El sistema económico capitalista ha tenido siempre grandes problemas con la política en sociedades dotadas de sufragio universal. En previsión de tal situación, la mayoría de los capitalistas se opusieron y resistieron durante mucho tiempo a extender el sufragio más allá de los ricos poseedores de capital. Solo presiones masivas desde abajo forzaron repetidas ampliaciones del derecho al voto hasta que se logró el sufragio universal, al menos legalmente. Hasta el día de hoy, los capitalistas desarrollan y aplican todo tipo de mecanismos legales e ilegales para limitar y restringir el sufragio. Entre todos aquellos que están comprometidos con la conservación del capitalismo, el miedo al sufragio universal es profundo. Trump y sus republicanos ejemplifican y actúan sobre ese miedo al avecinarse las elecciones presidenciales de noviembre de 2020.
El problema surge de la propia naturaleza básica del capitalismo. Los capitalistas que poseen y gestionan empresas comerciales —los empleadores como grupo— constituyen una pequeña minoría social. En cambio, los empleados y sus familias son la mayoría social. La minoría de empleadores domina claramente la microeconomía dentro de cada empresa. En las corporaciones capitalistas, los principales accionistas y la junta directiva que aquellos seleccionan toman todas las decisiones clave, incluida la distribución de los ingresos netos de la empresa.
Sus decisiones asignan una gran parte de esos ingresos netos a ellos mismos en forma de dividendos de accionistas y paquetes remunerativos para los ejecutivos de la alta dirección. Por tanto, sus ingresos y riqueza se acumulan con mucha mayor velocidad que los promedios sociales. En las empresas capitalistas privadas, sus propietarios y altos directivos se comportan de manera similar y disfrutan de un conjunto parecido de privilegios. La renta y la riqueza desigualmente distribuidas en las sociedades modernas fluyen principalmente de la organización interna de las empresas capitalistas. Los propietarios y sus altos directivos utilizan así su desproporcionada riqueza para moldear y controlar la macroeconomía y la política que va entretejida con ella.
Sin embargo, el sufragio universal permite a los empleados deshacer por medios políticos las desigualdades económicas subyacentes del capitalismo cuando, por ejemplo, las mayorías ganan las elecciones. Los empleados pueden elegir políticos cuyas decisiones legislativas, ejecutivas y judiciales reviertan efectivamente los resultados económicos del capitalismo. Las leyes sobre impuestos, salario mínimo y gasto público pueden redistribuir el ingreso y la riqueza de muchas formas diferentes. Si la redistribución no respeta la forma en que las mayorías han elegido acabar con los inaceptables niveles de desigualdad, pueden adoptarse otras medidas. Las mayorías podrían, por ejemplo, votar a las organizaciones internas de empresas en transición de las jerarquías capitalistas a las cooperativas democráticas. Los ingresos netos de las empresas serían entonces distribuidos no por las minorías que están en lo alto de las jerarquías capitalistas sino por decisiones democráticas de todos los empleados, cada uno con un voto. Así, los múltiples niveles de desigualdad típicos del capitalismo desaparecerían.
El problema político actual del capitalismo ha sido cómo evitar de la mejor forma posible que los empleados formen precisamente esas mayorías políticas. Durante sus épocas recurrentes de especial dificultad (cracs periódicos, guerras, conflictos entre industrias monopolizadas y competitivas, pandemias…), el problema político del capitalismo se intensifica y amplía. Y se convierte en la mejor manera de evitar que las mayorías políticas de los trabajadores acaben por completo con el capitalismo e impulsen a la sociedad hacia un sistema económico alternativo.
