24 de septiembre de 2024

Perú: El derecho de burlarse en paz

Juan Manuel Robles

Ha sido alucinante ver lo que pasó cuando a Javier Masías, periodista y popular animador en El Gran Chef de los Famosos —donde es una suerte de Simon Cowell peruano, por lo despiadado de sus veredictos—, se le ocurrió escribir un tuit justo después de la muerte de Alberto Fujimori. “Bailaré sobre tu tumba”, dijo. Luego aclaró que se trataba de la letra de una canción y que no se refería a nadie en particular, pero todos entendieron la alusión (que Masías tampoco movió un pelo por desmentir). Lo que siguió fue la furia de casi todo el establishment periodístico y televisivo condenando a Masías por inhumano. Incluso Magaly Medina, soberana de la televisión basura que estuvo en la cárcel por mentir, pidió que lo suspendieran del canal donde trabaja. Algo falla cuando alguien como Medina puede erigirse como Madre Superiora y modelo de conducta. Todo parecía la histeria de siempre hasta que la propia Latina lanzó un comunicado institucional en que rechazaba las palabras de su conductor, Masías, y expresaba sus condolencias a los Fujimori.

Habrá que agradecerle a Masías, porque lo que puso al descubierto es más grande que él. Ha quedado claro que en el Perú ya uno no se puede burlar de un criminal que muere en su casa, rodeado de los suyos y después de robar millones sin devolver un céntimo. Uno no puede lanzar un insulto contra un sujeto que se fugó del país y tuvo que ser capturado, extraditado y encarcelado y que, aun así, se las arregló para comandar a su estirpe en la destrucción lenta y efectiva de lo poco que habíamos ganado como nación respetable. Uno no puede soltar una ironía usando una canción para reírse un poco de toda la rabia que siente cuando muere un asesino que nunca se arrepintió.

Es curioso: “bailaré sobre tu tumba” es una frase metafórica. Es lo que hicimos, simbólicamente, un montón de personas decentes y sensibles el 11 de setiembre cuando nos enteramos de la muerte del delincuente indultado. Para eso sirve el sentido figurado: no es que uno vaya a pararse en la tumba de Fujimori a zapatear. Solo gente perturbada camina encima de cadáveres frescos jactándose. De hecho, fue el propio Fujimori quien pisoteó los cuerpos de los emerretistas abatidos luego del rescate de la residencia japonesa en 1997, y lo hizo ante cámaras, en un acto espantoso que lo pintó de cuerpo entero. Porque una cosa es sentirse satisfecho y hasta reírse por la muerte del enemigo o de quien no vale la pena (es lo que sentimos cuando murió Fujimori) y otra es caer en la barbarie.

No nos acusen de cosas que su líder sí cometió. No profanamos: nos reímos porque nos nace, y porque el suceso lo amerita.

Cuando murió Pinochet un montón de chilenos pudieron decir libremente qué bueno que murió este genocida culiao. Cuando murió Videla, un montón de argentinos pudieron reírse a viva voz de un torturador masivo que murió en la celda mientras cagaba. La televisión y la prensa acogieron las reacciones. Por supuesto, hubo quienes manifestaron la opinión respetable de que había que dejar a esos señores descansar en paz, y optaron por el silencio, pero nadie cuestionó el derecho de quienes sentían lo que sentían a desfogar la rabia, maldecir, burlarse.

Es algo no menor, digo, el derecho de bailar imaginariamente sobre la tumba de quienes nos hicieron daño.

Pues parece que en el Perú esa prerrogativa tiene amenaza de censura. Quien haga algo así en los medios hegemónicos recibirá un montón de presiones institucionales. Javier Masías es una figura que ha ganado importancia y fama y eso lo blinda: pero imaginen lo que le pasaría a un novato que trabaje en Latina y repudiara en público al dictador recién muerto. Por no hablar de la situación en otros canales.

Qué lejos quedaron esos tiempos en que el sentido común hacía condenar al prófugo —luego preso— Alberto Fujimori con desprecio franco. Lo normal era que un conductor de televisión con principios declarara su rechazo a Fujimori y a quienes lo reivindicaran. Y al hacerlo nadie iba a acusarlo de hablar con “odio”. Al contrario, deslindar de Fujimori, condenarlo, era una forma de mirar hacia delante. La tarea era reconstruir el país luego de que la mafia se lo levantara en peso.

Algunos han dicho que el comunicado de Latina se justifica porque el canal fue blanco del terrorismo: Sendero Luminoso le puso un coche bomba en 1992. Ajá: la narrativa estúpida según la cual todo aquel que fue víctima del terrorismo debe apoyar a Fujimori por una suerte de deuda (como decir que las víctimas del terrorismo de Estado y sus hornos deben sentir alguna afinidad con la subversión). Así no funciona. De hecho, lo que hoy es Latina fue Frecuencia Latina, y recibió el ataque no solo de Sendero. En 1997, Fujimori, que ya había acaparado el control de los poderes con Montesinos, inició una ofensiva legal que sacó al accionista principal de la televisora, Baruch Ivcher. El canal se volvió un muladar, la nueva administración botó a los mejores profesionales y colocó a bustos parlantes. Los Winter, accionistas que se prestaron al juego, decidieron la línea editorial en la salita del SIN. Lo peor de la propaganda desinformativa de Fujimori y Montesinos salió de allí: tremenda mancha en la historia de la estación que equivale a varios atentados.

Ivcher retomó el control del canal con la caída de Fujimori, y años después lo vendió a Enfoca, un fondo de inversión cuya única visión es ganar todo el dinero posible para vender cuando suba la marea. Es el tiempo que nos toca: el de la televisión privada sin broadcaster (en su lugar, tienen a Magaly Medina editorializando). Hombres de negocios que han demostrado que no quieren quedar mal con el poder. Mansos y sumisos, ¿defenderán la difusión de la memoria histórica sobre los crímenes del finado? Su comunicado contra Masías —que parece salido de la época de los Winter— me hace pensar que no.

Era lo que tantos habían advertido: el negacionismo de los crímenes de Fujimori era el comienzo de un plan largo: primero, la desaparición de las referencias a esos delitos atacando a los espacios de memoria; luego, la apología al delincuente, sutil y después descarada; y ahora, la condena y las presiones contra quien se atreva a mencionar el prontuario. Hay un último paso en este proceso oscuro: la coacción para rendirle pleitesía al “héroe”. Respetarlo a la fuerza. La presidenta —que en la campaña recordaba los crímenes de Fujimori— hoy se arrodilla aterrada.

El plan es que todos nos arrodillemos ante su falsificación histórica. Javier Masías, a quien conocí hace años y no tengo razones para defender —quienes nos conocen lo saben bien—, ha recordado, en estos días, que habrá también quienes se les planten, sin temor.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 701 año 14, del 20/09/2024

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