18 de marzo de 2024

Indígenas y palestinas

Cecilia Méndez

"Aída Aroni era consciente de que la Constitución podía proteger sus derechos, pero no todos (...) Para Aroni, una ciudadanía plena no podía existir sin el derecho de todas y todos a hacer política”.

“No quieren que nosotros hablemos lo que está escrito en esta Constitución”, Aída Aroni. Marzo, 2023.

Aída Aroni está enferma y necesita ayuda. ¿Quién es Aída Aroni? Si asististe o estuviste al tanto de las protestas contra el Gobierno de Dina Boluarte hace un año en Lima no puedes no haberla visto. En foto, al menos, porque es inconfundible. Aída Aroni es la mujer ayacuchana y quechuahablante de 53 años que asistía a las marchas en primera fila, vestida con polleras y sombrero huancapinos (de Huancapi, su pueblo) con una bandera peruana que hacía ondear muy cerca de los policías, increpándoles que no dispararan a la gente. Sus fotos ondeando su bandera frente a ejércitos de policías armados recorrieron el mundo y se convirtieron en memes simbolizando a las mujeres como ella que, sorteando insultos racistas o misóginos, maltrato físico y terruqueo, nunca se rindieron en su reclamo de justicia.  

Una vez, mientras Aída increpaba a unos policías, pasaron unos jóvenes y les dijeron mirando con el rabo del ojo a Aída Aroni: “Métele bala, hueón”. Pero Aída no se amilanó por eso, incluso cuando, poco después, fue detenida si explicaciones por exigir la renuncia de Boluarte y “pedir piedad” a los policías. Allí prosigue, le arrancharon su bandera, le “pegaron en la espalda” y le “jalaron todo el pelo”, según declaró a La República (9-2-2023). Aída fue retenida en el calabozo de una comisaría por 48 horas, pero salió con la voluntad inquebrantada: “Yo no lucho con palo, yo no lucho con piedras. No me importa que me discriminen, que me digan chola, serrana, india, lo que sea; yo me siento orgullosa. Yo lucho por mi país”, declaró al mismo medio. Su valor inspiró a más que fotoperiodistas. La historiadora Marissa Bazán le dedicó un poema.

Entre enero y marzo del año pasado miles de peruanas y peruanos como Aída Aroni llegaron a Lima desde diversos lugares del Perú para hacer oír su voz después de haber marchado en las capitales de sus provincias y departamentos sin éxito. Llegaron en caravanas de buses o camiones, sorteando insultos y maltratos en los controles de carreteras, pero también recibiendo aliento, agua, víveres y muestras de solidaridad a lo largo del camino. Los peruanos más pobres de las zonas rurales, los que habían apostado mayoritariamente por Pedro Castillo con la esperanza de un cambio no se resignarían así nomás. Llevaban demasiado tiempo esperando.

Primero protestaban por la traición de Dina, la vicepresidenta de Castillo, una mujer mendaz y sin escrúpulos. Luego de haber declarado con falaz emoción que si a Castillo lo vacaban ella se iría con él, fue ungida presidenta por el mismo Congreso que ayer nomás le decía terrorista y buscaba destituirla. Hasta que se dieron cuenta que le salía más a cuenta utilizarla para quedarse en el poder. No fue difícil convencerla de no llamar a elecciones tras la caída de Castillo, a quien estaban a punto de destituir cuando él se autoinmoló con su conato de golpe. Dina pensó en los banquetes, los Rolex, la ropa fina y viajes por el mundo… Era irresistible. Accedió.

Pero no había pasado una semana desde que se puso la banda presidencial cuando la sangre de campesinos empezó a correr. Los primeros asesinados con su inacción o consentimiento fueron adolescentes de Andahuaylas, su propia tierra. Luego vinieron los de Ayacucho, Juliaca, Macusani, Pichanaki, Arequipa, Cuzco, Lima, La Libertad, todo negado con cinismo por ella y su ministro y arquitecto de la brutal represión, Otárola. Fue así que Dina traidora devino en Dina asesina. A las consignas de “nuevas elecciones”, “renuncia, Dina” y  “nueva Constitución”, se sumaron las de justicia para a los muertos y heridos, el derecho a la vida.

