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27 de julio de 2025

Perú: La Reforma Minera que no estamos viendo

Gabriel Arriarán

La gran crisis minera de hoy tiene un paralelo con la crisis agraria del pasado

En 1969 la Reforma Agraria transformó en el Perú la relación entre el Estado, la propiedad de la tierra y el mundo rural. No fue un evento súbito: desde el siglo XIX el latifundismo y las haciendas dominaron el campo peruano. El discurso indigenista y las luchas campesinas, consolidadas tras la Segunda Guerra Mundial, culminaron en tomas de tierras y en el golpe de estado de Velasco.

La Reforma Agraria fue la resolución estatal a un conflicto territorial arrastrado por generaciones. En los últimos veinte años he recorrido e investigado en las zonas mineras del Perú: desde los campamentos de la minería aluvial en la selva a socavones a más de cinco mil metros de altura y, de allí, a mítines de federaciones mineras y a extensas charlas con sus líderes.

A partir de esta experiencia y de los datos acumulados durante estos años, sostengo una hipótesis: estamos ante el inicio de una reforma minera agazapada, comparable en escala y profundidad a la reforma agraria de fines de los años sesenta.

El paralelo entre la Reforma Agraria y la expansión de la pequeña minería actual se sostiene, a mi juicio, en cinco razones principales:

​I. Las invasiones.
 
En los años 60, el campesinado se organizó para ocupar tierras bajo el lema “la tierra para quien la trabaja”. Las tomas de Quillabamba, lideradas por Hugo Blanco, simbolizaron un movimiento que desbordó al Estado y forzó la Reforma Agraria.

Hoy, un fenómeno paralelo ocurre en el subsuelo con el oro y el cobre: miles de pequeños mineros artesanales y organizaciones de mineros informales, y otros tanto de ilegales, explotan concesiones que, legalmente, pertenecen a terceros pero que han ocupado de facto, y reclaman un derecho territorial legitimado en su trabajo.

Esta no es solo una expansión económica: es un movimiento social que opera como un vector de reconfiguración territorial en varias regiones del sur y el norte del país. A este movimiento se suman antiguas comunidades campesinas que hoy explotan las concesiones bajo sus terrenos comunales, directamente. Sin permiso, ni del titular de la concesión ni del Estado.

Hoy, la pequeña minería ocupa el mismo lugar de ruptura estructural que las tomas campesinas. Así, el país presencia una reforma minera silenciosa, aún no reconocida. El subsuelo es ahora la nueva frontera económica.

II. El discurso telúrico: la mina como derecho ancestral.

Aquella consigna del campesinado peruano en los años 60 —“la tierra para quien la trabaja”— hoy tiene una versión casi idéntica, con una sola palabra cambiada: “La mina es para quien la trabaja”. Más que un eslogan, es un discurso de legitimidad telúrica que reclama una identidad, no solo un derecho económico. Se presentan como los verdaderos peruanos, los dueños ancestrales del subsuelo, herederos directos de los mineros del Tahuantinsuyo. No es solo subsistencia. Es pertenencia. En sus propias palabras:

“Incas, espartanos, guerreros y guerreras que dinamizan la economía del país en todos los rincones de la patria”.

“No podemos permitir que nos sigan diciendo ilegales. Nosotros somos la realidad de la economía”.

Tal como los campesinos reclamaban el derecho a la tierra en los 60, hoy decenas de miles de trabajadores mineros reclaman el derecho a la mina propia no desde la ilegalidad, sino desde una legitimidad que construyen sobre su trabajo y su propia lectura de la historia.

Este discurso telúrico, emocional y profundamente político, choca frontalmente con el lenguaje técnico del Estado: trazabilidad, REINFO, normas. El proceso de formalización, concebido como solución burocrática, es leído desde la pequeña minería como un dispositivo hostil, orientado a debilitarlos y desarticularlos políticamente.

III. Liderazgo sindical transformado en liderazgo minero.

Buena parte de los líderes actuales de las federaciones de pequeños mineros provienen de la cultura sindical forjada en torno a las grandes empresas estatales como Centromin. Formados en partidos de izquierda y movimientos obreros, estos dirigentes trasladaron su marco ideológico a su nueva condición de pequeños productores mineros. La gran minería formal sigue siendo su adversario simbólico, aunque ellos mismos incumplan normas laborales y ambientales.

Este liderazgo, nutrido de nuevos cuadros, es el que estructura y reproduce el discurso telúrico: la mina como derecho legítimo y el Estado como adversario. En términos políticos, es el mismo liderazgo que impulsó la Reforma Agraria, reconfigurado ahora en torno al subsuelo y la economía minera informal.

IV. De la organización al  poder económico: una novedad histórica.

A diferencia de los campesinos en los años 60, los pequeños mineros cuentan hoy con algo que aquellos nunca tuvieron: poder económico real. Nuevas empresas exportadoras vinculadas a la minería artesanal y de pequeña escalase han ubicado entre los principales exportadores de oro del país.

