrea a la inmensa mayoría. Con unas cuántas armas se reprime a masas de trabajadores. ¿Qué no entendemos?

La memoria también es un campo de batalla semiótica. Quieren resetearlo todo, el olvido es su gran negocio. Su “Teoría del Estado” se aferra a una concepción medieval de la “comunicación” que se dedica a fabricar predicadores armados con histrionismo mussoliniano. Se multiplican como hongos. Así avanza la “guerra mediática” convertida en comunidad de sentido opresor financiado por el “real poder” rumbo al dogmatismo férreo de la aniquilación del otro. Nazi-fascismo que soñó y vio crecer Hitler. En eso trabajan los centros de operación responsables de la guerra simbólica, repleta de vaciedades y banalidad. El objetivo es sembrar odio de clase contra todo lo que se organiza en clave de rebeldía. Inyectar miedo contra cualquier intento de modificación del status quo. A estas horas la catarata de falsa conciencia, vehiculada por los mass media, descarga emboscadas legaloides comandadas por las jaurías judiciales y sus aparatos policiales y militares, de represión objetiva y subjetiva. Lawfare le llaman a esa “guerra judicial”.

En el corazón de la Guerra Mediática habita la aberración supremacista, reloaded, empeñada en convencernos de que ellos siempre tienen la razón, que debemos agradecer que nos saqueen y exploten. Agradecidos por este mundo, al borde del desastre ecológico y ahogado en el fracaso civilizatorio del capitalismo. Agradecidos por un planeta intoxicado con hambre, miseria, pobreza, insalubridad, ignorancia y humillaciones. Quieren que agradezcamos esto como la mejor herencia para nuestra prole… que estemos orgullosos de eso. Guerra hibrida por todos los medios. ¿Qué parte no entendemos?

Paradójicamente la “guerra mediática” tiene frentes internos. Guerra entre nosotros mismos donde la tarea de la unidad, que es la más importante hacia una comunidad de sentido emancipador, se empantana entre refriegas de celos, sectarismos y burocratismos hacen grandes favores al poder fáctico hegemónico porque, entre otras cosas, nos somos capaces de comunicar una salida humanista superadora de nuevo género y les ahorramos el trabajo de dividirnos porque nos dividimos solos, y gratis (en el mejor de los casos). Nos urge una comisión internacional de los pueblos, extensiva de aquella que redactó el Informe MacBride, para solucionar los problemas mundiales de la comunicación. Enfrentar, ordenadamente a la Guerra Mediática en desarrollo. Vienen tiempos peores.

Se publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

27 de febrero de 2021

EL BLOQUEO ES UN CRIMEN DE LESA HUMANIDAD

Fernando Buen Abad Domínguez

Según la ONU, son crímenes contra la humanidad los que constituyen ataques generalizados o sistemáticos a la población civil, así como los exterminios, la esclavitud, la deportación o expulsión forzosa, la privación de la libertad física e intelectual que viola el derecho internacional o las torturas, las violaciones, la prostitución y la violencia sexual, la persecución de un colectivo (incluido su «linchamiento mediático») por motivos políticos, raciales, nacionales, étnicos, culturales, religiosos o de género; la desaparición forzada de personas, el apartheid y otros actos que atenten contra la integridad de las personas y de los grupos sociales. Por ejemplo el bloqueo, aunque lo llamen «embargo». Antes de que los «puristas» de las clasificaciones leguleyas alienten esperanzas de ensayar elocuencias escolásticas, sepan que no tendrán lugar aquí. Es delito de lesa humanidad todo cuanto atente contra la vida, la libertad, los derechos y la dignidad de las personas… y los bloqueos son una de las formas de las guerras más alevosas, ilegales e ilegítimas, del capitalismo, aunque inventen ideólogos, tratados y legislaciones para camuflarse.

Combatir al bloqueo no es asunto sólo «legal», de poco han servido el repudio en Naciones Unidas ni las proclamas airadas de las voces más indignadas. La batalla contra el bloqueo es una lucha política que no se detiene a las puertas de las burocracias y que implica una batalla radical contra el capitalismo, su modo y sus relaciones de producción. Sin duda el capitalismo, en su desarrollo, luego de la Segunda Guerra Mundial, produjo iguales o peores horrores contra la especie humana. Produjo usurpaciones, invasiones y hurtos. Todo tipo de engañifas, manipulaciones y humillaciones. Destrucción de países y de culturas. Miseria y desamparo, secuestros, usurpaciones y bloqueos. ¡Imposible maquillar tantos horrores! Las consecuencias empeoran y se comportan como pandemia. No hay futuro para la humanidad bajo un sistema así. Y para castigar a quienes se niegan a aplaudir sus horrores, el imperio impone «embargos» y bloqueos. Formas de una guerra despiadada contra los pueblos. Por ejemplo, el bloqueo contra Cuba es el más prolongado que se conoce en la historia moderna. Aunque ha sido condenado sin número de ocasiones nada pasa; lo mismo sucede contra Venezuela y contra todo aquel que intente desarrollar nexos con ambos países.