Para resolver el problema político del capitalismo, los capitalistas, como pequeña minoría social, deben forjar alianzas con otros grupos sociales. Esas alianzas deben ser lo suficientemente fuertes como para desactivar, disuadir o destruir todas y cada una de las mayorías emergentes de trabajadores que puedan amenazar los intereses de los capitalistas o la supervivencia de sus sistemas. Cuanto más pequeñas o débiles son las minorías capitalistas, más importante es la alianza con los militares. En muchas partes del mundo, el capitalismo está asegurado por una dictadura militar que ataca y destruye los movimientos emergentes a favor del cambio anticapitalista entre los trabajadores o entre los sectores no capitalistas. Incluso donde los capitalistas son una minoría relativamente grande y bien establecida, si su dominio social se ve amenazado, por ejemplo, por un gran movimiento anticapitalista desde abajo, la alianza con una dictadura militar puede ser un mecanismo de supervivencia de último recurso. Cuando tales alianzas culminan en fusiones de capitalistas y aparato estatal, se produce la llegada del fascismo.
Durante momentos no extremos del capitalismo, cuando no se ve amenazado por inminentes explosiones sociales, su problema político básico permanece. Los capitalistas deben impedir que las mayorías de trabajadores arruinen el funcionamiento y los resultados del sistema económico capitalista y especialmente sus distribuciones características de ingresos, riqueza, poder y cultura. Con ese fin, los capitalistas buscan segmentos de la clase trabajadora con quienes aliarse para desconectarlos de otros compañeros de trabajo. Por lo general, trabajan con partidos políticos y los utilizan para formar y mantener tales alianzas.
En palabras del gran teórico marxista Antonio Gramsci, los capitalistas utilizan a sus partidos políticos aliados para formar un “bloque político” con porciones de la clase trabajadora y posiblemente otras de fuera de la economía capitalista. Ese bloque debe ser lo suficientemente fuerte como para frustrar los objetivos anticapitalistas de los movimientos de la clase trabajadora. Para los capitalistas, en el mejor de los casos, su bloque debería gobernar la sociedad —ser el poder hegemónico—, controlar los medios de comunicación, ganar elecciones, producir mayorías parlamentarias y propagar una ideología en las escuelas y más allá que justifique el capitalismo. De esta forma, la hegemonía capitalista mantendría los impulsos anticapitalistas desorganizados o incapaces de construir un movimiento social en un bloque contrahegemónico lo suficientemente fuerte como para desafiar la hegemonía del capitalismo.
Trump ilustra las condiciones actuales de la hegemonía capitalista. En primer lugar, su gobierno financia generosamente y homenajea a los militares. En segundo lugar, concedió un enorme recorte de impuestos en 2017 a las corporaciones y a los ricos, a pesar de haber disfrutado de varias décadas anteriores de redistribución ascendente de la riqueza. En tercer lugar, sigue desregulando empresas y mercados capitalistas. Para mantener la generosidad de su gobierno hacia sus patrocinadores capitalistas, cultiva notoriamente alianzas tradicionales con segmentos de la clase de los empleados. El Partido Republicano que Trump heredó se había permitido ciertos fallos, se había debilitado y provocado pérdidas políticas peligrosas. Había que reconstruirse y fortalecerse o, de lo contrario, el Partido Republicano ya no podría ser el medio para que los capitalistas construyeran y mantuvieran organizativamente un bloque hegemónico. El Partido Republicano probablemente se evaporaría, dejando que los capitalistas se aliaran y utilizaran al Partido Demócrata para lograr ese bloque tan hegemónico.
Los capitalistas han cambiado repetidamente de aliados y agentes hegemónicos entre los dos partidos principales en la historia de Estados Unidos. Al igual que el Partido Republicano dejó caer sus alianzas con sectores de la clase trabajadora abriendo el espacio para Trump, también lo hizo el Partido Demócrata con sus aliados tradicionales. Eso abrió espacio para Bernie Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez y los progresistas. Para recuperar y reconstruir el Partido Republicano como aliado hegemónico con los capitalistas estadounidenses, Trump tuvo que dar bastante más a los fundamentalistas cristianos, los supremacistas blancos, las fuerzas antiinmigración, los chovinistas (y antiextranjeros), los entusiastas de la ley y el orden y los amantes de las armas que el antiguo establishment republicano. Esa fue la causa de que pudiera derrotar a ese establishment. Por razones históricas, Clinton, Obama y el antiguo establishment del Partido Demócrata sobrevivieron una vez más a pesar de dar muy poco a sus aliados de la clase empleada (trabajadores, sindicatos, afroamericanos, latinos, mujeres, estudiantes, académicos y desempleados). Mantuvieron el control del partido, bloquearon a Sanders y el creciente desafío progresista y ganaron el voto popular en 2016. Pero perdieron las elecciones.