La economía generada por la pequeña minería es tal que ya financia campañas políticas y disputa poder real en el sistema. No es solo un actor social, sino económico y político.

Este poder económico constituye un factor diferencial frente a la Reforma Agraria. La pequeña minería no depende exclusivamente de la movilización social: dispone de recursos financieros para disputar poder dentro del sistema. De facto, el sector ha ganado presencia política y avanza hacia un objetivo claro: reformar el marco normativo minero, empezando por la estructura del régimen concesional y el capítulo minero de la Constitución.

Lo que sucede hoy en Pataz no es un simple caso de minería ilegal, como suele presentarse en los medios.  Es el escenario más visible del conflicto estratégico entre la pequeña y la gran minería por el control del sector minero nacional. Con un agravante inquietante: la infiltración y presencia del crimen organizado, que capitaliza esta disputa y debilita aún más la autoridad estatal.

V. El crimen organizado es la nueva guerrilla.

En los años 60, la guerrilla era el enemigo interno que desafiaba la capacidad del Estado peruano para controlar su territorio y su población. Hoy, esa función desestabilizadora ha sido ocupada por el crimen organizado. En extensas zonas del Perú amazónico y andino, grupos armados hasta los dientes extorsionan a mineros informales y también a los mismos ilegales, y consiguen algo que las guerrillas apenas soñaron: administran un territorio, establecen economías paralelas y desplazan la presencia del Estado, que termina compitiendo contra ellas como un grupo armado más.

En este contexto, la pequeña minería no puede analizarse solo como informalidad o como subsistencia. Se ha convertido en un espacio gris, situado entre la legalidad regulada y el crimen organizado, donde coexisten economías de supervivencia, redes familiares, y dinámicas extractivas vinculadas —a veces directamente— al control criminal. Mientras el Estado intenta combatir el crimen organizado y formalizar la minería artesanal mediante mecanismos burocráticos, la realidad territorial es otra: el subsuelo peruano está fragmentado entre actores que el Estado ni regula ni comprende del todo.

No estamos ante un problema técnico ni administrativo. Sociológicamente hablando, estamos ante una reforma minera no declarada, que está redefiniendo la economía rural y la propiedad efectiva del subsuelo peruano.

¿Tendrá el Estado la capacidad política de negociar una salida?

https://jugo.pe/la-reforma-minera-que-no-estamos-viendo/

7 de octubre de 2021

Perú: Esa madrugada de octubre

Eloy Jáuregui

La mañana del 3 de octubre de 1968 el Perú cambió. Por la radio se informaba que esa madrugada se había producido un golpe militar y que las Fuerzas Armadas detuvieron al presidente constitucional Fernando Belaúnde Terry, a quien lo habían sorprendido mientras dormía en Palacio de Gobierno y que ahora estaba en pleno viaje a Buenos Aires en calidad de deportado. La primera impresión era que una vez más se había roto el orden constitucional.

Yo estudiaba en la GUE Ricardo Palma de Surquillo y con Ponte y Perales, dos compañeros de aula, logramos llegar a la Plaza de Armas en busca de noticias. Lima estaba sembrada de soldados y dos viejos tanques de guerra apuntaban a Palacio de Gobierno. Al medio día, en el atrio de la Catedral recién me uní a un reducido grupo de personas e intentamos gritar algo a favor de la democracia. La protesta fue corta. La policía nos detuvo y en unos portatropa nos llevaron hasta la prefectura de la av. España, donde me soltaron a las horas por ser menor de edad. Ya en horas de la noche la confusión seguía. ¿Y ahora quién es el cabecilla de la rebelión? De pronto alguien dijo su nombre: “Es el general Juan Velasco Alvarado”. Mutis, ni en pelea de perros. Velasco, piurano, había escalado con la sola ayuda de sus estudios y decisión toda la escala militar, desde soldado raso a general de división, ocupando como último cargo militar la jefatura del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas. Era lo que se dice un cholo, como Sánchez Cerro u Odría, otros “cachacos” golpistas, tal como lo señaló un comentarista en La Prensa.

Ya instalado en el poder lo conocimos. Velasco lideraba a este grupo de militares que habían tomado el poder no para defender el orden establecido, sino para subvertirlo, para imponer cambios fundamentales en las estructuras sociales y económicas. Era pues una dictadura militar atípica dispuesta a recambiar radicalmente el Perú y frenar el entreguismo total del Gobierno de Belaúnde. Ya el 9 de octubre de 1968 se nacionalizaba el complejo petrolero de La Brea y Pariñas. Se habían iniciado las reformas que modificarían en esencia el sistema feudal predominante impuesto por la derecha del Perú.

Pero Velasco no solo acabó con el oprobio y la vergüenza de vivir sin dignidad, sino que defendió la soberanía de nuestra patria y alentó a identificarnos con nuestros valores culturales y artísticos. De esa fecha ya pasaron 53 años y pocos recuerdan a Velasco. Qué honor ser esa memoria y esa minoría.