Algunos se conduelen sólo por los «daños económicos» ocasionados por el bloqueo, pero es insuficiente para comprender y denunciar los estragos en salud, educación, vivienda, trabajo y cultura. El bloqueo es parte de la guerra sicológica imperial contra toda rebeldía. No olvidemos la obligación ética que tenemos todos de denunciar el ataque sistemático contra el estado de ánimo de los pueblos sometidos al bloqueo. Está más clara que nunca la urgencia de una nueva proclama planetaria por los derechos humanos; que despeje toda huella de individualismo para ascender a una práctica humanista que aprenda a no reducir los derechos y, a cambio, aprenda a expandir todas sus nociones a su carácter social necesario. Es hora de habilitarnos con un programa humanista mundial nuevo, con carácter vinculante, en todos los cuerpos constitucionales y jerarquías éticas con que debe armarse una justicia social verdadera que nos ponga a salvo de las formas despiadadas de desigualdad, desamparo y marginación reinantes.

Necesitamos una declaración de los derechos humanos de nuevo género que condene al bloqueo, esta vez democrática, suscrita por las organizaciones de los trabajadores, aceptada por los movimientos sociales en pie de lucha contra la separación de la humanidad en clases sociales. Un sistema humanista nuevo, de capítulos subordinados a una concepción dinámica e integral, capaz de perfeccionarse con su práctica objetiva y con la organización democrática permanente de veedores, supervisores y controladores organizados en comités éticos para el desarrollo de los derechos y las responsabilidades colectivas. Romper con toda «letanía de falsa democracia» para democratizar la Declaración Universal de Derechos Humanos, renovarla desde los consensos. Es un paso obligado en el corto plazo. Romper con la idea de que tal declaración ha de mantenerse enjaulada en la verborrea diplomática, para ascender a una que se vuelva «carne de las luchas» humanistas de base socialista y que sea sinónimo de fortaleza práctica sostenida con pensamiento crítico. Necesitamos una declaración que incluya debates y escrutinio de los pueblos contra sus opresores.

Hasta hoy, “los derechos humanos –escribe Marx– son los de miembros de la sociedad burguesa, es decir, de individuos egoístas, separados de sí y de la comunidad”… pero los derechos del ciudadano «sólo pueden ejercerse en comunidad. Su contenido es la participación en ella, y concretamente en la comunidad política, en el Estado». Ninguno de los derechos humanos trasciende en individuos replegados en sí mismos. Necesitamos una declaración que sea herramienta de crítica cotidiana, cercana y en acción cuyas proclamas luchen en el sentido fundamental del respeto inalienable por el trabajo: «todos los miembros de la sociedad tienen igual derecho a percibir el fruto íntegro del trabajo» o a un «reparto equitativo del fruto de éste».

Necesitamos un acuerdo internacionalista, de las bases, para refundar los derechos humanos de manera crítica contra el carácter limitado e inhumano de la lógica del capital. Para luchar contra toda forma de bloqueo, que constituye un crimen, flagrante y sistemático. Humanismo que sea más que un compendio de «buenos propósitos» filantrópicos; que sea una manera más de ascender a la práctica emancipadora. Como lo pensaba Marx, a la luz de la historia, inseparable del contenido insuflado por las fuerzas sociales en sus luchas emancipadoras. Humanismo de «nuevo género» como acción deseable, posible y realizable para las fuerzas que se fundamentan en la democracia participativa. Humanismo para no sucumbir a la opresión ideológica más feroz implícita en la sustracción de plusvalía. Humanismo que no se detenga ante nada, que defienda a la naturaleza, que proteja al patrimonio cultural, que combata a los negocios de las guerras, de los bancos buitres y de los mass media, máquinas de guerra ideológica. No traguemos más engaños, el bloqueo es un crimen de lesa humanidad. Y hay que frenarlo, sancionarlo y obligarlo a reparar los daños, globalmente.

Fernando Buen Abad Domínguez.  Director del Instituto de Cultura y Comunicación y Centro Sean MacBride Universidad Nacional de Lanús.

18 de septiembre de 2020

Un inmenso archipiélago inconexo


Fernando Buen Abad Domínguez


Somos un archipiélago inmenso de iniciativas comunicacionales inconexas. Tanto daño ha hecho el individualismo, el sectarismo y el aislacionismo… en todas sus metástasis, que incluso cuando se trabaja en equipo, algunos piensan que los otros son parte de un decorado que sólo está para servir al que se cree “jefe” y “obra de sí mismo”. Estamos bajo peligro si permanecemos como un archipiélago inmenso de semiósferas inconexas, archipiélago inmenso cargado con “buenas ideas”, pero incomunicado. Un conjunto de islas sólo unidas paradójicamente por lo que las separa. Para nuestra especie es imposible vivir aislados, aunque nos pensemos autosuficientes, auto-creados. Nuestra hipotética “personalidad singular”, no es más que el producto de las relaciones sociales y vivir como archipiélago es algo más que un aislamiento… en una patología.

