17 de enero de 2019

No tenemos pastor, padre Francisco

Eduardo González Viaña

Carta del autor al papa Francisco, con duras críticas que grandes sectores ciudadanos le hacen al cardenal Juan Luis Cipriani, quien, según las normas eclesiáticas, renunció el 28 de diciembre, al cumplir 75 años, al cargo de arzobispo de Lima. La dimisión, según la tradición, puede o no ser aceptada por el Papa, cuya decisión no tiene plazo.

Santo Padre:

Soy un escritor peruano. Le escribo esta carta en relación con la renuncia de monseñor Juan Luis Cipriani al Arzobispado de Lima. Quiero expresarle, el tipo de pastor que la mayoría de los peruanos quisiéramos tener.

En el Perú, hay dos crisis graves

Una, la corrupción que involucra a todos los presidentes de este siglo y a centenares de funcionarios. Ella ha degradado nuestros proyectos de felicidad colectiva, expresado en partidos políticos, y los ha convertido en apéndices subsidiados de las transnacionales del capital.

La otra crisis es la perversidad

Terminado hace más de 20 años el conflicto armado interno, los condenados por terrorismo han sufrido prisiones casi equivalentes a las de enterrados vivos, y los que lograron salir al cumplir el tiempo de sus largas condenas, han visto sus penas incrementadas con una nueva ley de muerte civil que impide a los más de ellos trabajar en sus profesiones. Justicia sin misericordia es crueldad: decía Tomás de Aquino.

No tenemos pastor

Durante la dictadura de Fujimori y durante una guerra que dejó 70 mil muertos, monseñor Cipriani, en vez de actuar como pastor de la reconciliación y de la paz, hizo de sacristán y apologista del tirano, y trabajó por la reelección indefinida del mismo.

Un letrero en la puerta de su obispado en Ayacucho advertía: “Aquí no se atienden reclamos de derechos humanos” para espantar a las hijas, mujeres o madres de quienes estaban siendo “investigados” en el cuartel. Las informaciones actuales muestran que esa dependencia militar se convirtió en centro de tortura e inmenso cementerio.

Monseñor Cipriani no es el pastor que necesitamos

El desprestigio que acarrea su alianza con los corruptos ha disminuido la presencia de la Iglesia católica en las regiones y poblaciones pobres del país. Ese espacio está siendo ocupado por las iglesias evangélicas.

Ahora es evidente la alianza de monseñor con los más intolerantes líderes protestantes en sus campañas contra la igualdad de la mujer y diversos aspectos de la educación peruana. Esos poderosos sectores tienen una definida agenda política de toma del poder que ya ha obtenido frutos en otros países latinoamericanos.

El último día del 2018, las dos crisis tuvieron expresión en el Perú. La de la corrupción explotó cuando el ominoso Fiscal de la Nación destituyó a dos heroicos fiscales que están investigando el caso Odebrecht.

Necrofilia en Lima

La otra se dio en un modesto cementerio de Lima. Allí estaban enterrados varios de los presos acribillados en 1986 por el Gobierno. Sus familiares habían levantado una pequeña construcción de adobe. Los que allí reposaban tuvieron una segunda muerte el último día del 2018 cuando, en mérito de una ley del Congreso, se les desenterró y se dinamitó sus nichos.

Se ha dicho que los muertos eran “terroristas”, pero eso es irrelevante. Los muertos son sencillamente muertos y merecen respeto.

La necrofilia y la barbarie son prácticas que el Deuteronomio (18- 10,11) prohibiera así como otras leyes bíblicas que son válidas incluso para quienes olvidan el viejo mandato de amarnos y perdonarnos los unos a los otros.

“Donde no hay justicia, misericordia ni benevolencia, no hay civilización”, dijo una vez nuestro gran pensador Manuel González Prada. Necesitamos un pastor que lo sepa y que no expulse la compasión de su corazón. Dios nunca lo haría.

Santo Padre: soy católico y socialista, y creo que la propuesta socialista es necesariamente teológica. He ganado algunos premios nacionales e internacionales de literatura, pero el mayor sería saber que he sido escuchado por usted.

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