César Hildebrandt
"No es posible que creamos que esta anarquía piojosa es vida, es democracia, es civilización"
“Todos vamos a morir en algún momento”, dijo el lunes pasado el comandante general de la Policía, general Óscar Arriola.
Y tiene razón. Lo que pasa es que hay quienes se mueren porque el tiempo les faena el cuerpo y hay otros que mueren precozmente a manos de sicarios.
La Policía debería evitar, en la medida de lo posible, que el crimen mate anticipadamente a quienes ha elegido como víctimas. Pero el jefe Arriola, terruqueador profesional y filósofo en sus ratos libres, nos dice que la muerte siempre viene y a qué tanta alharaca. ¡Arriola es el Heidegger de Gamarra!
Hace algunas horas, en pleno Círculo Militar Tarapacá, dos operadores de una banda extorsiva dispararon 27 veces, desde la parte de atrás, contra un espectáculo montado por el grupo de cumbia Agua Marina. Hubo seis heridos y un grado más de horror en esta sociedad sumergida en violencia, impunidad y extorsión.
Pero no olvidemos que los peces se pudren empezando por la cabeza. Y el Perú es un pez en trance de putrefacción. El gobierno de Boluarte nació en descomposición, fue fundado en la muerte y persistió porque firmó un pacto con el Congreso que el hampa ha dominado. Esa es la verdad ruda y canalla.
Un régimen de esa naturaleza, encabezado por una débil mental y colonizado por la derecha lumpen del nuevo fujimorismo y sus vicarías, sólo puede producir caos. Y el caos en una trama social impregnada por las economías ilegales, el crimen organizado y la adenda del salvajismo importado, se convierte en sangre en las calles.
Juan Carbajal acaba de revelarnos que entre enero y septiembre de este año se han reportado más de 20,000 denuncias por extorsión. Eso quiere decir que cada 24 horas 74 personas han ido donde alguna autoridad a decir que están siendo amenazadas: 3 cada hora. Estamos hablando de las cifras públicas. Las reales son de mayor cuantía porque se supone que un tercio de las víctimas sencillamente no acude a registrar una denuncia.
El Perú es una crónica roja, un parte de batalla: los cadáveres aparecen en las carreteras, en los basurales, en los extramuros, a veces en una esquina o en un parque. Y suelen ser cuerpos de gente que se resistió a una extorsión, que no pagó lo exigido, que no cumplió con el crimen. O gente que no quiso entregar un celular o se resistió al robo del carro en el que hacía taxi. O gente que no pagó su cuota del gota a gota. La muerte armada visita restaurantes, barberías, mercados, losas deportivas. La muerte camina como si de un visitador médico se tratara. La muerte arrastra los pies, como aquellos carteros anacrónicos, pero siempre llega a su destino.
El problema está en la cabeza. No hay policía ni planes contra la guerra que se nos ha declarado porque no hay ministro del Interior y tampoco hay policía efectiva. Y no hay ministro del Interior ni policía porque no hay gobierno. Y no hay gobierno porque así lo han querido Fuerza Popular, Alianza para el Progreso, Renovación Popular, Podemos, Somos Perú y la ruina de Acción Popular. Estas siglas infectas han servido de respaldo notarial al régimen que jamás debió existir. Esta gente ha gobernado por lo bajo y para el crimen o el privilegio mientras la señora que va a Palacio lee a duras penas discursos que no entiende y levanta la voz para decir que la patria está en orden. Dice la leyenda negra que Sánchez Cerro era tan bruto que alguna vez habló de “los miembros viriles del Ejército”. Lo cierto es que Sánchez Cerro es un genio si lo comparamos con esta calabaza que tintinea de pulseras.
Es hora de terminar con esta farsa. Nos estamos ahogando en sangre. La inseguridad empieza a afectar la economía. No es posible que creamos que esta anarquía piojosa es vida, es democracia, es civilización.
Que venga un gobierno transitorio que se ocupe de sacar al país de este sometimiento a la abyección. Lo que estamos viviendo distorsiona todo el panorama: en un escenario del crimen –eso es el Perú en estos momentos– pueden surgir los caudillos bukelianos de la mano dura, los que prometan sencillamente “poner orden a cualquier costo”, los apocalípticos que sugieran el estado de sitio permanente. O los que digan que todo esto es resultado de la economía de mercado y de la fallida redistribución. Digámoslo claro: no son posibles elecciones relativamente normales con Dina Boluarte en el gobierno. Que la derecha, beneficiaria y sostenedora de este régimen, empiece a pensar en ello.
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 753 año 16, del 10/10/2025
https://www.hildebrandtensustrece.com/
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