Algunos piensan que es todo lo contrario, que vivimos una “proliferación” de comunicación híper saturada con mensajes vacíos. Que hay sobredosis de medios tele-producidos y redes sociales “participativas” y “democratizadas”. Que no sufrimos insuficiencia de comunicación sino saturación de interactividad mediática. Pero tal descripción en nada coincide con el mapa real de la propiedad de las herramientas para la comunicación, de los motores semánticos mercantilizados y mucho menos en el modelo de acumulación monopólica dominante en el que la inmensa mayoría de los seres humanos vive silenciada y reducida a reproducir, objetiva y subjetivamente, los dispositivos de su enajenación rentable para colmo.

Pero la asimetría no ha cancelado la necesidad de expresarse. Comunicar es una necesidad social, una cualidad y un derecho humano de primer orden y, por eso, proliferan las iniciativas bajo la dinámica de las tensiones históricas de clase y las urgencias de todo tipo con que nos agobia el capitalismo. Desembozadamente, o clandestinas, las comunicaciones se dejan sentir de manera desigual y combinada. Aunque no siempre, por el aislamiento, nos enteremos.

Unirnos no implica uniformarnos. Implica, sí en primer lugar, informarnos con todo rigor, de tiempo y forma, qué pensamos y cómo nos proponemos intervenir en la transformación del mundo hacia otro de condiciones objetivas. El qué y el cómo por consenso meticuloso y dinámico. El qué y el cómo resolviendo los problemas más añejos y de abajo hacia arriba. Desde los más postergados y los más urgentes hasta los específicos de algunos sectores estratégicos. Sin derroches, sin emboscadas, sin oportunismos ni reformismos. Para empezar. Solo así podremos construir puentes pertinentes a las necesidades y convertir el “archipiélago” en una “red”. No faltan herramientas para conectar, falta democratizarlas para la unidad política y falta voluntad política para la unidad desde las bases. Los “poderes” le temen mucho a eso.

La Unidad debe ser expresión concreta de vínculos organizativos nuevos, creadores de soluciones prácticas, hacia condiciones de existencia en sintonía con las luchas y sus programas emancipadores. En primer lugar, el internacionalismo que nos expresa como una fuerza social planetaria, creada por el capitalismo, que busca emanciparse con una lucha mundial, económica y cultural, contra el sistema que depreda al planeta y a las personas. “Estar de acuerdo” debe definir el cómo.

Se trata de tender puentes en el archipiélago para romper el aislamiento y los antagonismos inducidos entre los pueblos. Luchar juntos contra las divisiones de clase en el comercio y el mercado mundial y en la producción industrial secuestrada por la dictadura de la usura. El internacionalismo de los oprimidos convertido en red de puentes contra los monopolios de la comunicación y la información. Nosotros debemos recordar siempre que las “alianzas” internacionales entre la clase dominante son sólo acuerdos temporales de negocios que financiamos nosotros en perjuicio nuestro siempre. Cada puente sobre el archipiélago debe ser fraternidad organizada para la lucha. No tiroteo de vanidades.

Tales puentes sobre el archipiélago no son una meta exclusivamente nuestra, ha sido anhelados durante mucho tiempo. Lo que se actualiza en estos puentes es lucha que descubre la urgencia de una sociedad sin clases ni divisiones como posibilidad deseable, posible y realizable (Adolfo Sánchez Vázquez). Y eso se debe al desarrollo de la consciencia porque, tal como está el mundo, aislados oprimidos dentro de la sociedad, sólo tenemos como salidas necrófilas. Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes trataron de consolidar la situación adquirida sometiendo a toda la sociedad a las condiciones de su modo de apropiación. Nosotros hoy no podremos conquistar las fuerzas productivas sino aboliendo el modo hegemónico de apropiación, y con él, todo modo de apropiación ilegítimo. Nosotros sólo salvaremos lo salvable y deberemos modificar todo lo que ha garantizado la ingeniería del despojo. Nuestra unidad de redes y puentes debe ser una transición hacia un “Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación” o sea, nuevos medios y modos para informarnos y comunicarnos en un contexto de nuevas relaciones de producción.

Pero la forma específica de tal unidad de nuestras fuerzas debe ser motor de los trabajadores desarrollado durante sus propias luchas. Se trata de lograr que la humanidad deje de ser una mercancía más, atomizada, para reproducir mansamente su propia subordinación. La materia prima de los “puentes” es, precisamente, esa consciencia de clase dispuesta a emanciparse construyendo convergencias de forma y fondo. Priorizar los principios sin desatender a las personas. Es una praxis que se va transformando minuciosamente en instrumento de precisión para desactivar el sometimiento de todos nosotros bajo la economía dominante. La unidad se hará esencial sólo si se garantiza su evolución permanente basada en la supremacía de la humanidad sobre el capital.

