Guillermo Giacosa
En 1989, el entonces presidente venezolano Carlos Andrés Pé-rez, luego de acusar al FMI de practicar "un totalitarismo económico que no mata con balas sino con hambre", declaró el estado de emergencia y envió unidades de infantería y de marina a los "barrios de ranchos" situados en las colinas de Caracas. El número de muertes producidas se calcula más o menos en mil, entre las que no faltaron las de mujeres y niños.
El detonante de las protestas fue el aumento del precio del pan y el dato lúgubremente folclórico era una información que anunciaba que los "féretros estaban agotándose".
Antes, en 1984, en Túnez hubo motines por el mismo motivo que en Caracas: el aumento del precio del pan. Podríamos llenar con más datos esta columna pero la intención es usarlos solo como introducción, pues el aumento del precio de los alimentos ha desatado ya una ola de furia en varios países y los costos sociales y políticos de esta situación suelen ser muy graves, por distintas razones, para gobernantes y gobernados.
Ya ha habido manifestaciones significativas en Haití, Egipto, Camerún, Filipinas, Burkina Faso, Costa de Marfil, Mauritania y Senegal. Las palabras de un manifestante senegalés dichas a Reuters lo resumen todo: "Nos manifestamos porque tenemos hambre. Necesitamos comer, necesitamos trabajar, tenemos hambre. Eso es todo. Tenemos hambre".
¡Qué simple! "Necesitamos co-mer. Eso es todo. Tenemos hambre". Pero detrás de esa simpleza hay una bomba de enorme poder capaz de alterar la ficticia "paz social" con la que nos arropa la prensa, de un modo que pocos terroristas lo lograrían.
El secretario general de Naciones Unidas afirmó que estamos asistiendo al "fantasma de una hambruna generalizada, de malnutrición y de descontento social a una escala sin precedentes". Por su parte, el Programa Mundial de Alimentos calificó esta crisis alimentaria como la peor en 45 años, y la describió como un "tsunami silencioso" que sumirá en el hambre a otros 100 millones de personas.
La periodista y escritora estadounidense Amy Goodman afirma que "detrás del hambre, detrás de los disturbios, se encuentran los llamados acuerdos de libre comercio y los brutales acuerdos de préstamos de emergencia impuestos a los países pobres por las instituciones financieras como el FMI. Los disturbios por el alza de los precios de los alimentos en Haití han dejado seis muertos y cientos de heridos, y condujeron a la destitución del primer ministro. El reverendo Jesse Jackson acaba de regresar de Haití y ha escrito que 'el hambre está en marcha aquí. La basura es cuidadosamente revisada en busca de cualquier resto de comida que pudiera haber. Los bebés lloran con frustración, intentando conseguir leche de una madre demasiado anémica para producirla'. Jackson pide la condonación de la deuda para que Haití pueda dedicar a escuelas, infraestructura y agricultura los 70 millones de dólares que paga cada año en concepto de intereses al Banco Mundial y otras entidades".
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