Esta semana voy a tratar dos temas: las compras inmobiliarias de la suegra de Alejandro Toledo y el debate sobre la comida chatarra. Conceptualmente son asuntos diferentes, aunque algunos de sus actores tengan, como veremos, protagonismo en ambas representaciones.
Empiezo con el caso de las inversiones en bienes raíces de la señora Eva Fernenburg. En principio, no he visto hasta ahora nada que indique una ilegalidad. Que un viejo o una vieja lleven a cabo una compra millonaria no está prohibido, que yo sepa, a menos que el viejo o la vieja en cuestión se encuentren en el estado de vida intelectual que lleva a renovar todos los días la lista de conocidos. Y la última vez que la vi, que no fue hace muchos meses, la señora Fernenburg estaba políglotamente lúcida.
De manera que no veo porqué ella no pueda comprar o invertir bajo las mismas condiciones o exigencias que cualquier persona con treinta o cuarenta años menos. Porque no discriminamos a los viejos, ¿verdad?
Dicho lo cual, junto con el derecho viene la responsabilidad. La investigación a Eva Fernenburg ha surgido, entiendo, por la posibilidad de una operación de lavado de activos. En otras palabras, se investiga si la señora Fernenburg compró las propiedades con su dinero o si usó su nombre como fachada del dinero de otro.
Y aquí está el asunto. Eva Fernenburg es suegra del ex presidente Alejandro Toledo. Y todas las investigaciones (las formales, las sigilosas y las hiperventiladas) están dirigidas a indagar si los millones de dólares que la suegra pagó en las compras de inmuebles son de ella o del yerno. La presencia de la compañía de Yosef Maiman en la transacción es ya interpretada por algunos como la conexión de Toledo con el caso. Maiman, hasta donde se sabe, es antes amigo del yerno que de la suegra; y pese a estar en virtual bancarrota (la “primavera árabe” golpeó brutalmente sus negocios de exportación de gas desde Egipto), uno no se lo imagina recomenzando su vida empresarial en inversiones inmobiliarias con la señora Fernerburg.
La primera reacción de Toledo no ha sido, en verdad, la adecuada. Ha acusado a sus enemigos de un compló –en lo cual probablemente tiene razón, pero que es algo tanto esperable cuanto irrelevante para el caso–. Ha dicho que él no tiene nada que ver con las transacciones y ha acusado a la procuradora Príncipe Trujillo de filtrar a la prensa algunos datos reservados.
Toledo sabe, espero, que todo político debe estar mucho más expuesto al escrutinio público que el ciudadano común. Sabe, o debiera saber, que un ex presidente de la República debe tener sus cuentas más abiertas y transparentes que las del político común. Y debe comprender de una vez que él, Alejandro Toledo, necesita tener sus cuentas mucho más abiertas, mucho más claras, que las de un presidente común.
¿Por qué? Porque él dirigió la lucha final contra la dictadura montesinista-fujimorista, uno de los regímenes más delictivos y corruptos en la infecta historia de la honradez pública en nuestro país. Fue un líder que estuvo a la altura de su misión; y eso fue decisivo para la victoria de entonces y la conquista de la democracia que, trece años después, mantenemos.
La obligación de Toledo es mantenerse como ejemplo y referente de moral republicana hasta el último día de su vida. ¿Lo ha sido hasta hoy? Sus numerosos baches, su accidentado epicureísmo y mal administrada bohemia en los años anteriores, no sugieren precisamente a los hermanos Graco. Pero tampoco ha habido ninguna acusación seria de que él haya sido corrupto.
Y ahora le llueven señalamientos implícitos o explícitos de corrupción y lavado de dinero. Le dan con Maiman y le dan con la suegra los mismos medios que a la vez presentan a Fujimori como a San Alberto y que ya le han impuesto fecha al presidente Humala (con la chapa de ‘Forrest Gump’ encima), a acordarle el indulto a San Alberto. Porque si no, apanado… Total, ya midieron fuerzas en estos días, lo pecharon, la gente de la Confiep, Cipriani, los de los medios proto-fujimoristas, los lobistas que exponen como propia su contratada opinología, y sienten que lo hicieron recular.
Así que, para enfrentar esta crisis, Toledo tiene un solo camino. Para empezar, no quejarse de las supuestas filtraciones de la procuradora, sino pedirle que haga todo público. Y hacerlo él antes. Venir al Perú, con la suegra al costado si se puede, pero por lo menos con todas las cuentas en la mano. Indicar, desde el dólar hasta el centavo, de dónde salió el dinero para esas transacciones (es verdad que la señora Ferenburg tiene un derecho a la privacidad, pero le debe a su yerno la transparencia). Es el tipo de explicación que debe poder hacerse en pocos minutos claros y contundentes, junto con una exposición de ingresos y de bienes. Y por supuesto que no debe ser una explicación cerrada, a los fiscales, sino abierta, al público, los ciudadanos, el pueblo. Si acaso con copia a las autoridades.
¿Y si no puede hacerlo? Si no pudiera, si no puede, quédese, Toledo, en Stanford, visite Honduras, y déjenos acá con el recuerdo del año dos mil, que nos ayudará a saber qué hacer mañana.
El frente del colesterol
El otro aspecto en el que vienen pechando (o, dado el tema, panceando más bien) al Gobierno, es en la discusión sobre la ley de la comida chatarra. Se trata de la misma coalición proto-fujimorista, con empresarios alterados, Cipriani, lobistas, los medios y sus periodistas de plásticos pasados proclamando el derecho a la libre elección y la libertad de contrato, entre otras cosas.
Pero lo que sí me sorprendió fue ver a Alan García y a Cecilia Blume entre quienes atacan la ley. Es verdad que son parte del elenco estable de la coalición proto-fujimorista (aunque imagino que García considera que nadie sabe para quién trabaja), pero, caramba, ¿no se dan cuenta de los beneficios de una buena dieta?
La ley se puede y debe mejorar, sin duda. Pero oponerse a ella con argumentos supuestamente liberales y apelando al libre albedrío, es cínico y falaz. ¿Hicieron bien los Estados en regular la publicidad y el consumo del tabaco? ¿Han hecho bien en limitar y regular el consumo de alcohol? ¿Cuál es la diferencia con regular el consumo de comida chatarra, que es el principal agente de la epidemia de obesidad que, hoy por hoy, es signo de pobreza y condena de exclusión?
¿Quién debe pagar los impuestos para hacer frente a los costos de salud pública, de diabetes para abajo, que provoca la obesidad desnutrida, taqueada de colesterol, con reflejos condicionados de dependencia y adicción a ese tipo de comida?
Michael Bloomberg, el alcalde de New York, ¿no es un caso paradigmático de capitalista exitoso que entra a la vida pública? ¿Y qué les parece la cruzada que lleva a cabo contra el consumo de comida chatarra, con una intensidad de objetivos que convierte la ley de aquí en un débil reflejo de lo que Bloomberg intenta lograr en New York?
El uso falaz de los argumentos de libertad e igualdad de derechos para camuflar los intereses creados de oligarcas que confunden el mercado con la chacra y la competencia con la cartelización, ya debiera estar intelectualmente más desacreditado que recurso de amparo para tragamonedas. Se ha tardado en hacerlo, pero quizá, parafraseando a la ranchera, no se ha tratado de llegar primero, sino de saber llegar.
http://idl-reporteros.pe/2013/
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