Prioridad de acción es construir la unidad. Puentes y redes que, a su vez, se desarrollen continuamente hasta cambiar la correlación de las fuerzas y los paradigmas. Las piedras angulares de nuestros puentes o interconexiones, en todos los sentidos, no pueden ser arbitrarias, sino expresiones concretas del ser social que planifica emanciparse. El de la comunicación es un asunto tan importante y duradero que no puede dejarse (sólo) en manos de los gobiernos efímeros. En última instancia, si los gobiernos deben definir sus políticas de comunicación, deberán hacerlo en colaboración orgánica con la calidad democrática que los medios emancipados y emancipadores sepan exigir e imponer como fuerza social real. Pero eso, ni con mucho, resuelve la necesidad de la tarea comunicacional más sólida que es la comunicación nueva transformada y transformadora que no depende de la agenda semántica de los gobiernos ni las burocracias pero que debe asumir sus responsabilidades y derechos para su desarrollo económico, tecnológico y estratégico. Ese es el reto.

Fernando Buen Abad Domínguez.  Director del Instituto de Cultura y Comunicacióny Centro Sean MacBride, Universidad Nacional de Lanús, Miembro de la Red en Defensa de la Humanidad, Miembro de la Internacional Progresista, Miembro de REDS (Red de Estudios para el Desarrollo Social)

18 de junio de 2020

El malestar en la mentira

Fernando Buen Abad Domínguez

Aunque algunos se esmeran en reducir la pandemia de falsedades (Fake News) al solo campo de los expertos en lo “comunicacional”, para que pontifiquen diagnósticos y pronósticos, la dimensión del problema ha escalado latitudes de gravedad inusitada. ¿Están haciéndonos adictos a lo falso? Informarse es un derecho transversal a múltiples derechos y responsabilidades. Incluye a la educación, a la democracia, a la justicia… a la política. La información y su relación con la verdad no pueden ser marionetas del circo mercantil mediático, servil a la manipulación ideológica de algunos gobiernos y empresarios oligarcas. Es inaceptable, se lo mire desde donde se lo mire, y cada caso de falacias mediáticas constituye una agresión a la realidad, a sus protagonistas y a la historia de los pueblos. Al modo de conocer y al modo de enunciar la realidad. Nada menos.

En la praxis está la clave. Verdades o mentiras no deben presentarse como “opciones” antojadizas que se ofrecen en el “menú” cotidiano de las conveniencias manipuladoras. Eso es una obscenidad. Aunque la moral burguesa tenga, para sí, un repertorio amplio de justificaciones a la hora de mentirnos. “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico”. Marx.

En las Fake News se establece claramente una fractura que corrompe el carácter objetivo y social de una verdad. Los comerciantes de falsedades pasan horas pergeñando qué estrategia del desfalco cognitivo es más funcional a sus intereses sin tener que someter sus Fake a la prueba de los hechos. Eso convierte al “consumidor de falacias en un glotón  de embutes disfuncional y sofisticado. Mientras tanto, la producción de mentiras genera relaciones de producción que, para sostenerse, requiere de extinguir la verdad objetiva. Sitúa a los grupos sociales como animales de noria -como si fuese su destino- para motorizar el saber de lo falso. Desfigura las verdades objetivas y la práctica colectiva que las sustenta.

Esta demolición de la verdad objetiva, se genera para negar la posibilidad de conocer el mundo y con ello la posibilidad de transformarlo. Atenta contra el derecho humano fundamental de crear condiciones mejores de existencia y desarrollo de capacidades, sin límite, gracias al goce de las riquezas naturales y las del producto del trabajo. Hasta ese punto la pandemia de Fake News intoxica la vida y las culturas. Es escandaloso. Entre las agresiones perpetradas por las máquinas de falacias mediáticas, que desempeñan un papel considerable, están los tipos de quiebres decisivos en el punto de vista de la vida que convierte al “auditorio” en holgazán sin pensamiento crítico y lo reduce (a los ojos de la burguesía y sus cómplices) en inútil, incómodo e impertinente. La pandemia de falacias aplasta al raciocinio libre y lo hace adicto a cualquier chatarra idealista; la adicción a las falacias aplasta todo lo que de ingenioso o profundo tiene el pensamiento crítico.

