Pedro Francke
"Entre 1993 y 2015 el uno por ciento más rico captó más de la mitad de todos los aumentos de los ingresos reales antes de impuestos"
Bajo la hegemonía neoliberal de las décadas pasadas, en las discusiones económicas hablar de la desigualdad era mal visto, algo entre una pérdida de tiempo y una distracción perniciosa. Pero a nivel internacional la desigualdad ha regresado como un tema central en las discusiones económicas. Como suele suceder, sin embargo, en nuestro país todavía los defensores del modelo económico simplemente se mantienen en un discurso pasadista y cierran los ojos ante las grandes inequidades que hay en nuestra patria. Que las transnacionales ganen como nunca, que las empresas mineras tengan utilidades extraordinarias por la suerte de los altos precios y que las agroexportadoras tengan privilegios tributarios mientras explotan abusivamente a sus trabajadores les parece bien.
El negacionismo de la desigualdad fue una corriente importante bajo la hegemonía neoliberal. Robert Lucas, premio Nobel de Economía, escribió el 2004 que “de todas las tendencias que son dañinas para una economía sólida, la más seductora, y en mi opinión la más venenosa, es centrarse en cuestiones de distribución”. Martin Wolf, anterior editor del Financial Times y uno de los analistas económicos más influyentes, sustentaba en su libro “Por qué funciona la globalización” que la desigualdad era básicamente un tema de propaganda anticapitalista. Pero el propio Wolf ha cambiado su mirada sobre este tema: en su más reciente libro del 2023, “La crisis del capitalismo democrático”, acepta que entre 1993 y 2015 el uno por ciento más rico captó más de la mitad de todos los aumentos de los ingresos reales antes de impuestos, y admite como preocupante que la riqueza sea una fuente de poder, a través de la influencia política, la propiedad de los medios de comunicación e incluso la filantropía. Ya desde algunos años antes empezaba a haber discusiones sobre el tema en el seno del “establishment” económico. El Banco Mundial sacó su Informe del Desarrollo Mundial 2006 con el título “Equidad y Desarrollo” y el 2015 las Naciones Unidas aprobaron la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible incluyendo de manera importante el tema de la equidad.
Recientemente un influyente economista a nivel mundial, Francisco Ferreira, ha insistido en que treinta años después del neoliberal “Consenso de Washington” existe una nueva concordancia sobre la desigualdad. Su resumen es que hay una aceptación generalizada de que existen desigualdades demasiado altas en ingresos, riqueza, educación, salud, poder y reconocimiento, que están interrelacionadas y se refuerzan mutuamente. También se acepta ampliamente que algunas desigualdades son más notorias y nefastas que otras, como las que existen entre hombres y mujeres, entre diferentes grupos raciales o entre diferentes castas o grupos religiosos. Ha habido un cambio significativo hacia una visión de que estas desigualdades importan, por la injusticia que representan, la pobreza que causan y sus efectos negativos sobre el crecimiento económico y la institucionalidad política.
Los diversos efectos de la desigualdad en la economía fueron analizados en estudios econométricos del FMI. Las investigaciones de Ostry, Berg, Transarides y Loungani, entre 2014 y 2018, demostraron que la desigualdad afecta negativamente el crecimiento. Uno de los mecanismos claves es el capital humano. Desigualdades grandes implican barreras fuertes a la educación de gran parte de su población. Ostry también demuestra que la redistribución del ingreso por parte del Estado, cobrando impuestos a los ricos y brindando servicios básicos y apoyo económico a los vulnerables, promueve el crecimiento en la gran mayoría de países, incluido el Perú. No sólo que nuestro país sea desigual frena su crecimiento: promover que sea menos desigual ayudaría a su fortaleza en el largo plazo ¿Aló, Confiep?
Estas desigualdades se mantienen en el tiempo debido a instituciones económicas y políticas extractivistas. Los recientes premios Nobel de economía Daron Acemoglu y James Robinson resumen en su libro “¿Por qué fracasan las naciones?” décadas de investigaciones muy destacadas e inteligentemente sustentadas. Su idea principal es que la alta desigualdad de la riqueza se asocia a la captura del Estado por una oligarquía dedicada a la extracción económica de rentas. Esta crítica cae como anillo al dedo a la realidad peruana de hoy, pero se muestra también en la crisis de la democracia norteamericana que ha llegado a un punto crítico con Trump.
En nuestro país, una de las desigualdades económicas más altas del planeta ha generado otra consecuencia: la crisis del orden social. Esto también ha sido estudiado a nivel internacional y nacional. La desigualdad dificulta la cohesión social y la conformación de la nación, provocando informalidad y desconfianza en el Estado, debilitando la capacidad de regulación pública y promoviendo la corrupción. Estas desigualdades tan profundas e injustas también llevan a repetidas situaciones de crisis en las que, de diversas maneras, la estabilidad social y política naufraga. Diversos estudios a nivel internacional muestran que países con más desigualdad económica y más inequidades hacia sus pueblos originarios, producto del colonialismo, tienden a ser más inestables, con democracias más débiles, más golpes de Estado y gobiernos menos duraderos, lo que hace muy difícil mantener una ruta de progreso. En nuestro país en los años 1980 fue Sendero Luminoso, en 1930 los levantamientos apristas y sindicalistas y antes repetidas rebeliones indígenas regionales. Con esa historia está vinculado el levantamiento popular de fines de 2022 e inicios de 2023. Hoy, una vez aplastada la protesta social con los cincuenta asesinatos perpetrados por Dina Boluarte y sus cómplices, tenemos un gobierno cuya legitimidad es nula para gobernar y bandas del crimen organizado creciendo sin control. Haber impuesto una vez más con sangre el dominio oligárquico tiene esas consecuencias.
La crisis que vivimos con este cogobierno Dina-Congreso es reflejo de una crisis más profunda. Nuestra desigualdad estructural es un factor oculto, pero no por eso menos importante. Si queremos salir de esta situación, no debemos olvidarlo.
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 737 año 16, del 13/06/2025
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