25 de abril de 2018

“En los 70 entramos asustadas a disputar espacios con los hombres, ahora las que asustan son ustedes”

Maruja Barrig  (Entrevista Gabriela Wiener)

Recuerdo cuando todavía no me llamaba a mí misma feminista. Cuando oía de ellas que eran unas aguafiestas, señoras anticuadas, radicales, sin humor, y por eso no me quería sumar al movimiento. Ahora sé que es posible que llegara a pensar eso porque no conocía todavía a Maruja Barrig, investigadora en género e identidades y activista feminista, autora del ya mítico libro Cinturón de castidad. La mujer de clase media en el Perú (1979). Hace unos días, durante un panel feminista autogestionado, celebrado en el MAC de Barranco y transmitido en directo por Lamula.pe, Barrig fue un aire fresco que llegaba desde la generación anterior de feministas peruanas, alguien a quien los treinta años de lucha a cuestas no le han hecho perder ni un ápice de mordacidad y delirio. “No entiendo dónde has podido escuchar que éramos anticuadas y sin humor” –me increpa–. Mi recuerdo de nosotras es que era todo lo contrario, si hasta teníamos el afiche ese de Todo lo que me gusta es ilegal, inmoral o engorda”.

En aquella mesa de feministas te viste rodeada de un montón de chibolas y hasta hiciste chistes acerca de que venías ¿del jurásico del feminismo?

Para nosotros fue emocionante verte ahí diciendo que las feministas somos brujas que vuelan, que viven en los bosques, ¡que tiran con el diablo! ¿Sientes de verdad un quiebre generacional tan fuerte?

Parece que lo que más les divirtió fue ese asunto de fornicar con el diablo, ¿no?  Las feministas italianas tenían un lema para sus marchas en los 70: “Tiemblen, tiemblen. Las brujas han regresado”. Y es que en el imaginario las brujas son desafiantes al orden establecido, viven solas, disputan el poder con los “doctores” a partir de sus conocimientos de las hierbas medicinales, vuelan con total libertad y fornican con el diablo. ¡Eran perfectas! Pero claro, tenían que afearlas, viejas desgreñadas, de nariz ganchuda y con verrugas en la piel, esas son las brujas de los cuentos infantiles: malísimas. Hasta se comían a los niños. Pero claro, nadie dice nada de los padres de Hansel y Gretel que fueron quienes los habían abandonado en el bosque. Así que no siento un quiebre tan grande; ustedes, las jóvenes feministas, siguen siendo unas brujas tan o más retadoras que nosotras.

Ese día hablaste de que el feminismo disputa el poder. Temo que eso se lleve a equívocos, porque uno de los ataques machistas más comunes es decirnos que lo que queremos es suplantar al hombre y oprimirlo a él. ¿De qué manera disputan el poder las feministas?

Los que dicen que queremos suplantar al hombre no entienden nada. Cuando hablé sobre el poder como un campo de conflicto es porque las mujeres estamos subordinadas a normas, costumbres, estereotipos y etc. Somos consideradas inferiores y necesitadas de tutela. Y si queremos liberarnos de eso, disputamos un poder que nos es esquivo y que quien lo tiene, así nomás no lo va a soltar. Por eso, ante cada paso adelante, te cae un “Diálogo de fe” que te dice respondona o que si te violan es porque te pones como en un escaparate o que “tú no sabes, yo sí sé, déjame que te explique”. Esta no es una reacción conservadora encerrada en la cabina de una radio o en Facebook o en el Congreso, es un movimiento global que le da un “estate quieto” a las mujeres porque exigimos un mínimo de respeto y un máximo de control sobre nuestros cuerpos.

Tu libro Cinturón de castidad se sigue leyendo y reeditando...

Cuando salió tuvo mucho impacto mediático y creo que también en la vida de las personas que lo leyeron, mujeres principalmente. Esta cuarta edición de Cinturón, que publicó el IEP el año pasado, incluye una suerte de notas al margen a mí misma, casi 40 años después, y un capítulo actualizado sobre la clase media. Eso porque hace un par de años decidí estudiar un doctorado en Sociología y mi propuesta de tesis fue sobre la clase media; no terminé el doctorado pero seguí escribiendo y eso fue lo que se publicó. Me entretuve mucho escribiendo ese capítulo. Creo que se puede hacer una analogía con lo que pasa con las mujeres: se expande la clase media y la elite limeña acrecienta su desprecio a estos recién llegados, y se amuralla en sus playas. Este sigue siendo un país que no avanza, peor, ¡retrocede!

¿Ya nos hemos quitado el cinturón de castidad las mujeres?

Ese cinturón al que aludía el título era a una rémora. No entendía cómo las mujeres de la clase media ilustrada que entrábamos a la universidad y teníamos la opción de trabajar y hacernos de una vida menos restrictiva seguíamos dándole un peso tan grande a construir devotamente una familia, a nuestra costa. Ahora las jóvenes clasemedieras apuestan por el logro profesional, retrasan casarse o no se casan, no tienen hijos o los programan para cuando quieran; así que imagino que sí, que ese cinturón del título del libro ya no les aprieta.

Pero…

Pero están pagando un precio alto por su autonomía, tanto como el que pagamos nosotras o quizá diverso. Porque sí, en los 70, nosotras, un poco asustadas, entramos a disputar espacios con los hombres, ahora las que asustan son ustedes. Y por eso esta reacción violenta, inusitada, verbal y física contra las habilidades y la libertad de las mujeres. Ahora, déjame decirte que cuando tú hablas de las mujeres –y yo también– estamos hablando de un grupo específico de mujeres de clase media y no de las mujeres. Y eso que puede parecerte obvio, no es tal, si me dejas hacerle un guiño desde mi almita de feminista socialista. Nos queda un largo camino.

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