Por lo general las Fake News son extravagancias de la irracionalidad que, como todas las extravagancias, desfiguran a la experiencia. Hay quienes borran con falacias mediáticas la propia vivencia y la sepultan bajo los escombros del “sinsentido” común hegemónico. Emboscados por la pandemia de Fake News no podemos demostrar la exactitud de nuestro modo de entender e intervenir en un proceso social evaluándolo con independencia de praxis. Nos vemos sometidos a restringir nuestros derechos humanos (el derecho a la información) y, a cambio de ponemos al servicio de los propios fines del engaño, damos al traste con la realidad y nos volvemos puramente contemplativos de las mentiras que hacemos propias. Despojados de nuestros derechos, mutamos y nos hacemos parásitos de generalizaciones abstractas y especulaciones subjetivas que obran como “verdades” placebo. Es la  burocratización de la verdad.

Despojarnos del derecho a informarnos no sólo es privarnos de “datos”, es sepultar una necesidad social que reduce el acto de informar al capricho convenenciero de una guerra ideológica alienante. Eso implica una ofensiva contra la consciencia emboscada con una realidad deformada, desfigurada, desinformada. Es un fraude de punta a punta. No es una “omisión” más o menos interesada o tendenciosa… no es una “falla” del método; no es un accidente de la lógica narrativa; no es un incidente en la composición de la realidad; no es una peccata minuta del “descuido”; no es una errata del observador; no es miopía técnica ni es, desde luego, “gaje del oficio”. Es lisa y llanamente una canallada contra el conocimiento, un delito de lesa humanidad. Es como privar a los pueblos de su derecho a la educación.

A estas alturas de la Historia y, especialmente de la historia de los “medios de comunicación”, es insustentable e insoportable cualquier excusa para informar oportuna, amplia y responsablemente. No hay derecho que justifique la acción deliberada de tergiversar lo que ocurre y, en el poco probable caso de que un “medio de información” no se entere de lo que ocurre, ese medio realmente no merece respeto alguno. La excusa de “no saber”, de “no conocer”, de “no tener información” para, por ello, no asumir la responsabilidad profesional y ética… es francamente sospechosa y ridícula. Ningún pueblo debería soportar la falacia inducida al transmitir la información que es propiedad social. Hay tecnología y metodología suficientes que invalidan toda palabrería esmerada en excusar las intenciones míseras de los que des-informan y mienten. Incluso si lo hacen mintiendo con emboscadas finamente elaboradas en laboratorios de guerra psicológica.

Léase críticamente: Artículo 19 “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. Declaración Universal de los Derechos Humanos. A la vista de todas las canalladas inventadas por el capitalismo para violar el legítimo derecho de los pueblos a la mejor información -evaluada ética y científicamente por las sociedades- bien vendría instruir una revolución jurídico-política hacia una nueva justicia social, irreversible, que tuviera como ejes prioritarios los que competen a la cultura y a la comunicación como inalienables. O dicho de otro modo, que nunca más la cultura, la comunicación -ni la información- puedan ser reducidas, retaceadas ni regateadas por el interés de la clase dominante contra las necesidades de las clases oprimidas, impunemente. Informarse -bien- es un Derecho.

Fernando Buen Abad Domínguez. Director del Instituto de Cultura y Comunicacióny Centro Sean MacBride. Universidad Nacional de Lanús.


https://www.leerydifundir.com/2020/06/malestar-la-mentira/

18 de agosto de 2018

Entre la falsa conciencia y la conciencia de lo falso

Fernando Buen Abad

Cómo se las ingenia el capital para convencernos de que el capital por encima de lo humano es lindo.

Tan amplio es, y tan concreto, el repertorio ideológico desarrollado por la “clase dominante” que las mejores definiciones han requerido métodos, dinámicos e instrumentales, muy precisos para caracterizar sus raíces, efectos y perspectivas. En lo objetivo y en lo subjetivo. Decía Marx: “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente.” Feuerbach, Oposición entre las concepciones materialista e idealista (Primer Capítulo de La Ideología Alemana)

Con el capitalismo la “dominación” desarrolló novedades que no se limitaron al campo de lo instrumental tecnológico sino que avanzaron en los territorios del control de conductas, grupales e individuales, más allá del poder del “opio del pueblo”. La doble moral refrescada. A la clase dominante le hacia falta un ser humano dominado, vaciado de fuerzas (políticas y físicas) pero también agradecido. Un ser humano dominado que reconociera (de pensamiento, palabra y obra) la superioridad de su dominador y le confiriera toda la razón por su ser y modo de ser. Hacía falta una dominado, además, que considerase su condición como un tesoro y lo cuidara con esmero para heredárselo a su prole como valor moral conquistado durante generaciones. Todo eso celebrándolo entre aplausos y festividades mercantiles y ritos consumistas. La ideología de la clase dominante deja tatuados en el cerebro todos sus anti valores individualistas.  «¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.» Albert Einstein (1879-1955) El paraíso de la alienación.  

