Luis ZambranoA Gustavo lo conocí al inicio de los años 60 cuando él, llegado de Europa, fue invitado a dar una charla en el Seminario «Santo Toribio» de Lima. Diez años después ya no era bienvenido en la Facultad de Teología, venida a menos por su galopante conservadurismo. Muchos alumnos pedíamos que Gustavo fuera nuestro rector, lo cual aparecía como algo imposible. Nunca fue aceptado como profesor en la Facultad. La Universidad Católica del Perú sí lo acogió para dar algunos cursos durante largos años. Curiosamente, recién en el 2001 fue profesor ordinario de Teología a lo largo de 17 años en la Universidad Notre Dame (Indiana- USA) hasta su jubilación.
En 1968 (Chimbote- Perú) Gustavo inició genialmente la «Teología de la liberación» (TL) frente a una aguada teología llamada «Teología del Desarrollo», que no tomaba en cuenta la opresión de los pueblos latinoamericanos. Se trataba de buscar la liberación para luego hacer posible el desarrollo. En 1971 salió publicada «Teología de la liberación», primera obra clave de esta corriente eclesial que fue a lo esencial del evangelio.
Poco después, la participación de Gustavo en la II Conferencia Episcopal latinoamericana de Medellín (Colombia) en calidad de asesor teológico del Cardenal de Lima, Juan Landázuri, fue decisiva. A él se debe, como me lo contó Gustavo en 1993, la redacción del valioso documento «Pobreza de la Iglesia» en una noche, con la atingencia de que fue a pedido de uno de sus adversarios teológicos.
En 1979, cuando se realizó la III Conferencia Episcopal latinoamericana en Puebla (México) la TL ya estaba siendo perseguido dentro de la Iglesia. Con la malévola intervención del arzobispo López Trujillo, las autoridades vaticanas prohibieron participar en dicha asamblea a los teólogos de la TL. Ellos fueron a Puebla y se pusieron a disposición de los obispos fuera del local de la asamblea. Muchos de ellos iban de noche a beber de la sabiduría de estos audaces teólogos proféticos.
Gustavo, a lo largo de esas décadas, se regaló a la Iglesia y al mundo. Fue requerido por innumerables universidades. Pero, a la vez, por tantos grupos de base, parroquias, diócesis, congregaciones religiosas de hombres y mujeres, iglesias protestantes. Ocupó un lugar especial en su apostolado la Unión nacional de estudiantes católicos (UNEC). Siempre los acompañaba en sus retiros. Los cursos de verano en la Universidad Católica de Lima, promovidos por Gustavo durante décadas, reunieron y fortalecieron la mente y el corazón de miles de creyentes, especialmente jóvenes. En la Iglesia surandina amazónica, especialmente en las asambleas del Instituto de Pastoral Andina (IPA) tuvimos el gozo de su constante presencia con sus valiosos resúmenes, llamados «tuercas». Hace 50 años fundó el Instituto «Bartolomé de las Casas» en Lima, que ha sido y sigue siendo un importante centro de concientización y de compromiso social desde la fe a nivel nacional e internacional.
Cuando tuve la oportunidad de seguir postgrado en Austria y Alemania, a fines de los 70, observé que en distintas universidades europeas muchos estudiantes tenían como temática la TL. Les llamaba mucho la atención y por un tiempo la tomaron como una moda. Sin embargo, teólogos serios de Europa, USA y de todo el mundo, católicos y protestantes, se enriquecieron con esta teología y la hicieron florecer en sus lugares. Para Gustavo la TL fue un compromiso enraizado en una fe inquebrantable, con todas sus consecuencias y peligros. En 1971, cuando Luis Figari, empezaba sus estudios en la facultad de Teología de Lima, fundó el Sodalitium. Según su propia afirmación el objetivo fue atacar la TL y planteó una pálida «teología de la reconciliación.» Su discípulo Alfredo Garland en 1978 publicó el libro «Como lobos rapaces» lleno de calumnias contra teólogos de la liberación.