En Lima los manifestantes fueron invisibilizados y terruqueados por autoridades, medios y políticos. El alcalde de Lima les cerró las plazas; la policía les cerró las calles, los golpeó tan brutalmente que uno de ellos, Manuel Quilla, murió, víctima de las torturas, cuando regresó a Puno. Fue el muerto número 50 de Dina. Muchos vimos, además, en videos, cómo un policía disparaba directamente a la cabeza a Víctor Santisteban Yacsavilca, que caminaba con la multitud, desarmado, matándolo. Pero en el discurso oficial y mediático, los manifestantes eran delincuentes  terroristas, narcotraficantes, “ponchos rojos”. Boluarte llegó a decir: “Se mataron entre ellos”. Un ministro dijo que las mujeres aimaras eran “peor que animales”

Aroni vivió y sufrió todo eso, pero fue mucho más que una víctima. A mediados de marzo participó en un conversatorio de mujeres lideresas organizado al calor de las protestas, en Lima, transmitido por Facebook. Sin desprenderse de su bandera, pero esta vez con la Constitución en la otra mano, Aroni reveló no tener primaria completa, pero dijo sentirse “contenta y feliz porque tengo mi cerebro”. Sobre los congresistas dijo: “No quieren que nosotros hablemos lo que está escrito en esta Constitución”. “Basta”, acotó, “yo también tengo hambre, yo también tengo derecho, yo también soy el Estado. Somos el Estado. No solamente 130 congresistas son el Estado”.

Aída Aroni era consciente de que la Constitución podía proteger sus derechos, pero no todos, y se encontraba entre el grupo mayoritario de peruanos que exigía una nueva Constitución, en la que mujeres como ella se vieran representadas. No iba a contentarse con “pedir obras” ni recibir caramelos, como hubiera deseado Boluarte. Para Aroni, una ciudadanía plena no podía existir sin el derecho de todas y todos a hacer política.

* * *

A miles de kilómetros del Perú, a orillas del Mediterráneo, en Gaza, vive Bisan Owda, una periodista palestina de 24 años con más de 4 millones de seguidores en Instagram. A diferencia de Aída, Bisan ha leído muchos libros. Pero a semejanza de ella, vive con su ciudadanía recortada por ser indígena en un el régimen de apartheid impuesto por el ejército de ocupación de Israel, que ahora conduce un genocidio de palestinos.

No tengo espacio para explayarme en por qué es legítimo decir que los palestinos son indígenas, pero así los llaman los libros que empecé a leer después del 7 de Octubre para salir de mi ignorancia sobre su historia. Muchas de mis colegas palestinas y palestinos en la Universidad de California sienten la misma identificación debido a historias paralelas de despojo de tierras y exterminación.

En sus últimas transmisiones, Bisan ha empezado a contar la historia antigua de Palestina alrededor de una fogata en el campamento donde se haya refugiada.  Israel ha destruido todas las universidades, museos y archivos de Gaza. Bisan parece querer compensar la destrucción de la memoria material de su pueblo con la memoria del relato. El mensaje es de pertenencia e identidad, pero también de justicia. Porque sin memoria no hay justicia.  

Por eso he querido recordar hoy a Aída Aroni y a otros peruanos que luchan por sus derechos, que son los nuestros, aun a costa de sus vidas. Le deseo una pronta recuperación.

https://larepublica.pe/opinion/2024/03/17/indigenas-y-palestinas-por-cecilia-mendez-1017246

17 de marzo de 2024

El regreso de Gabo

Juan Manuel Robles

Qué regalo inesperado ha sido la novela final de Gabriel García Márquez, En agosto nos vemos. Que aparezca a diez años de su muerte —y veinte años después de su última novela— le da a la lectura un aire de resurrección fugaz: la visita impensada de alguien cuya voz conocemos, porque nos reconfortó tantas veces y llenó nuestra mente de imágenes, olores, sensaciones táctiles y detalles. El susurro de García Márquez, esa música creada con sílabas precisas, con el fraseo que poco a poco arma un torrente sensorial, está desde la primera línea de la obra. Pero no es como encontrar un viejo inédito suyo. Es como acceder al capítulo ausente que nos faltaba a los admiradores.