La clase dominante, adoradora del capital, enseñó a sus subordinados la misma adoración pero vaciada de posesión. Hizo invisibles todas las triquiñuelas ideadas para robar al trabajador el producto de su trabajo, mientras lo convencía de que los recursos naturales deberían estar en manos privadas; que el Gobierno es cosa corrupta que deben manejar los técnicos y que se debe respetar un orden porque los pueblos, maleducados, son un peligro para ellos mismos. Y los pueblos pagan (algunos hasta con orgullo) policías y ejércitos para que los repriman; bancos y financistas para que se lleven las ganancias disfrazadas de “créditos”; empresarios y mercados para que secuestren sus salarios; universidades y academias para que secuestren los saberes; industrias “mass media” para que anestesien la conciencia del saqueo; iglesias y cultos para que sublimen la mansedumbre; leyes y leguleyos para legalizar el hurto… un aparato enorme de instituciones y valores fabricados para mantener a raya todo intento de sentirse con derechos o propietario del trabajo y de las materias primas. La alienación y la enajenación como protagonistas estelares en el drama del despojo.     

En su conjunto, las ideas dominantes (con su doble moral) son expresión de las relaciones materiales dominantes. Lo que vale para los sometidos no vale para los sometedores. La ideología del que domina es un repertorio amplísimo de “falsa conciencia”, de chatarra intelectual para esconder, bajo la alfombra, los muertos de fabrica y las miserias que genera. Doble moral en la que todo lo que se prohíbe para el sometido se permite para el que somete. Quienes forman la clase dominante saben bien qué, cómo y cuánto dominan en una época histórica específica y cómo deben actualizar sus “mecanismos” materiales y simbólicos para perpetuar esa dominación. Esa clase dominante actúa como productora de ideas permanentemente, aunque sean ideas repetitivas e irracionales, porque las necesitan para regular la producción y la distribución de las ideas dominantes de la época. Y desde luego, que en el repertorio de las luchas inter-burguesas cada facción organiza sus cadenas de producción de ideas para competir en el mercado de los pensamientos subordinados. 

Hay “grandes maestros” en el arte del engaño, capaces de garantiza la invisibilidad de la explotación del trabajo, división del trabajo espiritual y material, para crear la ilusión de que se es muy activo en el desarrollo de la fuerza productiva mientras en realidad se es un subordinado con poco tiempo para educarse y percatarse de los engaños y amasar ideas acerca de sí mismos, para cambiar una situación de la cual se conoce poco y nada. El colmo es cuando los dominados creen que las las ideas dominantes le pertenecen y que debe defenderlas con su vida.

Mentiras, miedo y consumismo, con todos sus derivados y concomitantes, son los nodos neurálgicos en las ideas y la práctica de la clase dominante sobre las condiciones de producción impuestas como verdades universales. El sometimiento como la forma de lo general. La clase dominante impone sus gustos y sus gestos, sus filias y sus fobias, para sacar adelante los fines que persigue, para representar como colectivo su propio interés e imprimir a sus ideas a todo. Cómo alimentar, vestir, entretener y educar a los niños desde la cuna; cómo besarse, amarse y reproducirse… desde la cama; cómo caminar, saludar, sonreír, abrazar e incluso insultar; cómo soñar, cómo entender, cómo disfrutar… cómo creer y confiar. Minuto a minuto, bajo una andanada permanente de estereotipos exhibidos por la dictadura cultural y comunicacional dominantes, a título de modelos exitosos que, de no seguirlos, vendrá la maldición de ser inadaptado, vulgar… pobre.  

Dilucidar, desmontar, desactivar y superar el frado descomunal de la “ideología de la clase dominante”, (es decir que el capital no predomine sobre los seres humanos) es un trabajo que debe asumirse de manera científica y, por ello, sistemática. El debate contra la ideología de la clase dominante no es un “deporte” escolástico ni un desplante rebelde sólo para contraponerse, por la contraposición misma, a una clase que representa a la parte más odiosa de la sociedad: su miseria. Y hay que refutarla desde el corazón de sus contradicciones realmente existentes, para que los pueblos propicien condiciones para elevarse hasta liberarse de la clase dominante. Y no derrotarla para imitarla. La dominación de la clase no es sólo la dominación con las (sus) ideas, hay que derrotar sus métodos de explotación del trabajo y el saqueo de los recursos naturales. Una lucha sin la otra (económica e ideológica) es una historia renga que conduce a frustraciones y retrocesos enormes Ya hemos visto es muchas veces. 

Una vez que las ideas dominantes se combaten junto con las relaciones de producción, lo que emerge de manera perfectamente natural son las ideas para cambiar las relaciones existentes, proliferan en la reflexión sobre los seres humanos, la esencia de la humanidad,  su filosofía, su desarrollo en la historia la verdadera que llegará a la conclusión de que no debemos contentarnos sólo con el análisis de las ideas dominantes o las ilusiones inducidas por la clase dominante. Que no debemos contentarnos con reducir el imperio de las ideas hegemónicas a su sustancia mística o a caprichos del propio pensamiento. No contentarnos con explicaciones mecanicistas ni lineales, puramente economicistas ni puramente religiosas, que nos llevaría el error de eliminar de la historia las condiciones materiales y repetir el modelo escapista especulativo. Ilusiones, ensueños e ideas retorcidas para mentir, asustar y vender  mientras se esconde el andamiaje de los negocios y la explotación del trabajo existente.

