18 de septiembre de 2024

Perú: Nivel de ruindad

Carlos León Moya

Dejar que sea la historia quien juzgue a Alberto Fujimori es tan flojo que apenas oculta las simpatías de quien lo dice. Si hablamos de juicios, Fujimori ya fue sentenciado por el Poder Judicial como culpable por delitos de lesa humanidad, secuestro agravado y corrupción.

Pero las sentencias, aunque necesarias, son insuficientes. Destruir institucionalmente al país no es un delito, por ejemplo, y Fujimori lo hizo. En realidad, Fujimori hizo mucho y en muchos ámbitos, además de los delictivos: a la destrucción institucional, podemos sumarle el reflote económico, la miseria política, y la innovación autoritaria. Muchos de los políticos autoritarios que vemos ahora como novedosos fueron precedidos por Fujimori, desde Nayib Bukele hasta Milei. Antes, la retórica “outsider” del Hugo Chávez de 1998. Mucho antes, el autogolpe de Boris Yeltsin, en 1993.

Pero hay otra cosa, mucho más intangible, que nos dejó Alberto Fujimori. Una que se quedó en el Perú mientras él huía a Japón en noviembre del 2000, y que fue creciendo mientras él pasaba tiempo en prisión, y que seguirá entre nosotros a pesar de él. Y es la “vilificación” de la política.

Fujimori volvió la política un ejercicio ruin. No es que antes haya sido solo un oficio digno: no olvidemos que, entre 1985 y 1990, estuvo el peor gobierno de la historia republicana, y para eso se requiere incompetencia y ruindad.

Pero Fujimori fue un paso más allá. Hizo que, para ser un político exitoso en el Perú, se requiera un nivel cada vez mayor de ruindad, de miseria y de acomodo.

Digo esto sin nostalgia por el Perú pre-1992. Al contrario: el Perú que vino desde 1992 fue más democrático que el anterior. Más horizontal, menos pomposo, menos señorial. Pero también fue más vil. Fujimori hizo que el Perú político fuese más popular en términos sociales, pero también más miserable en términos morales.

Desde 1993, el Perú político es cada vez más el espacio de personas que utilizan un atajo para el ascenso: el subirse al carro ganador sin importar las banderas, propuestas, palabras. Cojudeces. Ustedes me dicen qué decir y yo lo repito, pero aparezco en pantallas y tengo un pedacito de poder. La apertura de mercado aplicada a la política. Gente dejaba pasadas militancias y se volvía fujimorista para obtener la preciada tajada. La conveniencia personal como motor principal. Así fue en 1993, en 1995, en 1998, en el 2000.

Pero cuando cayó Fujimori, no desapareció esa conveniencia, esa ruindad, esa manera de vender tus convicciones en cada elección. Valentín Paniagua enrumbó el país institucionalmente, pero ya había quedado una forma de hacer política. La democracia, como su nuevo sistema de reglas, no cambió esa nueva cultura política que quedó flotando en el aire.

Y fue asentándose poco a poco. En cada elección, veíamos más cambios, más dobleces, más miseria. Irónicamente, una de las principales opositoras a este modo fue Keiko Fujimori en el 2016. Su padre compró congresistas de oposición en el 2000 para obtener mayoría parlamentaria, y ella, en el 2016, tenía esa gran mayoría, solo que no tenía el gobierno. ¿Cómo controlaba a 73 congresistas? ¿Cómo evitaba que se le fueran, tentados por el poder del Estado y las prebendas ministeriales, tal como hizo su padre? La salida: impuso una ley antitránsfuga, justo el método de captación política que inauguró su padre con ella como primera dama. El modo fujimorista de hacer política había llegado tan lejos que hasta los Fujimori tenían que cuidarse de él.

El éxtasis de esta vilificación llegó con los congresos del año 2020 y 2021. Ya anda solo. No requiere de Fujimoris a la cabeza ni de un Vladimiro Montesinos que centralice la ilegalidad. Ahora, las economías ilegales pueden penetrar de manera descentralizada: congresistas, gobernadores, alcaldes. Tampoco podemos esperar que las personas tengan trayectorias coherentes. ¿Para qué, cómo así? La norma es lo que se ve ahora en el gabinete de Dina Boluarte: uno tiene una postura política firme e incólume, solo hasta que alguien lo convenza de lo contrario con un puesto, una oferta, un ingreso, un número en la lista. Eso, que es tan normal ahora, empezó con Fujimori en 1993.

Fujimori se murió, pero vive su ruindad. Sin embargo, no todo es para siempre: ni las personas, ni sus legados.

Hoy, por ejemplo, salió el sol en Lima.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 700 año 14, del 13/09/2024

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https://www.leerydifundir.com/2024/09/peru-nivel-ruindad/

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