Humberto Campodónico
Ahora que ya queda claro que el alza de los precios de los alimentos amenaza con la hambruna a cientos de millones de personas, incluyendo a los más pobres de América Latina, se multiplican los discursos para aumentar su producción en todos los países del planeta. Se espera, también, que la cumbre ALC-UE incluya una propuesta específica sobre este tema.
Esta preocupación es bienvenida, claro está. Pero también hay que reconocer que viene a contramano de lo que el FMI planteó durante décadas: que los países debían dedicarse a producir, y cultivar, aquellos productos en los que tienen ventajas comparativas. Así, por ejemplo, si no producían alimentos (o cualquier otro bien), ello no era un problema, pues producirían otros bienes en los cuales tengan ventaja comparativa y, con ese dinero, podrían importar los productos que les hacían falta, incluidos los alimentos.
El problema es que los países industrializados son los que elaboran la política del FMI. Pero lo que pregonan para nuestros países no es lo que hacen en los suyos. Desde fines de la II Guerra Mundial, tanto EEUU como Europa (con la Política Agrícola Común) y Japón, subsidiaron fuertemente al sector agrícola para lograr la soberanía alimentaria y no depender de terceros países. Tanto éxito tuvo esta política que ya a mediados del 60 la oferta superaba ampliamente la demanda interna. Por eso decidieron vendernos sus excedentes, compitiendo deslealmente con nuestros agricultores pues sus productos agrícolas entraban a precios de "dumping". El caso más saltante –y flagrante– fue la ley PL 480 de EEUU, que daba a los países en desarrollo préstamos blandos (plazo de 30 años, tasa de interés del 1% y 5 años de gracia) para comprar toda clase de alimentos (trigo, arroz, maíz, entre otros).
Esta política es la causa del atraso agrícola en muchos países, sobre todo en los africanos, pero también en América Latina. No solo eso. Los bajos precios de los alimentos importados modificaron los hábitos de consumo, disminuyendo la dieta tradicional, basada en cultivos locales. Así, aumentó la dependencia alimentaria.
Lo peor es que esa política prosigue, a pesar de toda la fanfarria sobre el "libre comercio" y los discursos altisonantes de hoy. Esto causó la crisis de la Ronda Doha de la OMC en Cancún en el 2003 y, pese a las críticas mundiales, EEUU, Europa y Japón la siguen manteniendo al ritmo de US$ 350,000 millones anuales. En el TLC EEUU-Perú, se ha acordado que los productos agrícolas subsidiados de EEUU entren con arancel 0 (con cuotas y plazos para algunos de ellos). El panorama de negociaciones del TLC con la UE se presenta parecido. ¿Libre comercio con subsidios?
En este contexto se produce la actual alza de alimentos, causada por una conjunción de factores: aumento del consumo de alimentos en los países asiáticos, alza del precio del petróleo, uso de la tierra agrícola para biocombustibles y devaluación del dólar, lo que convierte a los "commodities" (minerales, petróleo y alimentos) en inversión de refugio del capital especulativo, lo cual aumenta su precio.
Por tanto, la actual crisis alimentaria está íntimamente ligada al conjunto de las políticas de "libre mercado" de las últimas décadas. No es un rayo en cielo sereno. Para enfrentar la crisis alimentaria (el Banco Mundial dice que durará muchos años), los países industrializados deben eliminar los subsidios agrícolas y abrir sus mercados a los productos de los países en desarrollo y hay que apoyar las iniciativas de Naciones Unidas sobre este tema.
Por nuestra parte, no hay que aceptar TLCs que abran nuestros mercados a los productos subsidiados, debemos impulsar el desarrollo de la petroquímica (para producir fertilizante de úrea barato) y, sobre todo, poner en marcha políticas de soberanía alimentaria (abastecer el mercado interno con producción nacional, apoyando a nuestros agricultores –no confundir con los exportadores agroindustriales).
En una palabra, rechazar las políticas neoliberales y poner el péndulo al medio en las relaciones entre Estado y mercado, algo que no hace el presidente García. ¿Habrá algo de esto en la declaración final de la cumbre ALC-UE? Juzgue el lector.
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