Nuestra batalla por la supremacía de los seres humanos por sobre el capital, contra la ideología de la clase dominante, debe servir para aprender a distinguir y actuar, con toda claridad, a la hora de explicar y derrotar las trampas entre lo que perece ser y lo que realmente es. Es urgente contar con un instrumental de lucha que logre penetrar en todo plano de la inteligencia humana que hasta hoy se ha camuflado como problema intrascendente o inexistente. Es urgente.

Fernando Buen Abad Domínguez. Mexicano de nacimiento, (Ciudad de México, 1956) especialista en Filosofía de la Imagen, Filosofía de la Comunicación, Crítica de la Cultura, Estética y Semiótica. Es Director de Cine egresado de New York University, Licenciado en Ciencias de la Comunicación, Master en Filosofía Política y Doctor en Filosofía.

17 de diciembre de 2015

¡Arriba las manos, esto es la Navidad!

Fernando Buen Abad Domínguez

Sin la publicidad, sin la complicidad de los gobernantes, sin la complacencia de los mandos clericales… el cometido mercantil de los festejos navideños naufragaría en las tiendas departamentales. Los mass media han secuestrado, en alianza con sinnúmero de socios, la "Navidad". Antes, durante y después del que se conoce como día del aniversario natalicio de Jesucristo, una vorágine mercantil se apodera del mundo y lo inunda con mal gusto, juguetería basura y música cursi al servicio de un episodio de expansión comercial cuya capacidad de penetración ha rebasado todo el límite. Y se lo promueve como logro moral del capitalismo. 

Se trata de un ultraje navideño con juguetes, arbolitos, esferas, luces, moños y excesos de todo tipo. La "industria publicitaria" cumple su tarea ideológica, camuflada de cristiana, entrañable e inofensiva. Reino terrenal de sistema avasallante de producción publicitaria en éxtasis capitalista de objetos incontables y en plena crisis de sobreproducción. Nos inunda la publicidad, juega con nuestros sueños, planifica estrategias de ventas con bases materiales concretas y complejas, se hace de nuestras palabras y penetra nuestros campos imaginarios, nuestros deseos, nuestros apetitos, nuestras ambiciones… alienación que desgarra toda relación con la vida real para garantizar la usurpación del salario a cambio de baratijas de ocasión. "Noche de paz y noche de amor"… dicen.

Asalto ideológico penetrante que nos exige autodefensas para ayudarnos a desconfiar del oropel publicitario, interpretar correctamente las exageraciones y las ambigüedades, desnudar las trampas de la lengua burguesa. Aunque la tengamos metida en casa, la guerra ideológica emprendida por los mass media para hacernos compradores compulsivos de cualquier basura, debe ser combatida sistemáticamente y con los bolsillos del salario perfectamente cerrados.

13 ideas para cambiarle la suerte al salario de los trabajadores amenazado por los buitres de la publicidad navideña:

-Celebrar sin fanatismo (celebréis lo que celebréis). No hay dios padre ni dios hijo que se ponga contento con llenarle los bolsillos a esos mercachifles dueños de la payasada mercantil que nos saquea los salarios. 

No legitimemos las ideas y creencias del patrón ni de la clase a que él pertenece. No legitimemos los intereses de una clase dominante ni sus ritos ni su modo de vendérnoslos.

-No nos dejemos extorsionar: los modos en que la burguesía celebra sus "fiestas navideñas" no tiene por qué ser imitada. No se es "débil", "feo", "perdedor", "pobre" o "tonto" si uno decide hacer con su dinero celebraciones totalmente distintas a las del burgués ostentoso. 

-Nada de lo que se anuncia la publicidad debe ser comprado si no corresponde a necesidades concretas de los trabajadores. Nada debe ser comprado bajo chantaje, vergüenza o imposición alguna. Se puede discutir abiertamente la compra de artículos o regalos para celebrar, analizarlo con amigos y compañeros de trabajo, comparar precios y hacer compras colectivas. Eso ayuda a no enfrentar en soledad las argucias de la publicidad para engañar y saquear el dinero de los trabajadores.

-No comprar llevado por la idea de ser envidiado por todos. No permitir que manipulen nuestros deseos, instintos, antojos, afectos y cariños. Ningún juguete suplanta la relación personal, ningún objeto sustituye la solidaridad y el amor. Ni un solo peso a los manipuladores especialistas en propinar al pueblo golpes bajos para obligarlo a gastar en fetiches perversos.

-La publicidad mercantil es la ideología de la burguesía, es el púlpito del capitalismo, no le creamos un ápice. No gastar en Navidad, más allá de lo racionalmente indispensable, no nos hace pecadores, insignificantes ni estúpidos. No dejemos que nos acomplejen. 

