Ronald Gamarra
Cada vez que ocurre un atentado terrorista, los adversarios impenitentes del movimiento de derechos humanos –con frecuencia ellos mismos, a su vez, autores o cómplices de violadores de DDHH– intentan llevar agua para su molino desafiándonos con la cantaleta de que “los organismos de DDHH no se pronuncian y no condenan los atentados”, con lo cual pretenden presentar la defensa de los DDHH como un acto de complicidad con el terrorismo.
No importa que nuestro rechazo al terrorismo sea de siempre: nuestros adversarios, contra toda evidencia, tercamente afirmarán lo contrario. Pero ocurre que la defensa de los DDHH solo exige erradicar la tortura, la desaparición forzada, la ejecución extrajudicial. ¿Es que nuestros inefables críticos quieren autorizar estas atrocidades? A juzgar por su forma de expresarse y sus antecedentes de complicidad con los autores de actos brutales, pues parecería que sí.
Y tampoco faltan los “expertos en temas militares” cuya ciencia se reduce a señalar el respeto a los DDHH como el obstáculo insalvable para la lucha antiterrorista. ¿Son acaso militares de un Estado democrático quienes reclaman que no pueden combatir si no se les asegura inmunidad para no ser investigados en el caso que cometan actos que la humanidad ha sancionado como atroces? ¿Es que no hay modo de combatir al terrorismo sin incurrir, repito y recalco, en atrocidades como la tortura, la desaparición forzada o la ejecución extrajudicial?
Por supuesto que sí es posible, y lo demostraron exitosamente quienes capturaron limpiamente a la cúpula de SL, desarticulando en lo fundamental a esta organización. Pero en lugar de seguir los buenos y exitosos modelos, hay quienes prefieren reivindicar al fracasado destacamento Colina, cuya brutalidad, protegida y alentada por Fujimori y Montesinos, no sirvió de nada en la lucha antiterrorista.
Pero nuestros críticos no se detienen, y en su delirio calumniador incluso han llegado a decir que la sentencia ejemplarmente pronunciada contra Alberto Fujimori por los crímenes de Barrios Altos y La Cantuta, cometidos con la complicidad de Vladimiro Montesinos y Nicolás Hermoza Ríos, es un “triunfo del terrorismo”. Como si la secta narcoterrorista perdida en las montañas de Vizcatán gobernara el país y tuviera en sus manos al MP y al PJ. Pero no debe sorprendernos lo estrafalario de estas calumnias porque son la aplicación –nada ingeniosa, por cierto– de la máxima atribuida al nazi Joseph Goebbels: miente, miente, que algo queda.
Ocurre, sin embargo, que, contra lo que ellos esperan, quienes realmente nos conocen, no les creen en absoluto. La credibilidad de los organismos de DDHH es la más alta que cabe tener allí donde tenemos la oportunidad de ser escuchados y observados: entre las organizaciones ciudadanas de base, entre las organizaciones populares, en los medios intelectuales más importantes del país, entre la representación diplomática de los países acreditados en el Perú, en el seno de los foros internacionales. Por el contrario, en todos estos ámbitos, nuestros adversarios cada día están más desprestigiados y su palabra, como corresponde a quienes mienten y calumnian, está totalmente desacreditada.
FUENTE:
http://www.larepublica.pe/causa-justa/17/04/2009/cantaleta-sin-credito
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