22 de junio de 2018

Gentuza

Pedro Salinas

Al momento de escribir estas líneas, Walter Jibaja, un impresentable de la vieja guardia fujimorista, de los que le hacía sus recados a Vladimiro Montesinos, y que fue comprendido en una comisión investigadora como “partícipe del desvío de fondos desde el SIN hacia las regiones militares para la compra de las líneas editoriales informativas de los medios de comunicación en apoyo a la campaña de reelección de Alberto Fujimori”, seguía como jefe de seguridad y prevención del Congreso.

Luego del ampay de dominio público que le hiciera con pelos y señales el periodista Daniel Yovera en Cuarto Poder, debió ser eyectado en el acto. Pero Luis Galarreta lo mantuvo. Luego de descubiertos sus ataques y troleadas a políticos de oposición y periodistas independientes, debió ser expulsado en una. Pero el presidente del Parlamento miró al techo. Luego de las amenazas de muerte a Rosa María Palacios, se le debió meter una patada en el poto y enviarlo a su casa. Pero el chaquetero Galarreta se hizo el sueco. Porque estamos en el Perú, ya saben.

Nadie le pide a Jibaja que no tenga opinión propia, que odie, que se comporte como un bravucón o que deje de decir estupideces. A lo que no tiene derecho es a hostigar a parlamentarios y periodistas desde su posición de jefe de seguridad y prevención del Poder Legislativo. Tampoco puede pretender hacer campañas profujimoristas y negacionistas desde la función que cumple. Porque son cuestiones incompatibles. Hay un conflictazo de interés, o sea. Por si no han caído en la cuenta, digo. Y para decirlo con todas sus letras, aunque Galarreta encoja los hombros con cara de “aquí no pasa nada”.

Encima nos enteramos por el mismo Jibaja que contrató a simpatizantes del fujimorismo como personal de seguridad del Congreso. Y claro. Solamente alguien de talante similar ha sido capaz de defender al indefendible. Me refiero, evidentemente, al inefable Héctor Becerril. “Tiene las credenciales para ser el jefe de la seguridad”, dijo el felpudo de Keiko.

Y es que, según fuentes de Fuerza Popular consultadas por este diario, Jibaja depende directamente de Keiko Fujimori. Y antes, en los tiempos de la autocracia, despachaba con Montesinos y coordinaba con Montesinos. Más todavía. De acuerdo a un informe de Ángel Páez, Jibaja se preparó, en 1998, en la Escuela de Operaciones Psicológicas con el propósito de especializarse en arremeter contra la prensa libre. E injuriarla. Su chamba consistía en identificar a los “buenos” (los oficialistas) y a los “malos” (los críticos), para luego fidelizar a los primeros y golpear y silenciar y difamar a los segundos. Esa era su labor durante el régimen de Alberto Fujimori. Figúrense.

Hoy por hoy, su trabajo no dista mucho del que tenía antaño, la verdad. Páez lo explicó bastante bien el pasado miércoles en este papel. “Para consumar la guerra psicológica contra la prensa independiente, además de acciones políticas, se despliegan operaciones encubiertas, como el desprestigio de los opositores y de los periodistas por las redes sociales (…) Por eso fue elegido Jibaja por Fuerza Popular para encargarse de la jefatura de Seguridad del Congreso. No precisamente por sus cualidades en la materia sino por su experiencia en operaciones psicológicas y su íntima relación con Montesinos y el SIN”.

En estos nuevos tiempos, Jibaja ha adquirido una nueva habilidad. La de agredir particularmente a periodistas mujeres. Como a Pamela Vértiz. A Claudia Cisneros. A María Luisa del Río. A Sol Carreño. A Anuska Buenaluque. Y a Rosa María Palacios. A esta última incluso le dedicó este tuit: “Ojalá madre naturaleza haga su trabajo y extinga a este tipo de periodista”. ¿Pueden creerlo?

Nada ha cambiado en el fujimorismo, es decir. Una vez más exhiben su verdadera faz autoritaria, quitándose la careta democrática, dejando de lado la pantomima. Porque eso son en esencia. Gentuza. Matones seriales. Morralla acostumbrada a las bravatas y gestos destemplados, y a rodearse únicamente de cacógrafos adictos.

¿Sacarán a Jibaja? Puede que sí. Puede que no. Lo que es verdaderamente inquietante, me van a disculpar, es la pérdida de reflejos democráticos de los peruanos, que nos estamos acostumbrando al abuso, a quedarnos adormecidos ante estos atropellos que evocan la putrefacción de los noventa, cuando el fujimorismo envenenó al Perú.

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