-Es mentira que con regalos se fortalece el afecto. De padres a hijos o de padres entre sí. Los hombres (trabajadores, obreros y campesinos) no dejarán de ser hermanos porque no gasten su salario en complacer a los publicistas. Que por su parte no son hermanos más que del dinero.

-Es mentira que en la Navidad de los burgueses todos somos "hermanos", "hijos de Dios"… etc. En estas festividades la lucha de clases persiste y ningún comerciante dejará sus riquezas para beneficiar a los trabajadores, a quienes, por el contrario, esquilma y engaña ayudado por publicistas. Ni un centavo para ellos.

-No hace falta emborracharse ni embrutecerse para ser felices. Tampoco se es feliz por gastar mucho dinero. Todavía hay muchos momentos de felicidad que son gratis. Cosa de ingeniárnoslas.

-No dejarse "estimular" con las payasadas que inventan los publicistas empeñados en emocionarnos, sensibilizarnos, cachondearnos para que paguemos cualquier precio por cualquier basura.

-Ninguna publicidad logrará garantizar "mayor poder sexual", "magia", "seducción"… los trabajadores no deben conceder ninguna credibilidad a quienes ofrecen paraísos imaginarios ni ilusiones mediocres. Todo lo que buscan es quedarse con el producto del trabajo, saquear lo que le queda al trabajador después de que el patrón ya ha esquilmado los salarios.

-Cuestionemos y sancionemos socialmente la publicidad burguesa produciendo interpretaciones críticas y disidentes sobre sus dispositivos ideológicos y sus fines contra la clase trabajadora.

-El salario de los trabajadores debe ser defendido por los trabajadores. Especialmente contra la publicidad burguesa. 

El dinero o la vida (o las dos cosas):

La publicidad en épocas navideñas expresa también la urgencia mercantil de las empresas. Les urge vendernos todo y para eso no importa qué clase de canallada (con música sacra o escenas glamorosas) halla que inventar. Los patrones afilan sus colmillos con ayuda de publicistas para vendernos su ideología y su mercadería. El producto del trabajo convertido en un botín acorralado con artefactos, engañifas, tentaciones generalmente innecesarias, inútiles e inservibles. 

Quieren nuestro dinero a como de lugar y quieren que lo entreguemos felices de la vida. Ese es su cinismo que mueve a risa por la ironía que se agudiza cuando se habla de "fraternidad entre hermanos" pero a la hora de quedarse con la mejor parte, la burguesía cierra las puertas de sus casas para que los pobres no entren a robar los juguetes caros de los niños ricos. Quieren vendernos cenas, viajes, cuentas bancarias, relojes, juguetes, bebidas… la ideología dominante desarrolla todo para intervenir en la conciencia de aquellos a los que somete y emplea el discurso publicitario navideño esencialmente para satisfacer la ansiedad de los patrones y sus "nichos de mercado".

El capitalismo con su publicidad actualiza perversiones mercantiles contra el proletariado a quien aplica un tratamiento diversificado entre la seducción y el desprecio, a lo largo del año, claro, pero muy especialmente en navidad. La clase trabajadora es acribillada desde los medios de publicidad para engordar los ingresos que la burguesía secuestra impunemente con cualquier pretexto. Ocurre una guerra abierta inter-burguesa, batalla entre empresas, caracterizada por la virulencia manipuladora de mensajes elaborados por especialistas de la canallada mercenaria.

La clase trabajadora sufre los estragos de esa guerra porque es la enemiga de clase, la fuerza que produce la riqueza y la fuerza a la que el capitalismo devasta saqueándole el producto de su trabajo hasta la ignominia. Navidad es un pretexto más donde las paradojas de agudizan porque la hipocresía burguesa es infinita, celebran el nacimiento de Cristo mintiendo y robando a diestra y siniestra. Hay que recordar aquello de la aguja y el camello y aquello de los mercaderes en el templo. 

El discurso dominante se explicita en los valores de las compras. Los trabajadores son víctima de una marejada discursiva que los somete al adoctrinamiento mercantil, manipulación psicológica, violencia simbólica destinada a amaestrarlos ante los caprichos del mercado. La publicidad medra los deseos, pero también los fabrica para "negociarlos" continuamente en su escalada permanente para la apropiación del mundo. 

Es preciso multiplicar las luchas contra al modelo hegemónico de publicidad y la transformación radical de la cultura, degenerada en manos del capitalismo. Lucha contra el régimen de propiedad de las herramientas de producción en comunicación y contra las relaciones de producción dominantes .Lucha contra la alienación y la manipulación, lucha contra el discurso nazi-fascista incubado en la publicidad burguesa. 

Lucha por una corriente Internacional de la Comunicación hacia el Socialismo y por una Corriente Internacional de la Filosofía hacia el Socialismo.