5 de abril de 2021

Perú: LA REVOLUCIÓN NO SERÁ TELEVISADA

Natalia Sobrevilla

En 1971 Gil Scott-Heron lanzó uno de los himnos más famosos de las Panteras Negras, La revolución no será televisada, en el cual le recordaba a su generación que no irían a ver la revolución en la tele porque esta sucedería en vivo. Tres años antes el Perú había tenido su propia revolución, una liderada por las fuerzas armadas. Mientras en el resto de continente los militares se concentraban en organizar gobiernos de derecha y matar y desaparecer a los jóvenes que querían cambiar el mundo, en el Perú fueron los militares los que decidieron que el país no aguantaba el mismo rumbo y tomaron el poder para instituir “El Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas”.

Su medida más radical fue la Reforma Agraria que se promulgó el 24 de junio de 1969.  Cuando Juan Velazco Alvarado la proclamó terminó su discurso con la frase: “¡Campesino, el patrón ya no comerá más de tu pobreza!”. A pesar de que han transcurrido más de cincuenta años desde entonces, este evento sigue siendo uno de los puntos de quiebre más importantes de la historia peruana y la lucha por cómo debe ser recordada sigue vigente.

Estas elecciones han vuelto a traer esta discusión al centro del debate. TV Perú, la emisora del Estado, tenía programada transmitir por primera vez en televisión abierta el documental de Gonzalo Benavente, La revolución y la tierra. Ganadora del premio del Concurso Nacional de Proyectos de Largometraje Documental del Ministerio de Cultura en 2016 y estrenada en el 2019 –cuando se convirtió en el documental más visto de la historia del cine peruano–, la proyección estaba prevista para hoy, domingo 4 de abril.

Sin embargo, la reacción de algunos comentaristas llevó a que se reprograme para después de la primera vuelta electoral, el próximo 18 de abril. Pedro Cateriano, ex primer ministro, declaró el 30 de marzo en su Twitter (@PCaterianoB): “Cuando ocupé la PCM mantuve el manejo neutral de @tvperupe. No ordené ataques, manipulación de la información o la divulgación de programas sesgados políticamente. ¿Es oportuno que en la recta final de la campaña electoral se transmita ‘La Revolución y la Tierra’?”

Este comentario desató un revuelo inmediato en redes, sobre todo por parte de quienes percibieron esta decisión como un acto de censura.  El periodista Augusto Álvarez Rodrich añadió ese mismo día (@alvarezrodrich): “‘La Revolución y la Tierra’ es un notable documental de Gonzalo Benavente Secco @aliasbomba, pero ponerlo en la TV estatal en los días electorales constituye un desatino que es mejor corregir, pues puede afectar no solo la percepción de neutralidad de @tvperupe sino un gran film”.

En su columna del 3 de abril, Álvarez Rodrich se explayó en sus razones como respuesta a los “comentarios frikis contra quienes nos pareció inconveniente la difusión del documental”. Alabando una vez más el documental de Benavente, añadió que lo que le preocupa es que el canal del Estado tiene, en su opinión, la obligación de “ser y parecer imparcial” y que difundirlo el domingo previo a la elección exponía a la emisora a criticas de falta de neutralidad, sobre todo porque ya habían aparecido tuits que promovían el documental diciendo: “¿No sabes por quién votar? Mira LRT y no votes por dinosaurios”.

¿Pero a quién busca proteger Álvarez Rodrich? ¿A TV Perú? ¿A Benavente? ¿Al electorado peruano? Su argumento es que la transmisión podría exponer al canal a la posibilidad de perder apoyo y financiamiento, recordando de qué manera –en el 2016– se suspendió la transmisión de la telenovela de María Luisa Adrianzén, Nuestra Historia, que se sumergía en los años 80 y 90 durante las campañas electorales. La razón textual aquella vez fue: “para no exponer la obra y al canal a críticas de involucración con la campaña de ese año”. ¿Pedro Cateriano hace referencia a este mismo hecho cuando dice que en su tiempo en la PCM “no ordenó la divulgación de programas sesgados políticamente”? Porque fue durante su gestión como premier que TV Perú dejó de transmitir la telenovela en cuestión.

¿Cuál es el peligro de transmitir una telenovela o un documental en una campaña electoral? ¿Acaso los electores no pueden decidir por sí mismos cuál es la relevancia de las historias que se cuentan y por qué importan o no a la hora de decidir por quién votar? ¿Cuál es el peligro de que más personas vean La revolución y la tierra? ¿En verdad cambiarían su voto? Es difícil saberlo o cuantificarlo, pero lo que sí ha quedado demostrado con mucha claridad es que la Reforma Agraria sigue siendo un tema neurálgico en la política peruana, algo que marca un antes y un después para el Perú de hoy, aunque sea un suceso que ocurrió antes de que nacieran casi todos los actuales votantes.

Lo que han logrado estos comentaristas y políticos no es solo que “la revolución no sea televisada”, sino que el tema estalle con furor en redes, donde muchísimos podrán ver el documental en YouTube cuando quieran y compartirlo con quienes quieran.

Lo que han logrado, entonces, es que la revolución suceda en vivo.