Repetidas veces, ya sea en Lima o en Roma, conferencias programadas que tenían como ponente a Gustavo fueron canceladas a última hora. Fuerzas retrógradas de la Iglesia peruana desprestigiaban no solo a Gustavo, sino también a personas y grupos que maduraban su fe y compromiso en el marco de esta teología. Algunos eran despedidos de sus puestos en diversas instituciones de la Iglesia. A nivel del episcopado curiosamente fue elegida una ola de obispos pertenecientes al Opus Dei, que llegaban a una diócesis y se apropiaban de ella por décadas. Hubo años en los que, de unos 50 obispos en el Perú, 15 pertenecían al Opus Dei, caso único en la Iglesia mundial. El intento era contrarrestar la fuerza de la TL, pues había nacido en el Perú.
En el sur andino amazónico ocurrió algo más grave. Hubo por lo menos 4 sacerdotes encargados oficial y largamente de las prelaturas que nunca fueron nombrados obispos como represalia por su compromiso evangélico. Varios obispos contrarios a la TL intentaron que esta fuera condenada en Roma, pero solo la condenaron en sus sueños. Y en 1984, cuando el entonces responsable de la Doctrina de la fe, cardenal Joseph Ratzinger, llamó a los obispos del Perú a Roma para tratar el tema de la TL, un grupo de obispos viajaron diciendo que la TL sería condenada. Volvieron con los crespos hechos, porque la TL nunca fue condenada, ni entonces ni después. Con la presencia del Papa Francisco la TL ha sido reconocida en su real dimensión.
Ese tipo de persecución también se dio por parte del imperio norteamericano que vio a la TL como un grave peligro para el sistema económico y político actual. Por encargo del presidente Reagan, una Comisión de estudios sobre Latinoamérica, publicó el llamado Documento de Santa Fe, el cual recomendó que se atacara decididamente a la TL. porque era enemiga del «mundo libre»
Gustavo, y la corriente profética que él impulsó, no han inventado una teología apoyada en Marx, como algunos interesada y contradictoriamente todavía afirman. Él es un auténtico descubridor y sistematizador de lo más antiguo y lo más valioso que guarda la biblia desde hace miles de años: la injusta pobreza. Presente en el mundo desde milenios es repudiada por Yahveh, el Dios de Jesús, el Cristo. La esclavitud antigua y nueva, ejercida por grupos empoderados mediante sus armas y sus leyes, también fue rechazada por ese mismo Dios que no fue ni es neutral, que siempre se puso de lado de los pobres, oprimidos, explotados, burlados, insignificantes, ninguneados, descartados. Toda la biblia está regada de esta opción divina. Y en el corazón de la mujer y del hombre, como sello del mismo Dios, palpita desde siempre el ansia de liberación. Aquí, como en ninguna otra experiencia, se encuentran, se amalgaman, se confunden creador y creatura. La «opción preferencial por los pobres», experiencia clave en la TL es parte natural de esta vieja tradición. Y ya ha sido asumida por el magisterio papal. Es solo uno de los muchos ejemplos.
Sucede que los poderosos de este mundo pretenden dominarlo todo y hasta adueñarse de Dios. La Iglesia no se ha librado de este golpe. El emperador Constantino (siglo IV) al dejar de perseguirla la mundanizó y la convirtió en un imperio. Entonces la profecía fue ocultada y hasta perseguida. Pero siempre hubo un hilo profético que cruzó la historia de la Iglesia hasta hoy. Fue el Concilio Vaticano II que hizo prosperar la profecía. La Iglesia latinoamericana, en plena madurez, continuó lo que el Concilio había iniciado y dijo lo que el Concilio no había podido decir. Gustavo, inserto en esa amplia corriente de fe comprometida, se inscribe en la más antigua y auténtica tradición: los profetas, el mismo Jesús, los santos Padres, Francisco de Asís, Santo Domingo de Guzmán, Antonio de Montesinos, Bartolomé de las Casas, Francisco de Valdivieso, Luz Marina Valencia, María Mejía, Enrique Angelelli, Luis Espinal, Rutilio Grande, Oscar Romero, etc. La lista es incontable. Los mártires de los últimos tiempos en Latinoamérica en su inmensa mayoría son quienes se comprometieron movidos por su fe con la liberación de sus pueblos.