Es el Gabo de cambio de siglo, el que en sus días de cronista hacía retratos correctos a Shakira o a Bill Clinton, pero que en esta novela muestra un salto temático que lo llenaba de entusiasmo (como se mostró en las ocasiones en que habló del proyecto, del que se animó a leer algunos pasajes iniciales). Por primera vez, una mujer es la protagonista principal de una novela suya. Ana Magdalena Bach es un personaje encantador, divertido, moderno. Su retrato es el revés de la masculinidad tóxica de personajes como el sátrapa del Otoño del patriarca; su aventura, llena de libertad y exploración, todo lo opuesto al mandato absurdo, machista y violento de Crónica de una muerte anunciada.

Es un libro lleno de sexo y erotismo y también un ensayo sobre el amor, desde la mirada de una mujer sensible, llena de libros y música (otro giro inusual en el autor, las referencias de la cultura letrada).

La edición contiene, además, la historia de la novela y de su publicación, y esto es un añadido tan literario como el propio texto. Porque nos encontramos frente a los avatares de un autor universal que escribe una novela y, en pleno perfeccionamiento del borrador, empieza a perder la memoria y con ella, la consciencia. En ese trance, García Márquez anuncia que la obra no sirve y ordena destruirla. El manuscrito ya estaba en su quinta versión y allí se quedó. En el texto introductorio, los hijos le piden perdón al padre por decidir publicarla, en contra de su deseo. Al final, uno sabe que no tienen nada de qué disculparse.

Ese conflicto está presente, como una música de fondo, en esta edición. La paradoja de un hombre que niega valor a una obra suya y que al mismo tiempo ya no tiene consciencia ni lucidez para leerla y valorarla. Es la imagen fantástica, macondiana, por supuesto, de un escritor víctima del devenir de sus neuronas —más diminutas y enigmáticas que los caramelos del insomnio que, en Cien años de soledad, conducen a la pérdida de los recuerdos—, a quien le empieza a fallar la memoria con un libro en curso, un libro que en algún momento, sabemos, ya no entiende.

Y al mismo tiempo —y esto se ve con la otra parte de este relato paralelo, el gran testimonio de Cristóbal Pera, el editor a quien le debemos este cuidadísimo libro—, el escritor, que no puede darle una lectura global a la novela, todavía tiene fuerza y talento para corregir adjetivos —¡los adjetivos en García Márquez!—, cambiar palabras, ver la línea pequeña. Ese nadar de orfebre en un mismo sitio, ese pulido del detalle sin horizonte ni brújula, conmueve (advertencia: los facsímiles de las correcciones a mano, en la parte final del libro, pueden hacerte derramar una lágrima) y permite entender el gran cuidado de la prosa de esta novela.

“No sirve”, dijo Gabo al mirar el manuscrito. Pero sabemos que lo dijo alguien que ya no era él.

En un momento, en la novela se dice sobre la protagonista: “le hicieron falta varios días para tomar conciencia de que los cambios no eran del mundo sino de ella misma”. Es un guiño hermoso a Ana Karenina de Tolstói, y a la novela moderna en general: las cosas pasan en la mente, no tanto en la realidad. Una frase que hace juego con otra dicha años atrás por el autor: “La vida no es la que uno vivió sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Y que se complementa tristemente con otra, al final, con un García Márquez que se sabe vencido a pesar de todo su ímpetu. “La memoria es a la vez mi materia prima y mi herramienta. Sin ella, no hay nada”.

En tiempos de historias medidas, calculadas y controladas por algoritmos, la lectura de En agosto nos vemos de García Márquez nos recuerda que la literatura tiene valor justamente porque es esa artesanía que dejará siempre costuras sueltas, irregularidades, contradicciones. Como el libro “intonso” que ve Ana Magdalena (y Gabo nos lleva al diccionario): aquel con encuadernación de pliegos doblados, sin cortar todavía.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 677 año 14, del 15/03/2024

https://www.hildebrandtensustrece.com/

Perú: Percepción de la corrupción

Humberto Campodónico

"¿Hasta dónde puede llegar el contragolpe de la corrupción (que sucede hoy en Perú)? Se está destruyendo el andamiaje legal e institucional que garantiza los derechos y la convivencia en democracia”.

En su última edición, la revista inglesa The Economist trae un largo reportaje sobre la corrupción en América Latina, tomando cifras elaboradas por Transparencia Internacional (TI). Las noticias no son nada halagüeñas para el Perú, pues en el 2023 estamos en el puesto 121 de 180 países analizados. En solo un año, hemos bajado 20 puestos en el ranking, pues en el 2022 estábamos en el 101. Y si vamos un poco más lejos, encontramos que en el 2012 estábamos en el puesto 83; o sea, la caída es de 38 puestos, nada menos.

Comparados con nuestra vecindad, en el 2023 estamos mejor que Guatemala y Venezuela, que están en los puestos 154 y 177, respectivamente. Pero por delante del Perú están Colombia (87), Argentina (98), Brasil (104, cayó 10 puestos) y Ecuador (115). Uruguay es el mejor rankeado (puesto 16), seguido de Chile (29).

He dejado para el final la data sobre El Salvador, pues aparece en el puesto 126, por debajo de Perú. Se podría pensar que, bajo Bukele, la corrupción habría descendido pues se tiende a asociarla con la delincuencia, que eso son las “maras salvatruchas”, la mayoría actualmente en prisión.

La cuestión es que el índice de TI mide la percepción de la corrupción solo en el sector público, a través de encuestas dirigidas, esencialmente, a empresarios y “expertos”. En su elaboración se toma en cuenta data del Banco Mundial, el Foro Económico Mundial (Davos) y consultoras independientes. Se pregunta sobre las coimas y la apropiación indebida de fondos públicos. Y también si hay una persecución efectiva de los acusados, en marcos legales adecuados, donde haya protección a los denunciantes y a la prensa.

Eso está bien. Nos dice qué piensa el sector empresarial acerca de la corrupción en el sector público. Pero es también importante saber qué es lo que piensa la población acerca de esos mismos temas.

El monitoreo de la gobernanza

Como sabemos, las ENAHO, realizadas anualmente a más de 35.000 hogares, “normalmente” preguntan sobre las condiciones de vida y pobreza de la población para generar indicadores que permitan conocer la realidad económica o social de los hogares del Perú. También se hacen preguntas sobre los programas sociales de alimentos y los programas de transferencias monetarias (como Juntos y Pensión 65). De allí salen los indicadores de pobreza.

Pero desde el 2001, cuando comenzaba la transición a la democracia, el INEI decidió incorporar a las ENAHO módulos de Gobernanza y Democracia, que incluyen preguntas sobre corrupción, falta de empleos, calidad de los servicios educativos, entre otros.

En estas encuestas encontramos las respuestas de la población peruana, por sectores, por niveles de ingresos, sexo y edades. Las respuestas son directas, a diferencia de las encuestas de percepción de TI. Incluyen, además, no solo la percepción de la corrupción en el sector público, sino de la corrupción en todos sus niveles.