Los capitalistas prefieren utilizar a los republicanos como socios hegemónicos porque estos cumplen de manera más fiable y regular que los demócratas lo que quieren los capitalistas. Pero si/cuando el bloque republicano de alianzas se debilita o funciona de manera inadecuada como socio hegemónico, los capitalistas estadounidenses se inclinarán hacia los demócratas. Aceptarán políticas menos favorables, al menos por un tiempo, si obtienen a cambio un socio hegemónico sólido. Si las alianzas de Trump con segmentos de la clase de los empleados se debilitaran o se disolvieran, los capitalistas estadounidenses se decantarían por los demócratas Biden-Clinton-Obama en su lugar. Si fuera necesario, también se unirían a los progresistas, como hicieron en la década de 1930 con Franklin Delano Roosevelt.
Trump intenta repetidamente fortalecer sus alianzas con más de un tercio de los empleados estadounidenses que parecen aprobar su régimen, sin importar cuánto ofenda a los demás. Él cree que eso es suficiente para que la mayoría de los capitalistas se queden con los republicanos. Después de todo, la mayoría de esos capitalistas prefiere a los republicanos; su régimen ha apoyado con toda firmeza el lucro militar y empresarial. Solo los fracasos colosales de Trump y los republicanos para preparar o contener tanto la pandemia como el colapso económico causado por el capitalismo podrían cambiar el sentimiento de los votantes y elegir a los demócratas. Así que Trump y los republicanos se concentran en negar esos fracasos y distraer la atención pública de los mismos. El establishment del Partido Demócrata intenta persuadir a los capitalistas de que un régimen con Biden manejará mejor la pandemia y el colapso, brindará una base de masas más grande que apoye al capitalismo y solo marginalmente reformará sus desigualdades.
Para los progresistas de dentro y fuera del Partido Demócrata se avecina una gran elección. Muchos están sintiéndolo así. Por un lado, los progresistas pueden acceder al poder como los aliados hegemónicos más atractivos para los capitalistas. Al agudizar las críticas sociales en lugar de moderarlas, los progresistas pueden dar a los empleadores capitalistas alianzas hegemónicas más fuertes con los empleados que las que el establishment tradicional demócrata puede o se atreve a ofrecer. Eso es más o menos lo que hizo Trump al desplazar al establishment tradicional del Partido Republicano. Por otro lado, los progresistas se verán tentados por su propio crecimiento a romper con la alternancia bipartidista que mantiene la hegemonía del capitalismo. Además, los progresistas podrían abrir la política estadounidense para que el público tuviera una mayor libertad de elección: un partido anticapitalista y prosocialista compitiendo contra los dos partidos tradicionales procapitalistas.
El problema político del capitalismo surgió de su yuxtaposición intrínsecamente antidemocrática entre una minoría de empleadores y una mayoría de empleados. Las contradicciones de esa estructura chocaron con el sufragio universal. Las interminables maniobras políticas alrededor de bloques hegemónicos con sectores alternativos de empleados permitieron sobrevivir al capitalismo. Sin embargo, esas contradicciones excederían finalmente la capacidad de las maniobras hegemónicas para contenerlas y controlarlas. Una pandemia combinada con un colapso económico importante puede provocar y permitir que los progresistas rompan con todo eso, cambien la política de los Estados Unidos y hagan realidad cambios sociales largamente esperados.
(Este articulo contó con el apoyo de Economy for All, un proyecto del Independent Media Institute.)
Richard D. Wolff. es profesor emérito de economía en la Universidad de Massachusetts, Amherst. Actualmente es profesor invitado en la New School University de Nueva York. Pueden consultarse sus trabajos en: rdwolff.com y en democracyatwork.info.
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