César Lévano
En la Cumbre de las Américas ha ocurrido lo previsto. Cuba ha estado en el centro de las preocupaciones y el presidente Barack Obama en el de la atención.
Lula da Silva, presidente de Brasil, puso la nota cuando declaró que el esfuerzo de América por unirse “será siempre incompleto mientras persista la anómala exclusión de uno de los países del continente”.
Cristina Kirchner, presidenta de Argentina, fue igualmente tajante: subrayó que todos los países latinoamericanos desean que terminen el aislamiento de Cuba y el embargo que la afecta.
El presidente de Ecuador, Rafael Correa, ubicó lo que puede ser el logro de la cita: “el mayor beneficio que ha tenido esta cumbre es ese diálogo abierto, franco, amigable entre los diferentes países y gobiernos, y particularmente conocer al nuevo presidente de Estados Unidos y la nueva actitud de su gobierno hacia América Latina”.
Está claro, en efecto, que Obama ha anunciado una política distinta a la de George W. Bush respecto a América Latina, en particular a Cuba. No se trata de una ruptura dramática; pero sí de un alivio de presiones y tensiones. Ya antes de la reunión, la Casa Blanca había adoptado medidas conciliadoras, respecto a la visita a la isla de cubanos residentes en Estados Unidos y al envío de remesas de dinero.
Antes de la Cumbre, Raúl Castro, presidente de Cuba, había declarado que su gobierno está dispuesto a dialogar con el de Washington sobre todos los temas: libertad de expresión, prisioneros políticos, derechos humanos, pero sobre la base de igualdad y respeto a la soberanía cubana.
Ya en la Cumbre, Obama parece haber hecho eco a esas expresiones, al decir: “creo que podemos llevar la relación entre Estados Unidos y Cuba en una nueva dirección”. Aludió a los temas precisados por Castro.
El apoyo a Cuba por los go-bernantes latinoamericanos ha sido unánime, tan unánime que hasta el presidente Alan García se adhirió.
La Cumbre escuchó más de una voz disonante. Por ejemplo, la de Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, quien inició su intervención diciendo que se sentía incómodo en ese ámbito, debido a dos ausencias: la de Cuba y la de Puerto Rico.
Este último país, la patria de Pedro Albizu Campos, el héroe y mártir de la independencia puertorriqueña, no suele ser mencionado en los cónclaves de la diplomacia, ni en las crónicas de los periodistas. Puerto Rico, la patria que aún nos duele.
Otras voces discreparon sobre el papel que el borrador de la Declaración de Principios asignaba al Fondo Monetario Internacional para enfrentar la crisis global. Lula fustigó: “el sistema financiero actual se basa en un pensamiento conservador que fue incapaz de prever y prevenir los efectos de recientes aventuras del capital financiero”.
Nuestra América lo sabe y lo sufre.
Lula da Silva, presidente de Brasil, puso la nota cuando declaró que el esfuerzo de América por unirse “será siempre incompleto mientras persista la anómala exclusión de uno de los países del continente”.
Cristina Kirchner, presidenta de Argentina, fue igualmente tajante: subrayó que todos los países latinoamericanos desean que terminen el aislamiento de Cuba y el embargo que la afecta.
El presidente de Ecuador, Rafael Correa, ubicó lo que puede ser el logro de la cita: “el mayor beneficio que ha tenido esta cumbre es ese diálogo abierto, franco, amigable entre los diferentes países y gobiernos, y particularmente conocer al nuevo presidente de Estados Unidos y la nueva actitud de su gobierno hacia América Latina”.
Está claro, en efecto, que Obama ha anunciado una política distinta a la de George W. Bush respecto a América Latina, en particular a Cuba. No se trata de una ruptura dramática; pero sí de un alivio de presiones y tensiones. Ya antes de la reunión, la Casa Blanca había adoptado medidas conciliadoras, respecto a la visita a la isla de cubanos residentes en Estados Unidos y al envío de remesas de dinero.
Antes de la Cumbre, Raúl Castro, presidente de Cuba, había declarado que su gobierno está dispuesto a dialogar con el de Washington sobre todos los temas: libertad de expresión, prisioneros políticos, derechos humanos, pero sobre la base de igualdad y respeto a la soberanía cubana.
Ya en la Cumbre, Obama parece haber hecho eco a esas expresiones, al decir: “creo que podemos llevar la relación entre Estados Unidos y Cuba en una nueva dirección”. Aludió a los temas precisados por Castro.
El apoyo a Cuba por los go-bernantes latinoamericanos ha sido unánime, tan unánime que hasta el presidente Alan García se adhirió.
La Cumbre escuchó más de una voz disonante. Por ejemplo, la de Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, quien inició su intervención diciendo que se sentía incómodo en ese ámbito, debido a dos ausencias: la de Cuba y la de Puerto Rico.
Este último país, la patria de Pedro Albizu Campos, el héroe y mártir de la independencia puertorriqueña, no suele ser mencionado en los cónclaves de la diplomacia, ni en las crónicas de los periodistas. Puerto Rico, la patria que aún nos duele.
Otras voces discreparon sobre el papel que el borrador de la Declaración de Principios asignaba al Fondo Monetario Internacional para enfrentar la crisis global. Lula fustigó: “el sistema financiero actual se basa en un pensamiento conservador que fue incapaz de prever y prevenir los efectos de recientes aventuras del capital financiero”.
Nuestra América lo sabe y lo sufre.
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