14 de junio de 2025

Perú: Fútbol fatal

Juan Manuel Robles

"Pero igual asistimos al ritual de sacarse del bolsillo el adverbio favorito: matemáticamente"

El fútbol no es un indicador de cómo va un país: ahí tienen a la Argentina que salió campeona del mundo con un equipazo, luego de una campaña que fue un ejemplo de disciplina, velocidad, belleza y táctica, y, mientras tanto, el pueblo argentino estaba a punto de pasar de la crisis a la pesadilla: Javier Milei se puso la banda doce meses después de que Messi besara la copa de oro. Ahí tienen a Ecuador, clasificado hace diez fechas, aplicado y competitivo, previsor y frontal, y el país sin rumbo, arrasado por el crimen, al punto que una banda armada tomó una estación de televisión y se oyeron disparos en vivo. Venezuela nunca estuvo tan cerca de clasificar al repechaje y al mismo tiempo sus ciudadanos en diáspora —ocho millones— constituyen la mayor migración latinoamericana de la historia. La salud de una selección, digo, no es reflejo de la salud de la nación.

Pero a veces hay coincidencias, o mejor, rimas. Es imposible no pensar que la catástrofe en que la selección de Perú termina estas eliminatorias —eliminada, penúltima— hace juego con el mal momento del país, con el desánimo general, el descalabro, el desgobierno, la ausencia de brillo, la incapacidad y la impotencia de no ver la luz.

El fútbol es opio del pueblo, pero también ficción y fábula de superación al alcance de todos los bolsillos, y hay momentos en que esa lucha simbólica es un consuelo en medio de las desventuras. Un premio consuelo. El fútbol que hace olvidar. El fútbol que anestesia. El fútbol que hace creer, soñar despierto, soñar dormido, pensar que eres mejor porque tu equipo hizo esa chamba de hormiga por ti. Decir “ganamos” (sentir “gané”). Y hasta el hambre se pasa cuando un guerrero con gambeta te hace pensar que ese eres tú jugando, lleno de gloria. Y todo se imagina y se encarna de una manera tan natural, tan orgánica, que el Meta Quest y el Apple Vision palidecen en comparación con este sueño lúcido lleno de euforia.

Pero así como el fútbol es un alucinógeno capaz de colorear el día más oscuro y feo —un día de junio en Lima—, hay momentos en que el fútbol reafirma crudamente la realidad: es costumbrismo, crónica social, documental feroz que, en vez de hacernos soñar, nos hace mirar alrededor muy despiertos y ver nuestras miserias en HD: los ruidos suenan en estéreo, y la suciedad y los humos tóxicos apestan más fuertes en la nariz.

Son momentos como el que estamos viviendo. Perú en caída libre justo cuando Perú está en caída libre. La pobreza de nuestra selección nos recuerda nuestra pobreza. La mediocridad, nuestra mediocridad. La poca imaginación, nuestra estrechez de miras. Y entonces la droga destinada a levantarte el ánimo es solo la estocada adicional de un tiempo, en general, amargo. Hablaba de rimas, justamente.

Uno mira a la selección eliminada sin pena ni gloria y recuerda que eso es lo que somos la mayor parte del tiempo: un lugar chapucero, donde se improvisa, se parcha. Donde el talento, al menor parpadeo, se vuelve un recuerdo, como es un recuerdo Cueva gambeteando norteñísimo y lleno de garbo (hoy solo guata chelera y reflejos en diferido). Uno mira al 10 que pusieron frente a Ecuador y piensa en el nuevo aeropuerto Jorge Chávez. Horrible, sin gracia, sin nada que hacer en tiempos modernos. 

La selección eliminada, su funcionamiento entrecortado, rima con un país cuyo alcalde paga una millonada por traer un tren de segunda y lo llama inversión en tecnología para ser una potencia mundial. La selección que juega feo nos hace ver la ciudad y pensar seriamente si renunciar a la belleza es una decisión o es, simplemente, lo mejor que podemos hacer, lo que está a nuestro alcance.

Uno termina de ver el partido contra Ecuador y ve, encarnado en Paolo Guerrero, al primo enloquecido que no entiende que nadie puede salvar al Perú, al disciplinado que no conseguirá nada, al corajudo en medio de miles de yaquechú. Al hombre que, siendo casi heroico, también está un poco chalado: es incapaz de entender que su tiempo pasó.

Perú eliminado es jugar por meses a ese otro deporte nacional: la negación. Deporte y negocio. Porque antes de la fecha del partido contra Ecuador, ya estábamos eliminados: pensar ganar tres partidos seguidos es un sinsentido histórico para Perú, no va a pasar nunca, ni en el mejor momento, y menos con el material que tenemos.

Pero igual asistimos al ritual de sacarse del bolsillo el adverbio favorito: matemáticamente. Hacer matemáticas sobre cosas que no van a suceder es algo que hacemos tanto en la patria. El comentarista que hace proyecciones de 3 en 3, con pizarra idiota, somos los peruanos diciendo que el próximo mes nos nivelamos, buscando un préstamo para pagar otro, visualizando diciembre desconociendo con desparpajo la lógica de los intereses moratorios. La calculadora ridícula es el anuncio del crecimiento estimado del PBI, tratando de ocultar que el país se vuelve, cada día, un poco más invivible.

En fin, no era mi intención hacer hígado ni ponerme dramático. Tampoco sumarme a la racionalización de la derrota (que si Lozano, que si la maldición de Keiko, que si Gareca no se iba). Solo quería decir que hay días en que el fútbol nos hace olvidar que el país está lleno de problemas. Y hay días, como este, en que nos hace recordarlo.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 737 año 16, del 13/06/2025

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