Juan Manuel Robles
"Esos policías tienen todavía la capacidad —se confirma— de generar aquel efecto que aterra y paraliza, como a ratas condicionadas"
Hay algo de lo que no se habla en la discusión sobre la censura al libro de Víctor Polay Campos en la Feria del Libro de Lima y los hechos posteriores. Me refiero al miedo. El libro es un testimonio de parte de un líder subversivo encarcelado, que en varios pasajes hace una autocrítica y pide perdón a las víctimas. Pero no importa. Para la división antiterrorista, el objeto es el cuerpo del delito, la evidencia física de un ilícito grave. De ahí en adelante, lo que queda es determinar si la responsabilidad recae en pocos o en muchos. Empieza así una dinámica que ya conocemos en el Perú (aunque muchos parecen haberse olvidado). La de crear una atmósfera de temor para que otros cooperen.
Porque uno nunca sabe cuándo está siendo cómplice del terrorismo, o eso nos hacen creer. Cuidado. No son solamente los editores que publicaron el libro de un subversivo. Haber aprobado el lanzamiento, por ejemplo, te incrimina también. ¿Cuánto? Eso depende. ¿Conocías el contenido? ¿Hiciste algo para evitar su exhibición? No es necesario ser consciente de lo hecho para que puedas terminar salpicado. Las leyes antiterroristas de los noventa siguen vigentes, son serias y tienen brazos largos.
Ya se abrió una carpeta. Ya se inició la investigación. Los editores implicados van a tener que ir a la Dircote a declarar. Puede que las pesquisas se extiendan a otros. A los organizadores de la feria, por ejemplo. Pueden pasar muchas cosas.
Salvo que colabores. Si colaboras, todo puede ser más fácil. Lo harás, ¿no es cierto?
La editorial Achawata, que publicó el libro Revolución en los andes, del líder del MRTA, ha acusado a la Cámara Peruana del Libro de estar involucrada en la denuncia que un “ciudadano anónimo” hizo contra ellos. Dicen que tuvieron acceso al atestado. La Cámara Peruana ha negado los cargos. La editorial ha insistido y asegura que tiene pruebas. Aducen también que la Cámara los presionó para cancelar la presentación del libro de Polay, en vez de defenderlos en su calidad de agremiados.
No se sabe a ciencia cierta qué pasó. Lo que me parece claro es que en algún momento de esta historia ha intervenido un factor poderoso: el miedo —pánico— a verse involucrado. El ánimo de salvarse el pellejo no importa si en el camino se permite —por acción u omisión— que un inocente sea tratado como un criminal. Ese zafar cuerpo, esa disposición a allanarse a las autoridades, a alimentar una acusación así sea a todas luces absurda —y pueda arruinar a un semejante—, nos remite a los capítulos más oscuros del conflicto armado. Lo alucinante es que estamos en 2025, el MRTA ya no existe ni amenaza, y la Dircote lleva veinte años sin evitar un atentado de esa organización (o alguna afín). Y, sin embargo, esos policías tienen todavía la capacidad —se confirma— de generar aquel efecto que aterra y paraliza, como a ratas condicionadas.
Nadie quiere mojarse ni arriesgar nada aunque estemos frente a un abuso evidente, porque las autoridades nos recuerdan las consecuencias posibles, lo que puede pasar si no dejas claro que no estás con “ellos”. ¿Y qué puede pasar?
Si no lo sabes, te cuento lo que les pasó a los jóvenes directores de Achawata, los esposos César Coca y Magdalena Suárez. Poco después de la presentación frustrada, unos veinte policías entraron corriendo a la feria y fueron a su stand. Dijeron tener una “nota criminal” debido a la denuncia anónima de un “ciudadano colaborador” que les avisó de la venta de un “libro del MRTA”. Primero quisieron llevarse un ejemplar sin pagarlo. Luego empezaron a tomar fotos. Como había un alboroto, una funcionaria de la organización de la feria habilitó el camerino para los oficiales. Los policías se llevaron a Coca. Pasó más de una hora y no regresaba.
Magdalena Suárez tuvo miedo de que lo hubieran arrestado. En realidad, lo estaban interrogando. Después, ya con el abogado, se enterarían de que aquel interrogatorio era ilegal.
La policía pidió también los DNI de todos los trabajadores del stand (la mayoría de los cuales solo trabajaban allí como vendedores). Fue un despliegue de prepotencia.
Luego de eso, citaron a Coca y a Suárez a declarar a la Dircote. El interrogatorio duró, en el caso de Magdalena, casi dos horas, y en el caso de César más de cuatro horas. Además de los policías, estaba el fiscal y el procurador.
El documento que ha elevado la Dircote señala que el libro de Polay justifica, enaltece y exalta al grupo terrorista. Es un informe hecho para sustentar el inicio de un proceso penal. Como el caso se ha vuelto mediático y la ausencia de apología al terrorismo ha sido bastante argumentada, es probable que esto no pase a mayores. Pero la intención de estos señores —que, en ausencia de terroristas, justifican su partida presupuestal persiguiendo idolatrías— es clara. Y, como se ha visto, tienen el poder de hacer que ciertas cosas sucedan.
Es eso lo que infunde miedo. Todos los silencios sobre el hostigamiento a Achawata, todos los que callan en siete idiomas, todos los que, siendo escritores o editores o comunicadores no se pronuncian, tienen un temor que llega desde otras épocas, de ese Perú donde se volvió normal echar por terruco al vecino, aunque no estuvieras seguro, para no complicarte, para que no te acusaran a ti, de cómplice.
Por supuesto que no se puede menospreciar este miedo. Es difícil condenar a alguien que defiende sus intereses y su familia. Pero sí creo que, tantos años después de un conflicto armado que ya no está, es tiempo de que la indignación sea más grande que ese temor. Es tiempo de rectificar el gran error que fue consentir que las autoridades extiendan a su antojo la categorización de “terrorista” y todo por miedo a que se nos considere afines a la subversión.
Y una de las primeras formas de hacerlo es defender en masa a la editorial Achawata y a sus directores, Magdalena y César, que hoy están en problemas y necesitan nuestra firmeza: unos emprendedores de la cultura con tesón y solidaridad, que en sus cortos cuatro años no solo han publicado decenas de obras que tratan de explicar este país surreal, sino que además se han dado el trabajo de hacer una Colección Popular de títulos a diez soles.
Además, como sabemos, esto no es un “exceso” de las autoridades en su noble afán de defendernos del virus del terrorismo. Esta es la ejecución de una forma de control social que se sofistica cada año, y que se ha vuelto una policía de la consciencia. Mientras el marco legal permita estos absurdos que dañan, la presión de los que tenemos una tribuna debe ser fuerte, total y vigorosa, para contrarrestar.
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 747 año 16, del 29/08/2025
https://www.hildebrandtensustrece.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario