Este domingo 4 de mayo Bolivia enfrentará uno de los momentos más difíciles y dramáticos de su historia reciente. Santa Cruz, región gobernada por la derecha, llevará a cabo un referéndum autonómico que pone a ese país al borde de una guerra civil. Por eso es importante mirarse en lo que podríamos llamar el espejo boliviano. Lo que hoy sucede en Bolivia es fruto, junto con los errores del gobierno y de la oposición, de fracturas que tienen décadas, por no decir siglos, y que hoy chocan como si fueran verdaderas placas tectónicas.
Y es que los comicios del 2006 en el Perú fueron, al igual que en Bolivia el 2002, unas elecciones en las cuales la fractura (política, social, económica, cultural, étnica y regional) se expresó en toda su magnitud. En Bolivia esa fractura llevó a la caída primero del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada en octubre del 2003, luego a la renuncia del también presidente Carlos Mesa en junio del 2005 y, finalmente, al triunfo indiscutible de Evo Morales en las elecciones presidenciales de diciembre de ese mismo año y sigue alimentando los enfrentamientos en ese país.
Hoy esa fractura en el Perú tiene como una de sus expresiones, además de las protestas, este permanente divorcio, como reflejan las encuestas, entre el presidente García y la opinión pública. Basta leer los últimos sondeos de las universidades Católica y de Lima sobre la situación laboral, como también el de Apoyo, para constatar el malestar profundo que existe ya no sólo en provincias sino también en Lima, bastión conservador y plaza electoral que le permitió triunfar a García en la segunda vuelta hace casi dos años.
Ninguna fractura en política es de por sí irreversible. Es la fuerza de los opositores y los "errores", por no decir la miopía, de los gobernantes y de las élites los que la vuelven irreversible. En el Perú, luego del susto e histeria que provocó Ollanta Humala el 2006, las élites atisbaron esta fractura. Las Conferencias Anuales de Empresarios (CADE) comenzaron a hablar en un nuevo lenguaje. Palabras como inclusión y construir un "nosotros" se pusieron de moda.
Sin embargo, ese talante reformista fue fugaz. La rápida e irreversible derechización de Alan García terminó con los ánimos reformistas de las élites. Los empresarios optaron más por preservar sus privilegios que por construir, como ellos mismos decían, un "nosotros"; es decir, más por defender sus ganancias que por distribuir la riqueza que el trabajo de todos crea (la negativa al impuesto a la sobreganancia minera es el más claro ejemplo). Y, conforme pasó el tiempo, aquellos que votaron con la nariz tapada se convirtieron en los verdaderos seguidores de este nuevo caudillo de la derecha: Alan García. Por eso la fractura que mostró el 2006, en lugar de soldarse, se mantiene. Está ahí, se profundiza y se agranda. Más allá de que el crecimiento económico sea del 8% al año o, justamente, por ese motivo.
Hoy el gobierno ha optado por aumentar los privilegios empresariales; apoyar a los fujimoristas; perseguir a las ONG como lo demuestra el caso de Aprodeh y la exclusión de la Coordinadora de DDHH del Consejo Nacional de DDHH con argumentos absurdos como los que acaba de expresar la ministra de Justicia, controlar algunos medios y reprimir a la oposición.
Por eso no es extraño que el presidente establezca como vínculo principal con la oposición el insulto (holgazanes, comechados, perros del hortelano, traidores a la patria, imbéciles, incluyo las patadas) y los psicosociales, como hoy sucede con la campaña contra los organismos de DDHH. El congresista fujimorista Rolando Sousa ha dicho que el MRTA logró recolectar 500 millones de dólares producto de los secuestros y que esos millones estarían ingresando a las ONG. Una gran mentira, por no decir una gran tontería.
Se trata primero de descalificar, para luego derrotar, por no decir aplastar, al adversario. En este caso a los opositores y, en especial, a Ollanta Humala. No es ningún secreto que el gobierno viene mostrando en diversas reuniones privadas su preocupación por un posible triunfo humalista el 2011.
Por eso es también un error creer que quien encabeza esta última ofensiva reaccionaria y macartista es el fujimorismo y la llamada derecha. Son el propio García, este gobierno y los militares los auténticos jefes de esta ofensiva y quienes permiten que el fujimorismo, la derecha y los diarios Correo, Expreso y La Razón se conviertan en sus principales voceros. Son ellos los que han decidido levantar el fantasma del MRTA para reprimir la protesta, liquidar a los opositores e impedir, en forma autoritaria, que se manifiesten las fracturas que se viven en el país. Pero, al igual que en Bolivia, las fracturas están ahí, se mueven y crecen, siempre listas para expresarse, como sucederá el 2011 pero, seguramente, con más fuerza. A eso nos encaminamos.
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