Una característica que salta a la vista en Gustavo es que, siendo un teólogo de alto vuelo, lo primero en él fue su compromiso con los pobres y supo compaginar su servicio sacerdotal en una parroquia del Rimac con sus compromisos como profesor a nivel nacional e internacional, al contrario de muchos teólogos de «profesión», por ejemplo, en Europa, que se dedican solo a investigar y a enseñar y pierden el contacto con los hombres y mujeres de carne y hueso, con sus diarias angustias y esperanzas.
Algo notorio en Gustavo, como profeta de nuestro tiempo, fue el ser querido por unos y odiado o mal entendido por otros. Infinidad de personas pobres y sencillas, organizadas y no organizadas, encontraron en él a un hermano solidario. También lo admiraron y siguieron personas de mayores recursos y profesionales de variados rubros, que tenían una mirada crítica frente a la actual (des) organización del mundo y que apostaban por un nuevo orden mundial y una Iglesia inundada por «la fuerza de los pobres» en busca de su libertad.
En el tiempo de Juan Pablo II y Benedicto XVI Gustavo sufrió acusaciones, investigaciones y requerimientos por parte de estamentos vaticanos. Como hombre de Iglesia él respondió a todos con paciencia. La Congregación para la doctrina de la fe le había pedido clarificación de los puntos problemáticos en algunas de sus obras. Requerido a confeccionar el artículo «La koinonia eclesial», la Congregación el 15. 9. 2004, de acuerdo con el episcopado peruano, no encontró ninguna objeción teológico- pastoral y recomendó su publicación.
El Papa Francisco lo miró con ojos positivos y tuvo varios encuentros con Gustavo en el Vaticano. En su 90 cumpleaños (2018) le escribió así: «Te agradezco por cuanto has contribuido a la Iglesia y a la humanidad a través de tu servicio teológico y de tu amor preferencial por los pobres y los descartados de la sociedad.» En esa misma ocasión yo le escribí a Gustavo: » Si el Papa te nombra cardenal acéptalo por la causa de los pobres». Pero no sucedió. Sin embargo, hubiera sido un valioso reconocimiento después de tanto maltrato durante décadas.
Gustavo es un cristiano y teólogo del siglo XX, que ha llegado a tener una resonancia solo comparable a la que alcanzó Sto. Tomás de Aquino en el siglo XIII. Tomás entró en un diálogo fecundo con la obra de Aristóteles en vista de su obra filosófica y teológica. El diálogo decidido que emprendió Gustavo fue con las ciencias sociales. Ambos tuvieron que pagar su cuota histórica por adelantarse a su época…
Gustavo no solo fue teólogo. También fue filósofo, sociólogo, buscador incansable de la belleza, pensador. Se relacionó con José Carlos Mariátegui aun sin conocerlo: ambos tuvieron osteomielitis, la misma pasión por los pueblos indígenas del Perú y la lectura como autoformación permanente. Geniales.
Tuvo asimismo una gran amistad con el poeta Juan Gonzalo Rosé, de profunda raigambre social, quien lo condujo a la humanísima poesía de César Vallejo, que lo ayudó a sobrellevar su delicada enfermedad. Conoció profundamente a José María Arguedas, quien llegó a confesarle que «en el Dios liberador de Gustavo sí creo.» Todos grandes. El papa Francisco ante la noticia del fallecimiento de Gustavo afirmó: «Un grande».
Gustavo partió a la eternidad el pasado martes 22 de octubre del 2024. ¡Bebamos de su inagotable grandeza humana!
QUERIDO GUSTAVO, AMIGO, HERMANO, PADRE ¡RUEGA POR NOSOTROS!
Luis Zambrano,
Juliaca – Perú
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