Dice Javier Herrera: “Hay que distinguir entre la gran corrupción que afecta a la clase política (en particular el escándalo Odebrecht que estalló durante este período) y la pequeña corrupción que tiene un impacto directo en los hogares”. Y agrega: “Si bien la gran corrupción había sido objeto de mucha atención, con el enjuiciamiento y encarcelamiento de muchas figuras políticas del régimen anterior, hasta ahora se había pasado por alto relativamente la corrupción menor.

No se ha puesto en marcha ningún mecanismo serio para hacer frente a la pequeña corrupción. Es esta forma de corrupción la que afecta a la población a diario, ya que las personas solo pueden acceder a los servicios públicos si ofrecen “regalos” y otros sobornos a funcionarios de nivel inferior o medio poco delicados, de los que son víctimas” (1).

Como conclusión de la “encuesta directa”, la percepción de la corrupción y la del crimen aparecen como los mayores problemas del país, por encima de aquellos que “normalmente” son los más importantes: empleo, pobreza, inflación. Da para un análisis de fondo, sobre todo si tomamos en cuenta que son 35.000 los hogares encuestados, 20 veces más que los considerados en las encuestas habituales.

Más allá de la forma con que se mida la corrupción, queda claro que, junto con la inseguridad, constituyen los problemas mayores. Y coinciden de manera directa con la caracterización de “país fracturado”, con tres economías: la formal, la informal y la delictiva. Es esta última la que causa mayor preocupación a la población. Ciertamente, la corrupción mayor está asociada al sector formal, de cuello blanco. Pero también afecta a la mayoría de la población.

El dilema de América Latina

Volviendo al principio. El fondo de la cuestión, dice The Economist (ya no TI), es que los avances en la lucha contra la corrupción de mediados de la década pasada están atravesando un “volteretazo”. Y da como ejemplo los casos de Brasil, Perú, Honduras, México y Guatemala, entre otros.

En Brasil, las investigaciones sobre Lava Jato y Odebrecht se han cambiado por su contrario. Hace poco el juez supremo José Dias Toffoli suspendió el pago de una multa a la empresa J&F —que ya había aceptado haber coimeado a funcionarios— diciendo que “había dudas razonables de que esos acuerdos hubieran sido firmados voluntariamente”.

Y añadió: “Los jueces que administran esas causas podrían haberse coludido con los fiscales”. En el Perú, en el Congreso “se va a votar si se remueve a los miembros de la Junta Nacional de Justicia, que designa a los fiscales y jueces, a pesar de que numerosos legisladores están actualmente siendo investigados por corrupción”.

¿Hasta dónde puede llegar el contragolpe de la corrupción?  Se está destruyendo el andamiaje legal e institucional que garantiza los derechos de la sociedad y la convivencia en democracia. Y esto se hace con un Congreso y un Poder Ejecutivo que buscan la sobrevivencia, con tan solo aprobaciones del 8% al 10%.  Agreguemos, no solo la sobrevivencia, sino la impunidad y la posibilidad de continuar con sus “privilegios”. Para ello, tienen en mente controlar el JNE y la ONPE para “evitar” candidaturas que les sean “inapetentes” y quedarse en el poder (lo que no es gobernar) más allá del 2026.

El antiguo régimen de los 90 no ha aprendido nada ni olvidado nada. Dice The Economist: “Han estado ganando batallas”. Pero deben tener cuidado. En una encuesta nacional publicada el 3 de marzo, una pluralidad de brasileños dijo que Lava Jato fue cerrada debido a intereses políticos. El 74% de los encuestados cree que las recientes decisiones de la Corte Suprema “fomentan la corrupción” (ídem).

Lo mismo sucede aquí, donde seguimos cayendo en la percepción de la corrupción, tanto en la encuesta de TI como en la de la ENAHO. Lo que falta es pasar de la percepción a la acción, antes que sea muy tarde.

Referencias

1) Javier Herrera (et al), Midiendo la gobernanza, la democracia y la participación: Lecciones de dos décadas de experiencia en el Perú, 2022

https://larepublica.pe/opinion/2024/03/15/percepcion-de-la-corrupcion-por-humberto-campodonico-921855