24 de septiembre de 2018

Si el Diablo no Mete la Cola

Gustavo Gorriti

Si bien, como está claro, la oratoria no es el punto fuerte del presidente Vizcarra, su discurso bastó para cambiar de un momento a otro el escenario político. Es que hay casos en los que la actitud logra su propia elocuencia más allá del alcance de las palabras.

No es lo ideal, pero bastó. Fue suficiente para galvanizar al Congreso a aprobar en menos de 48 horas la reforma del CNM (que pasará a llamarse la Junta Nacional de Justicia, por la típica tendencia latinoamericana de suponer que el cambio de nombre cambia la realidad), mientras un nuevo factor, el fantasma del desempleo, se hace súbitamente prioritario en la toma de decisiones de un gran número de congresistas.

En los días siguientes, bajo la sombra de la cuestión de confianza, se continuará debatiendo las reformas legales planteadas por el Ejecutivo, mientras continúa lo realmente importante: el cambio del balance de fuerzas en la política nacional, con un presidente antes débil, que se fortalece al hacer suya la indignación ciudadana frente a instituciones carcomidas por la corrupción y gobierna desde su minoría formal con una clarísima mayoría popular, dentro de los mecanismos de la legalidad democrática.

¿Cómo se llegó a este punto? Digamos que en forma accidentada.

En 2016 el destino colocó a Vizcarra como vicepresidente de un presidente, Pedro Pablo Kuczynski, que invirtió su considerable inteligencia, educación y experiencia (sin contar la oportunidad histórica que supuso su victoria electoral) en un ejercicio continuo del error, engaño, autoengaño, disparate y autosabotaje. Cuando el fujimorismo planteó su primer acto de calculada arbitrariedad: la censura del mejor ministro de su gabinete: Jaime Saavedra, de Educación; Kuczynski pudo haber hecho lo que acaba de hacer Vizcarra: plantear una cuestión de confianza y tener lista la siguiente. Pero, como sabemos, reculó, capituló y entregó la cabeza de Saavedra en la misma bandeja en la que poco más de un año después iba a depositar la suya.

Como presidente, PPK se ganó sin disputa el apodo de Tribilín, con el añadido de duplicidades propias.

Cuando, después de sucesivos contrastes y humillaciones los fujimoristas decidieron destituirlo, PPK apeló a una desesperada táctica de supervivencia que supuso engañar a todo el mundo y pactar con una parte del fujimorismo (con el indulto a Alberto Fujimori), ganándose con ello una todavía mayor animosidad de Keiko Fujimori, que se recuperó del revés táctico que le infligió su hermano Kenji y lo descalabró luego con la emboscada Mamani.

Simultáneamente se preparó la segunda y definitiva operación de vacancia de PPK, mediante una extraña coalición en la que, junto con el keikismo, participó la izquierda y por lo menos el actual primer ministro César Villanueva. Es virtualmente seguro que ello ocurrió con conocimiento de Martín Vizcarra.

Así que cuando PPK renunció y Vizcarra juró la presidencia, Keiko Fujimori y su mototaxi tenían razones para pensar de que iban a contar con un presidente dócil y sometido. Se remplazaba en Palacio a Tribilín por Torombolo, con la diferencia de que este sabía quién lo había puesto, quién mandaba y quién lo podía sacar con igual o mayor facilidad que a su predecesor.

En los primeros días y semanas el nuevo gobierno dio, en efecto, la impresión de actuar con sumisa cautela frente al fujimorismo. Pero Vizcarra empezó a desarrollar un estilo de gobierno activo, directo, práctico, con viajes múltiples y la presencia en obras que por lo menos sugería un creciente vigor en la acción independiente.

Entonces estalló el caso Lava Juez. En pocos días la evidencia de corrupción sistémica en los niveles más altos del sistema de justicia peruano se hizo irrefutable. También fue irrefutable la relación de esos círculos de corrupción con el fujimorismo. No solamente con este, pero sí lo suficiente como para que una ciudadanía enormemente indignada –como no sucedía desde el año dos mil– lo percibiera. El descrédito del fujimorismo acompañó al del Congreso y todo el sistema de justicia.

La tradicional estrategia de encubrimiento e impunidad por parte de las fuerzas corruptas es –cuando se tiene el control de las instituciones– hacer la cosmética de seudo investigaciones mientras se fatiga la indignación de la gente, para luego ahogar el escándalo con adulteraciones de hechos, acusaciones falsas a sus investigadores, anulación de pruebas, reemplazo de unos impresentables por otros.

Después de todo, ya dominaban tantas instituciones vitales (todo el sistema de justicia, buena parte del electoral, gran parte del legislativo) que no se podían permitir perderlas.

Pero algo estaba pasando. En los días más intensos del escándalo del caso Lava Juez, el presidente Vizcarra invitó a dos conocidos y productivos periodistas, de amplia presencia, un hombre y una mujer, a visitarlo en Palacio.

En Palacio, Vizcarra les enseñó su más bien espartano alojamiento, el comedor diario, la rutina de su trabajo, antes de hablarles sobre los audios de Lava Juez. Estaba muy bien informado a esas alturas sobre el caso y les expresó estar profundamente indignado por la tormenta de corrupción. Iba a actuar, les dijo, con energía y pronto. Dijo también, palabras más o menos, que “puedo tener la cara, pero no lo soy … no busco la pelea, pero si tengo que enfrentarme lo hago resueltamente”.

Poco después, Vizcarra puso a Vicente Zeballos al frente del crucial ministerio de Justicia y pronunció el mensaje a la Nación del 28 de julio en el que hizo suya en forma inequívoca la lucha contra la corrupción. Ahí quedó también claro que de dócil o sumiso no tenía nada.

El paso siguiente ha sido el mensaje a la nación del domingo pasado. Vizcarra lleva ahora la iniciativa, con un respaldo popular que sin duda aumentará. El balance de fuerzas ha cambiado, es evidente, aunque el escenario se mantiene fluido.

¿Qué hechos y actores influirán en ese escenario? Pienso en dos, que apretarán los nudos y electrificarán los desenlaces. El caso Lava Juez seguirá avanzando, con un número creciente de colaboradores eficaces y demandas cada vez más intensas para cambios profundos y extraordinarios en el sistema de justicia. Y a la vez, el caso Lava Jato exportará desde Brasil confesiones y evidencias que irán cerrando, con relativa rapidez, caso tras caso. Hasta los más voluminosos.

En ese momento, la realidad responderá preguntas vitales: ¿Habrá avanzado lo necesario la reforma del sistema de justicia (mediante Lava Juez) como para que haya un sistema judicial lo suficientemente sólido para juzgar a los pesos pesados sin encubrimientos ni adulteraciones?

Si el diablo no mete la cola, podemos lograr un país mejor. Pero sugiero que se pongan los cinturones.

Es probable que haya turbulencia en la ruta, aunque las posibilidades de llegar a buen destino en el bicentenario son hoy mayores. 

*  Gustavo Gorriti. Director de IDL-Reporteros

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